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La desmesura de Alfonso Alcalde, a 25 años de su muerte

 

El autor de ‘Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte ‘ (1963) y de ‘El Panorama ante nosotros’ (1969), entre otras numerosas obras, es evocado por su hijo Hilario, quien actualmente impulsa la Corporación Alfonso Alcalde, y por el escritor Cristian Geisse.

 

Mayo 2017.- Descollante en la mitología literaria chilena, tanto por su intensa vida como por sus proyectos literarios descomunales, pareciera que Alfonso Alcalde sigue debatiéndose entre la voluntad de dar a conocer su obra y una marginalidad que lo mantuvo lejos de los círculos literarios y cerca de los populares.

“A veces cuesta pensar que habiendo escrito 30 libros y teniendo otros 30 terminados, no tenga amigos escritores. Soy un ser olvidado. Nadie sabe quién soy”, dijo antes de morir. En realidad, Alcalde había recibido el reconocimiento de autores y críticos tan importantes como Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Carlos Droguett, José Donoso, Alfonso Calderón, Gonzalo Rojas, Eugenio Dittborn, Ignacio Valente, Filebo, Jaime Concha y Angel Rama, entre otros”, afirmó el escritor Cristian Geisse en el prólogo a la colección ‘Obra reunida de Alfonso Alcalde’, publicada por la Editorial Altazor el año 2007.

El pasado viernes 5 de mayo se cumplió un cuarto de siglo desde su trágico deceso. Su hijo, Hilario Alcalde, recordó esos días funestos de 1992: “Chico, soñador, lleno de esperanza. El alma preparada. Fue su última opción. Llovía hace tres días sin parar. El frío y la angustia ya se había comido parte de su vida. Difícil el verlo. Difícil encontrar la carta de no-despedida partida en 56 pedazos (hasta para eso le gustaba complicarnos). Lleno de gente, de abrazos, de miradas cómplices. Solo las viudas (en el velatorio había tres) se miraban con el rabillo del ojo, esperando el abrazo final”. Tras soportar la depresión, las vicisitudes económicas y los rechazos editoriales, Alcalde se suicidó a los 71 años.

Con la colaboración de su compañera, Ceidy Uschinsky, quien en vida apoyó incondicionalmente su escritura, se reactivó la publicación de sus obras. El trabajo de difusión y valoración ha sido, en palabras de Hilario: “trabajoso. Con Cristian Geisse Navarro (uno de los seres que más sabe de la obra literaria de Alfonso) tratamos de empujar este buque. Alfonso no es de gusto popular. Es difícil, complejo, lleno de triquiñuelas, de juegos con el lenguaje, de escribirlo en difícil, de develar otra realidad…, pero eso lo hace (para nosotros) más potente aún”.

La Corporación Cultural Alfonso Alcalde se encuentra en vías de formación para seguir rescatando su obra. “Estamos llenos de proyectos. El principal y más importante es entregar toda la obra original de Alfonso a la Biblioteca Nacional. Ellos serán, a partir de ahora, los garantes de sus textos. Lo digitalizarán y los guardarán en sus bodegas especiales, para que sea un material público. En unos días más se reestrena ‘El Auriga Tristán Cardenilla’, de la compañía Tryo Banda junto a la compañía La Trompeta, obra preciosa que rescata las mejores historias del imaginario del Alcalde”, comenta su hijo.

Además, anunció que “con Das-Kapital publicaremos “El leve peso de la ternura”, ilustrado por Camila Henríquez y donde yo participé haciendo la dirección de arte. Tenemos Alfonso Alcalde. Tenemos vida por un rato más”.

La trayectoria literaria de Alfonso Alcalde inicia con el gesto desmesurado en que quemó la tirada casi completa de la ‘Balada para una ciudad muerta’ (1946), su primer libro, apadrinado, auspiciado y prologado por Pablo Neruda. Tras este episodio no volvió a publicar sino hasta 1963, cuando obtuvo el Premio Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile por el poemario ‘Variaciones sobre el tema del amor y la muerte’. Al respecto Cristian Geisse manifiesta que la quema de la Balada representó un compromiso “con una obra verdaderamente digna, con lo que dio inicio a ‘El Panorama Ante Nosotros’, cuyo primer tomo fue publicado en 1968. Las Variaciones es uno de sus cantos, y el premio quizás fuera una confirmación de que sus esfuerzos y su paciencia estaban dando frutos”.

En 1973 publica en la colección Minilibros de Quimantú, ‘Las aventuras del Salustio y el Trúbico’, cuyo tiraje de 50.000 ejemplares se agotó rápidamente. “Hay muchas personas que consideran a Alcalde un mejor narrador que poeta. Yo pienso que en muchos casos, le costaba separar aguas. Hay en él una tendencia instintiva a fusionar o romper fronteras genéricas. Hay cuentos suyos en los que el lenguaje poético se come a la trama, y suele contar historias en sus poemas. Creo que jamás dejó de buscar nuevas fórmulas, y continuamente se iba en las tremendas voladas. Su libro de traducciones libérrimas, ‘El árbol de la palabra’, es un buen ejemplo”, explica Geisse.

Habiendo sido jefe de radio de la campaña presidencial de Salvador Allende y creador de la colección ‘Nosotros los chilenos’, de la editorial estatal Quimantú, el exilio y la aridez cultural de la dictadura alteraron el curso de su trayectoria.

“Creo que en 1973 Alcalde estaba en uno de los puntos más altos de su carrera como escritor. Las cosas iban viento en popa…, había empezado a publicar poesía, novela, cuentos, desarrollaba un proyecto periodístico verdaderamente significativo. Con el golpe vaga por varios países incapaz de hallarse en ninguno de ellos. Vuelve a Chile como el 79, pero nada volvió a ser lo mismo, jamás se recuperó y no volvió a publicar, con la excepción de un libro para niños y periodismo. Ahora que recuerdo también autoeditó las Variaciones en 1991. El punto es que siguió escribiendo mucho material nuevo, pero no publicó. Lo intentó en varias ocasiones sin éxito y creo que ese rechazo editorial fue devastador para él. Es posible que el Chile con el que se encontró al volver, sus transformaciones profundas, le empezaran a quebrar el alma. Hay algo de autoanulación y autoboicot literario. Posiblemente no le haya gustado nada lo que vio con la vuelta a la democracia, por la que luchó mucho”, agrega Geisse.

El hijo del escritor rememora el regreso a Chile en 1979 calificándolo como ‘lleno de magia’. “Volvimos un 19 de septiembre. Las banderas en toda la Alameda nos estaban esperando. Izadas al tope, llenas de color rojo intenso, sin mucha gente en la calle y con la convicción que la Alameda se abría para nosotros. Alfonso tenía una imaginación desbordante igual como las historias que nos contaba con cada excusa. Aquí una más: así esperan los chilenos a sus exiliados”.

 

Muchos escritores en una sola vida

A pesar de la escasa atención que recibiera Alfonso Alcalde tras la vuelta a Chile, fue posible que un autor de otra generación se encontrara con él, iniciando una suerte de amistad póstuma. Cristian Geisse (Vicuña, 1977), lo descubrió leyendo un ejemplar de la revista ‘Libros’, de El Mercurio.

“Yo tenía algo así como 15 años y me impresionó sobre todo su vida azarosa, pero no retuve su nombre. Luego, como a los 18 un primo llegó contándome entusiasmado sobre una obra de teatro que había visto, donde hundían a unos payasos en un fudre de vino, entre otras maravillas, pero tampoco me habló del autor. En la universidad escuché a un compañero hablar de un escritor con una obra poética demencial, con características infinitas. Luego, otro me contó de punta a cabo El Peregrino del Golfo. De golpe, en Concepción, mientras leía‘Las Aventuras de El Salustio y El Trúbico’ y hablaba con varios de sus lectores, caí en la cuenta de que todos estos escritores eran la misma persona”, comentó Geisse.

“No es mentira cuando digo que lo reconocí súbitamente, como una revelación. Todas las piezas calzaron de repente. Este gesto se repitió en el tiempo, cuando ayudé a reeditar algunos de sus libros. A mí siempre me ha parecido una forma de resucitamiento, casi planificada, descrita por él en uno de sus mejores cuentos, cuando unos payasos rearman y cosen a un león que sacan desde dentro de cientos de pescados”, agregó.

Nacido en Punta Arenas, un 28 de septiembre de 1921, Alcalde vivió tantas vidas como oficios: contrabandista de caballos y cadáveres en las fronteras de Bolivia y Argentina con Brasil; trashumante de cebras y leones con el circo; pescador; nochero de moteles y jornalero de minas, guionista de teatro, radio, televisión.

“Sus viajes imaginarios y reales, su facilidad para inmiscuirse en la vida de los personajes más esquivos de un país precario, sus oficios legales y de los otros, afinaron su mano, la llenaron de historias y la pasaron a estados descabellados. Solo un botón: trasladaba “finados” desde un territorio a otro, en taxi, como si fueran sus acompañantes. En esos tiempos llevar a un muerto en carroza entre un pueblo a otro, era un lujo”, señaló su hijo al referirse sobre cómo estas diversas labores aportaron a su escritura.

Hilario reveló su rutina literaria: “Alfonso se levantaba a las cinco de la mañana a escribir. Su hora más lucida, decía. Todo en casa giraba en torno a la escritura. Todo. Era una costumbre caminar en puntillas de pie para no despertarlo de la siesta. Corregía hasta el infinito. No existe texto que no tenga una corrección. Una vez impreso, lo seguía corrigiendo. Todo lo que escribía tenía una investigación. La Ceidy (mi madre) era la encargada de darle peso histórico y social. Investigaba, lo conversaban y finalmente lo transcribía. Alfonso escribía en una maquina Underwood y sólo con un dedo de cada mano”.

Pero a la vez el prolífico autor fue un gozador “de la vida, del comer, del tomar y del sufrir. Ese era su motor para escribir. Todo partía desde su vida. Tenía una imaginación privilegiada y era un gran contador de historias. Rescataba lo popular y jugaba con el lenguaje. Su cultura la construyó con los años, jugo con ella en sus textos y transformó mucho de sus dolores en grandes textos poéticos de gran esperanza”, concluye su hijo.

 

 

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