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90 años de la Sociedad de Escritores de Chile (1° Parte)

El 6 de noviembre de 1931, cuarenta y dos personalidades, Marta Brunet, Mariano Latorre, Augusto Santelices, Ernesto Montenegro, Carlos Casassus, Domingo Melfi, Tomás Gatica Martínez, Ricardo Montaner Bello, Sady Zañartu, Carlos Keller, Eugenio Orrego Vicuña, Manuel Rojas, Joaquín Edwards Bello, Guillermo Viviani, Antonio Acevedo Hernández, Germán Luco Cruchaga, Graciela Mandujano, Sara Singer, Alejandro Parra Mége, Lautaro García, Carlos Préndez Saldías, Benjamín Subercaseaux, Luis David Cruz Ocampo, Daniel de la Vega, Armando Donoso, Jenaro Prieto, Pedro Malbrán, Lucila Azagra, Ismael Gajardo Reyes, Alberto Ried, Ricardo Edwards, Emilio Rodríguez, Clarisa Polanco, Aida Moreno, Natalia Andrés, Juan Marín, Eduardo Barrios, Amanda Labarca, Alejandro Flores, Januario Espinoza, Nathanael Yáñez Silva y Pedro Prado, firmaron en el Departamento de Extensión Cultural del Ministerio del Trabajo en Santiago, el acta inaugural que señalaba la fundación de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech).

Se trataba de un grupo heterogéneo compuesto de diferentes calidades que representaban tanto al quehacer literario y periodístico, como asimismo, a movimientos feministas y anarquistas. Los animaba el anhelo de conformar una institución de carácter gremial, que se preocupara de enfrentar distintos problemas referidos a los escritores y, a la situación del libro en nuestro país.

En esa primera reunión acordaron efectuar para el verano del año siguiente, una sesión extraordinaria con miras a elaborar una propuesta de contenidos que validara un programa de trabajo.

De nuevo, el Departamento de Extensión Cultural del Ministerio del Trabajo fue testigo del citado cónclave, el 28 de enero de 1932. Asistieron esta vez, algunos nombres de la primera reunión y nuevas figuras de la cultura como Alfredo Irarrázabal Zañartu, Javier Vial Solar, el sacerdote Alfonso Escudero, Alejandro Baeza, Carlos Banella, Alfredo Gandarillas Díaz, David Bari y Cleofás Torres.

La reunión fue presidida por Tomás Gatica Martínez, quien dio lectura a varias cartas de adhesión firmadas por Alfonso Bulnes, Emilio Rodríguez Mendoza, Carlos Vega López y Antonio Bórquez Solar. Desde Valparaíso, se recibió un telegrama del dueño del diario “El Mercurio”, Agustín Edwards Mac Clure que junto con excusar su inasistencia, señalaba que “adhería a los objetivos y fines que la Sociedad de Escritores de Chile todavía en formación, persigue”. Al respecto, Gatica Martínez se explayó sobre las posibilidades de conseguir mediante el fisco una imprenta para fundar una Editorial. Januario Espinoza propuso restablecer “El Consejo Superior de Letras”, que funcionó entre 1910 y 1913 y que organizaba concursos anuales de cuentos, novelas, poesías y teatro.

Dichas actas fueron remitidas ante notario público el 23 de febrero y el 14 de abril de 1932 se constituyó de manera oficial, el primer Directorio de la Sociedad de Escritores de Chile, compuesto por el Presidente, Domingo Melfi; vicepresidente, Ernesto Montenegro; secretario, Tomás Gatica Martínez; prosecretario, Januario Espinoza; tesorero, Nathanael Yáñez Silva; directores, Mariano Latorre, Joaquín Edwards Bello, Marta Brunet, Germán Luco Cruchaga, Daniel de la Vega y Antonio Acevedo Hernández.

Se corporizaba una iniciativa que como veremos, tuvo en el siglo XIX y XX varios referentes, algunos de efímera duración, -pero no menos importantes- que buscaron integrar en un solo organismo, a los escritores diseminados en el territorio nacional.

Los orígenes: el movimiento cultural de 1842 y aparición de las primeras asociaciones.

Los antecedentes preliminares sobre un grupo de escritores e intelectuales que discutían de la realidad chilena, lo hallamos en el período histórico que coincide con la llegada al poder del general Manuel Bulnes Prieto (1841).

Influenciados por las ideas liberales de José Victorino Lastarria, (1817-1888) se constituyó en Santiago, un 3 de mayo de 1842, la llamada Sociedad Literaria, institución que buscó impulsar en el país un tipo de literatura nacional, con el propósito de acabar con los últimos vestigios del colonialismo español y dotar a la patria de una identidad cultural propia. Recordemos que para esos años, la monarquía española aún no reconocía la Independencia de Chile. Entre los participantes y autores más destacados se encontraban, Francisco Bilbao, Jacinto Chacón, Juan Nepomuceno Espejo, Francisco Astaburuaga, Manuel Antonio Matta, Aníbal Pinto y Salvador Sanfuentes.

La actividad de estos escritores tuvo fuerte repercusión no sólo en el panorama de las letras nacionales; en el plano académico, muchas ideas vertidas en el “Semanario”, -órgano de difusión de la agrupación- sirvieron para dotar de contenidos a las nuevas instituciones académicas que nacían en Chile en el denominado movimiento cultural de 1842: la Escuela Normal de Preceptores y la Universidad de Chile.

En el “Semanario” se publicaron cartas, cuentos, ensayos poemas, artículos, noticias de temas políticos y de educación; además, de organizar el primer concurso literario de la historia de Chile, diseñado para conmemorar 32 años de la “independencia de la corona española”.

La incidencia de la Sociedad Literaria se manifestó en el campo de las ideas políticas y en la consolidación del pensamiento liberal a mediados del siglo XIX.

Es aquí donde encontramos una segunda iniciativa de este tipo; el “Ateneo” de Santiago, que tuvo dos etapas: la primera nacida en la administración del presidente Balmaceda, cuyo hijo Pedro, pese a su precario estado de salud (falleció a los 21 años) jugó un rol preponderante para articular este cenáculo de intelectuales, entre los que se contaba a Daniel Riquelme, Luis Orrego Luco, Domingo Amunátegui Solar, Julio Vicuña Cifuentes, Arturo Alessandri Palma y Pedro Antonio González.

Concluido el gobierno de Balmaceda, luego de la dramática guerra civil de 1891, El Ateneo entró en receso. Recién en 1899, autores como Samuel Lillo, Diego Dublé Urrutia, Augusto D´Halmar y Víctor Domingo Silva revivieron este círculo intelectual sesionando en el Salón de Honor de la Universidad de Chile.

El Ateneo de Santiago fue una de las primeras instituciones en dar cabida a mujeres. Varias de ellas, como Amanda Labarca,  tuvieron directa participación en las políticas educativas y culturales que se implementaron en Chile a contar de la promulgación de la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, en 1920.

Precisamente, del Ateneo de Santiago nacieron las dos primeras instituciones que cobijaron las inquietudes del mundo femenino: el “Club de Señoras” fundado en 1915 por mujeres vinculadas a la Iglesia Católica y el partido Conservador, cuyas principales dirigentes Delia Matte Pérez, Luisa Lynch, Inés Echeverría y Manuela Herboso, intentaron mantener distancia de las ideas feministas más radicales, propendiendo en cambio, la participación de la mujer en actividades artísticas, el cultivo de idiomas, y en todo acto que persiguiera “el bien y la belleza en todas sus formas”.

A diferencia del “Club de Señoras”, el “Club de Lectura”, creado a instancias de la profesora de castellano y doctora en Educación, Amanda Labarca, preconizó desde un principio un ideario político. En el marco de la discusión literaria y filosófica que emanaba del grupo, surgió un proyecto sobre derechos civiles, jurídicos y políticos que buscaba reivindicar el papel de la mujer en la sociedad chilena, proyecto aprobado en 1925 conocido como “Ley Maza” (en alusión al senador José Maza Fernández) que restringía las atribuciones del padre en favor de la madre; habilitaba a las mujeres para atestiguar ante la ley y, autorizaba a la mujer casada para administrar los dineros de su trabajo.

Un caso especial, lo constituyó el “Grupo de los Diez”, fundado en Santiago en 1914. Arquitectos como Julio Bertrand Vidal; los pintores, Juan Francisco González, Julio Ortiz de Zárate; los músicos, Acario Cotapos, Alfonso Leng; y los escritores, Eduardo Barrios, Augusto D´Halmar, Manuel Magallanes Moure, Pedro Prado y Alberto Ried Silva, solían juntarse en una antigua casona ubicada en la esquina de calles Santa Rosa y Tarapacá. Por más de una década, este grupo de artistas plasmó a través de la amistad y el libre ejercicio de la creación, un trabajo que sin proponérselo, precedió en varios aspectos, a las propuestas sociales nacidas en las reuniones de la futura Sociedad de Escritores de Chile.

A su vez, se reconoce la primera institución cultural de este tipo en provincia, cuando escritores y artistas conformaron el “El Ateneo de Valparaíso”, el 26 de agosto de 1920. La historia de esta academia es singular y debiera considerarse como el primer antecedente que buscó integrar la clásica problemática de los escritores referida a los derechos de autor, la distribución de los textos, con las distintas demandas sociales y previsionales de los creadores. De hecho, el “Ateneo” porteño fue la génesis de la Sociedad de Escritores de Valparaíso, organización fundada en junio de 1954.

A grandes rasgos, este era el panorama de las principales asociaciones que intentaron asignar protagonismo a los actores de la cultura y, en particular, a los literatos chilenos antes de fundarse la Sociedad de Escritores de Chile.

Primeros pasos de la Sech.

La nueva institución logró su personalidad jurídica con el decreto Nº1.904 el 9 de agosto de 1933. En septiembre de ese año, como una forma de sumarse a las festividades en el mes aniversario de la Patria, la Sech organizó entre los días 9 al 16, la primera semana del libro chileno.

Uno de los mayores logros de los escritores en esta primera época, fue obtener el 5 de febrero de 1934, la instauración del Premio Municipal de Literatura de Santiago, iniciativa cultural redactada por el militante del partido Conservador, el abogado José Alberto Echeverría Moorhouse. Se estableció premiar las obras literarias producidas en los géneros de novela, poesía y teatro que hubieran destacado el año anterior. Para ello procedería a constituirse un jurado compuesto por un delegado de la Ilustre Municipalidad de Santiago, un miembro de la Academia Chilena de la Lengua y un miembro de la Sociedad de Escritores de Chile.

El 12 de mayo de 1934, el entonces tesorero de la Sech, Agustín Edwards Mac Clure, anunciaba la habilitación de un salón en el segundo piso del edificio del diario “El Mercurio” en Santiago, ubicado en calle Compañía 1246, para que los escritores pudieran realizar sus reuniones de trabajo. Se acordó crear en este espacio la biblioteca de la Sech a partir de la obligatoriedad de cada socio (a) de entregar un ejemplar de sus obras publicadas. El compromiso incluyó el deber de cada socio (a) de compartir un ejemplar de cualquier obra que se editara a futuro, como también, solicitar a las distintas editoriales el obsequio de un ejemplar por cada título que imprimieran, sea de autor (a) nacional o extranjero(a).

La preocupación de la Sech por el tema social y la defensa de otros intelectuales en tiempos de crisis, se manifestó en el transcurso de 1935 y 1936 cuando se intervino ante el presidente Arturo Alessandri para obtener la libertad de los escritores chilenos Natalio Berman, Ismael Edwards Matte, Ricardo Latcham y Salvador Martínez Rozas, relegados a distintos puntos del país, por discrepar públicamente del primer mandatario. Esta condición, se repitió en el exterior. La Sech solicitó y obtuvo la liberación por parte del gobierno de Paraguay, de varios escritores bolivianos, prisioneros de la Guerra del Chaco (1932-1935), entre ellos Gustavo Navarro (seudónimo de Tristán Maroff) y Luis Toro Ramallo, que terminó radicado en Chile produciendo una abundante obra literaria. En el mismo tenor, la Sech colaboró en la hospitalización y tratamiento del escritor peruano avecindado en Chile, Ciro Alegría, víctima de tuberculosis pulmonar.

La Sech mostró también una solidaridad permanente con los escritores españoles caídos o apresados en la Guerra Civil de ese país (1936-1939). Se hicieron homenajes en Chile a los autores Federico García Lorca y Miguel Hernández. No hay que olvidar, que luego de la llegada del barco “Winnipeg” con los refugiados traídos por Pablo Neruda desde Europa en septiembre de 1939, varios de ellos fueron acogidos en la Sech, donde prosiguieron su actividad literaria.

Un antiguo proyecto de Alberto Romero, se transformó en una gran Feria del Libro, evento efectuado frente a la casa central de la Universidad de Chile, a fines de diciembre de 1939.

El certamen contó con la presencia frecuente del presidente de la República Pedro Aguirre Cerda y de su ministro de Educación, Rudecindo Ortega. Se estableció que cada conferencia sería remunerada con $100. El diario “El Mercurio” facilitó banderas de todos los países de América para adornar la fiesta cultural.

La activa participación de la Sech en la vida cultural del país, motivó a su directorio a proponer al gobierno de Aguirre Cerda la instauración de un importante estímulo para los escritores. En el verano de 1942 el ministerio de Educación informaba que destinó $50.000 para crear el Premio Nacional de Literatura, prometiendo además, la presentación de un proyecto de ley estableciendo como premio anual la suma de $100.000 junto con solicitar a la Sech, la designación de sus representantes ante el jurado que debería entregarlo.

El máximo galardón de las letras nacionales fue otorgado anualmente desde 1942 a 1972. Vale la pena mencionar a los escritores distinguidos durante este período: Augusto D´Halmar, Joaquín Edwards Bello, Mariano Latorre, Pablo Neruda, Eduardo Barrios, Samuel Lillo, Ángel Cruchaga Santa María, Pedro Prado, José Santos González Vera, Gabriela Mistral, Fernando Santiván, Daniel de la Vega, Víctor Domingo Silva, Francisco Antonio Encina, Max Jara, Manuel Rojas, Diego Dublé Urrutia, Hernán Díaz Arrieta (Alone), Julio Barrenechea, Marta Brunet, Juan Guzmán Cruchaga, Benjamín Subercaseaux, Francisco Coloane, Pablo de Rokha, Juvencio Valle, Salvador Reyes, Hernán del Solar, Nicanor Parra, Carlos Droguett, Humberto Díaz Casanueva y Hernán Garrido Merino.

Fue una característica de Sech durante sus primeras décadas de existencia, esbozar grandes proyectos que redundaron en la creación de importantes concursos literarios que trascendieron las fronteras de la patria y que sirvieron de modelo para que otras instituciones culturales latinoamericanas, tomando como ejemplo lo que acontecía en Chile, implementaran distinciones, crearan editoriales y premios en efectivo, elevando la preocupación del sector público y privado por el ámbito literario.

En sus inicios, la Sech facilitó a varios de sus miembros para que integraran el jurado del concurso literario fundado por la Editorial Nascimento en mayo de 1935. Un año más tarde, la Sech organizó el Premio Universidad de Chile, institución académica que patrocinó un concurso literario latinoamericano de novelas creado por la Comisión de Cooperación Intelectual de la Unión Panamericana en conjunto con la Editorial Farrar Rinehot Inc., de New York.

La Sech se comprometió a publicar un número especial en el “Boletín de la Sociedad de Escritores” con el título de “Antología de poetas jóvenes”, lo que motivó la realización de otra iniciativa cultural: la creación del Premio Sociedad de Escritores de Chile de Poesía inédita”.

Nuevos desafíos se aproximaban.

Víctor Mauricio Hernández Godoy

Presidente

Sociedad de Escritores de Magallanes

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