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Los 90 años de la Sociedad de Escritores de Chile (2° Parte)

En 1957, el directorio liderado por Ricardo Latcham, quien estaba secundado por Rubén Azócar, René Hurtado Borne, Matilde Ladrón de Guevara, Jorge Onfray, Ester Matte Alessandri, Luis Merino Reyes, Pablo Neruda, Armando Cassígoli, Baltazar Castro y Manuel Vega, adoptó una serie de medidas trascendentes para mejorar los niveles de difusión de la organización, resoluciones que contribuyeron a elevar el prestigio de la Sech.

Ese año apareció el primer número oficial de la revista de la Sociedad de Escritores de Chile. Inspirada en un modelo francés,  sus dimensiones eran de 18 por 13 centímetros. Se imprimieron mil ejemplares, con un costo de adquisición de $150. Para la edición, se había conseguido el auspicio de la Universidad de Chile, cuya participación hizo factible la publicación. Se trataba de una revista de esmerado diseño, de ochenta páginas, diagramada por el artista Mauricio Amster.

Al respecto, el prestigioso semanario “Ercilla”, en su número 1.172 de 23 de octubre de 1957, dijo: “Revista de la Sech nace con buena cara” y en sus páginas interiores, dedicó un interesante análisis a la publicación de los literatos, en que se desprendía el siguiente juicio crítico:

“El material agrupado en 80 páginas a dos columnas de apretada lectura es nutrido. Se reproducen 12 poemas, algunos extensos (“Tan Herido y Tan Cruel” de Víctor Manuel Reinoso y “Museo de Bellas Artes” de Luis Oyarzún); seis cuentos de plumas jóvenes y veteranas; crónicas literarias; notas; un ensayo breve (“El autor teatral en busca de tipos chilenos”) de Isidora Aguirre; otro sobre la formación del “Grupo de los Imaginistas” -nació hace 30 años-, por Luis Enrique Délano, uno de sus fundadores; un estudio de Fernando Lamberg, (“De la magia al Realismo”); sobre el teatro de Fernando Cuadra (“Doña Tierra”) y Luis Alberto Heiremans (“La Jaula en el Árbol”); artículos sobre Manuel Rojas (Premio Nacional) y Eduardo Barrios (cumplió medio siglo escribiendo) y otras reseñas y noticias”.

Luego de referirse en elogiosos términos al director, Armando Cassígoli, de quien se dice que con sus 29 años es el director más joven de la Sech, y que ha publicado “Confidencias y otros cuentos” y dos novelas, una de ellas inspirada en la vida de Túpac Amaru, menciona al grupo editor que trabajó en la elaboración del primer número; el poeta José Miguel Vicuña y los escritores Ximena Adriazola, Carmen Castillo, Jorge Teillier y Edmundo Palacios. Al final de la nota, destaca la siguiente observación:

“Entre las golosinas literarias del primer número de la revista figuran “Oro en el Sur”, cuento de Manuel Rojas; el antipoema de Nicanor Parra “Se me ocurren ideas luminosas” que describe una aventura amorosa del poeta en el Parque Forestal, el cuento “La Carta” de Eugenia Sanhueza, la original y premiada autora de “El Soldado” y la narración del portorriqueño José Luis González, “El Paraíso”, escrita en pintoresca mezcla de inglés y español”.

Un año más tarde, la Sech, con la égida de Pablo Neruda asistido en un directorio conformado por Luis Cruz Ocampo, René Hurtado Borne, Carmen Castillo, Matilde Ladrón de Guevara, Armando Cassígoli, Ricardo Latcham, Luis Oyarzún, Luis Merino Reyes, Rubén Azócar y Nicanor Parra, instauraron el Premio Alerce, que buscó distinguir a obras y autores en los géneros de poesía, narrativa, ensayo y teatro. El galardón, que alcanzó prestigio más allá de nuestras fronteras, se entregó ininterrumpidamente por lo menos, hasta el año 2000. Durante todo aquél período, resultaron vencedores los autores, Raúl Mellado, Andrés Pizarro, Palmira Rozas, Víctor Manuel Reinoso, Raúl Rivera, Nicolás Ferraro, Renato Canales, Lionel O´Kington, Ennio Moltedo, Rosa Cruchaga, Hugo Montes, Luciano Cruz, Hugo Correa, Alfonso Reyes, Guillermo Blanco, Mario Ferrero, Maruja Torres, Óscar Hahn, Valerio Quesney, Héctor Carreño, Carlos Morand, Roberto Gutiérrez, José Chesta Aránguiz, Jorge Naranjo, Poli Délano, Guillermo Sanhueza, Alfonso Alcalde, Luis Vulliamy, Raimundo Chaigneau, Jaime Quezada, Edmundo Herrera, Raúl Silva, Fernando Lamberg, Mahfud Massis, Blanca García, Elías Ugarte, Olga Arratia, Franklin Quevedo, Galvarino Plaza, Patricio Manns, Carlos Santander, Miguel Arteche, Rolando Cárdenas, Ramón Carmona, Emilio Oviedo, Jorge Teillier, Marta Jara, Edesio Alvarado, Armando Cassígoli, Jaime Valdivieso, Enrique Molleto, Luis Alberto Acuña, María Asunción Requena, Nelson Pedreros, Aristóteles España, Sergio Gómez, Viviana Múller, Tulio Espinosa, Luis Vitale, Pedro Vicuña, Enrique Volpe, Isabel Amor, Piero Montebruno, y Maximiliano Salinas.

En busca de casa propia.

Una preocupación esencial del Directorio encabezado por Neruda fue conseguir una residencia definitiva para la Sech. La idea venía rondando desde hacía varios años. Recordemos que en sus inicios, los escritores sesionaban en un amplio salón ubicado en el segundo piso del diario “El Mercurio”, a pasos del Congreso Nacional y de los Tribunales de Justicia, lo que no fue óbice para que se emplearan otros espacios. Durante muchos años, la Sech celebró diversos eventos culturales en el Salón de Actos del Instituto Nacional, cedido gentilmente por quien fuera por décadas su bibliotecario jefe, Ernesto Boero.

Los literatos por mucho tiempo arrendaron una oficina, signada con el número 630 en calle Agustinas 925, en pleno centro de Santiago. Sin embargo, en los albores de la administración del presidente Jorge Alessandri Rodríguez y, gracias a que en el presupuesto de la nación de 1959 se había incluido un ítem de veinticinco millones de pesos para la adquisición de un bien raíz para los escritores, la Sech retomó el proyecto de contar con casa propia. En esta línea de acción, Raúl Aldunate Phillips, presentó en 1960 una iniciativa a la Cámara de Diputados para expropiar la Posada del Corregidor, histórica y famosa propiedad ubicada en las inmediaciones del Parque Forestal, que para ese entonces, se encontraba en un lamentable estado de   abandono.

La moción fue aprobada, pero los dueños de la propiedad se querellaron, porque estimaban que el inmueble estaba avaluado en ciento cuarenta millones de pesos, lo que originó una disputa legal que fue zanjada por el nuevo presidente de Sech, Rubén Azócar, renunciando a los derechos sobre la Posada.

En ese momento, una comisión de escritores compuesta por Pablo Neruda, Ester Matte Alessandri (sobrina del Presidente) y el mismo Rubén Azócar, se entrevistaron con el primer mandatario quien les dijo:

“Los escritores significan mucho para Chile. Pero lo que ustedes solicitan -la Posada del Corregidor- es una ratonera. Quiero que busquen una casa con biblioteca y salas dignas de ustedes”.

No tardaron mucho en hallar un nuevo domicilio en calle Almirante Simpson Nº7 en el sector de Providencia. El 9 de diciembre de 1961, luego de un gran acto en el Salón de Honor de la Universidad de Chile, los escritores inauguraron su flamante morada con una cena pantagruélica y una gran fiesta literaria que duró hasta el amanecer.

La llamada Casa del Escritor cuenta con dos bibliotecas, un bar, un casino, salas de lectura, otras para conferencias, dos habitaciones para alojar huéspedes, un hall con balaustrada que sirve como salón de actos, y varias oficinas administrativas. La revista “Ercilla” que cubrió el evento, luego de hacer una descripción general de la bella mansión, dedicó un certero análisis a un aspecto central en que fluye la vida de los literatos:

“El Casino de la Casa del Escritor proporcionará una pensión nutritiva, limpia y barata a los escritores que lo soliciten. Además, con fines sociales se habilitará en lo que fue el garaje un bar moderno y elegante, donde en un ambiente de cordialidad los escritores podrán reunirse. La Casa es amplia, cómoda y con el tiempo, y siempre que el presupuesto lo permita, quedará dignamente alhajada. Rubén Azócar ha donado el escritorio en el que él mismo escribió sus novelas. Se esperan más donaciones. Además, se han recibido 200 solicitudes para ser “Socios Cooperadores”, que se espera protegerán la Casa del Escritor hasta que sea una de las más notables de América Latina”.

Por esos días, el gobierno de Jorge Alessandri establecía con su similar de México, una serie de acuerdos y convenios en el ámbito educativo y cultural, denominado “Plan Chileno – Mexicano de cooperación fraternal 1960-1964”. Dentro de ese programa de ayuda recíproca, la Sech recibió valiosas donaciones de cuadros, libros, mobiliarios y utensilios, que sirvieron para decorar una taberna la que recibió el nombre de Refugio López Velarde, en honor al artista y diplomático azteca que promovió el intercambio de bienes culturales entre ambas naciones.

Este lugar, ha prodigado por varias décadas, interminables horas de amistad literaria a cientos de escritores y es, sitio y estación obligada para todos los creadores, chilenos y extranjeros, que recorren y visitan la Casa del Escritor.

El Encuentro Latinoamericano de Escritores de 1969.

Los años sesenta del siglo pasado trajeron una serie de cambios políticos, económicos, sociales, culturales, científicos y tecnológicos, que transformaron dramáticamente a la sociedad en su conjunto.

Se vivía el período más álgido de la “Guerra fría” marcado por la polarización ideológica entre capitalismo y socialismo, visiones de mundo antagónicas que representaban las superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética.

Como un símbolo de esta división se erigió el Muro de Berlín, en Alemania. Alentados por los cambios que ocurrían en distintos lugares del planeta, las antiguas colonias de Gran Bretaña y de Francia, diseminadas en África y Asia, no tardaron en convertirse en naciones independientes.

Estados Unidos y Unión Soviética trasladaron sus diferencias más allá del ámbito militar. Desde que los soviéticos anunciaron, el 4 de octubre de 1957, que habían logrado colocar en el espacio el primer satélite artificial de la historia, hasta la llegada a la Luna de la misión estadounidense en el Apolo XI, el 21 de julio de 1969, la humanidad experimentó la sensación que a través de la ciencia y la tecnología, se podría conquistar el universo.

La sociedad experimentaba distintos cambios culturales que se percibían en mayores libertades y logros civiles; el Concilio Vaticano II sentaba las bases de grandes reformas sociales en la Iglesia Católica; surgía la píldora anticonceptiva; los estudiantes se manifestaban a favor de la cultura en Estados Unidos en los festivales de Monterrey, en California en 1967 y Woodstock en New York en 1969; en París, Francia, en mayo de 1968; y en contra de la guerra de Vietnam y de la invasión soviética en Checoslovaquia.

Por otra parte, las ideas marxistas habían ganado gran fuerza en América Latina desde que Fidel Castro y sus seguidores, tomaron el poder en Cuba a principios de 1959. De pronto, se abría la posibilidad que buena parte de la región adoptara el modelo socialista como estrategia política para salir del subdesarrollo, lo que implicaba que muchos países del cono sur pudieran quedar bajo el influjo de la Unión Soviética.

Estas elucubraciones y disquisiciones fueran analizadas en sucesivas reuniones de la Sech. El Directorio en pleno, liderado por Luis Sánchez Latorre (Filebo) decidió a principios de 1969 convocar a un gran Encuentro Latinoamericano de Escritores. Se formó entonces, una comisión organizadora con Fernando Alegría, Enrique Campos Menéndez, Carlos Droguett, Alfonso Escudero, Pedro Lastra, Enrique Lihn, Ester Matte Alessandri, Pablo Neruda, Luis Oyarzún, Carlos Rozas Larraín y Juvencio Valle, con Wilfredo Mayorga, como secretario general y Mila Oyarzún de tesorera, que consiguió aglutinar apoyos del gobierno de Eduardo Frei Montalva; de círculos académicos y universitarios, junto con el respaldo logístico de las municipalidades de Concepción, Valparaíso, Viña del Mar y Santiago, ciudades a la postre, sedes del evento.

Óscar Aguilera y Julia Antivilo, autores de la investigación “La historia de la Sociedad de Escritores de Chile, los diez primeros años y visión general 1931-2001”, sostienen que en el programa estaban los escritores argentinos Liborio Justo, Bernardo Kordon, Marta Traba, Francisco Urondo y David Viñas. En el texto, aseguran que Ernesto Sábato asesoró epistolarmente al presidente Luis Sánchez Latorre, recomendando nombres de especialistas europeos en literatura latinoamericana.

En síntesis, el Encuentro contó con la presencia de los escritores bolivianos, Yolanda Bedregal, Óscar Cerruto, Augusto Céspedes, Walter Montenegro, Marcelo Quiroga y Juan Quirós; el ecuatoriano, Jorge Enrique Adoum y el guatemalteco, Mario Monteforte; los mexicanos, Emmanuel Carballo, Rosario Castellanos, Carlos Pellicer y Juan Rulfo; los peruanos, Carlos Germán Belli, Genaro Carnero, Mario Castro Arenas, Antonio Cisneros, Alberto Escobar, Aly Hermoza y Mario Vargas Llosa; los uruguayos, Carlos Martínez Moreno, Juan Carlos Onetti y Ángel Rama y el venezolano, Salvador Garmendia.

Las conclusiones del evento fueron plasmadas en la llamada “Declaración de Viña del Mar”, en donde se puso de manifiesto la solidaridad con los países latinoamericanos:

“Tomando en cuenta la situación actual de los pueblos del continente, no podemos soslayar nuestra responsabilidad hacia ellos, cualesquiera que fueran nuestras discrepancias ideológicas”.

Se colocó un énfasis especial en abordar de manera conjunta el lacre del analfabetismo fomentado por mezquinos intereses de muchos gobiernos en distintos países del continente:

“Debido a los altos índices de analfabetismo y el bajo nivel cultural de nuestros pueblos explotados, y a pesar del propósito de que el pueblo sea el verdadero destinatario de la obra literaria, en los hechos ésta llega solo fundamentalmente a un público de clase media urbana. Denunciamos no sólo las formas más crasas del analfabetismo, sino también aquellas que se producen por involución o por regresión en personas que, una vez cumplido el ciclo escolar, carecen de posibilidades de volver al libro como instrumento de cultura”.

Se planteaba también, una acción recíproca que estimulara la creación de un mercado común para el libro en América Latina:

“En un orden afín de valores nos esforzaremos por derribar las barreras que impiden a nuestros pueblos conocerse de un modo cabal. Referida al libro, esta determinación significa luchar contra todo lo que obstaculiza su difusión y su distribución, así como su libre circulación dentro y fuera de las fronteras de cada uno de nuestros países. Condenamos, por lo tanto, las aduanas culturales que se erigen para defender intereses antagónicos a los de la cultura, y las confiscaciones de libros en comercios y domicilios, a través de las cuales se objetiva una inadmisible política de sospecha hacia la inteligencia y hacia la creación artística”.

La repercusión alcanzada por el Encuentro originó distintos estudios, entre ellos, el del académico René Jara, que en 1971, con el sello de las Ediciones Universitarias de Valparaíso publicó un libro denominado “El compromiso del escritor”, en que se adosan las intervenciones de los escritores y del público.

Los acontecimientos de septiembre de 1973 marcaron profundamente a la Sech y a sus integrantes. El 20 de octubre de ese año, veinte escritores rodeados de uniformados con metralletas, procedieron a escoger a mano alzada un Directorio que hará historia.

Víctor Mauricio Hernández Godoy

Presidente

Sociedad de Escritores de Magallanes

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