Los escritores opinan

TERCERA JORNADA SIMPOSIO DE LITERATURA

 Contradicciones y vicisitudes del libro digital

Catalina Infante

Desde que me invitaron a participar de este simposio sobre literatura digital, he reflexionado mucho sobre cómo está funcionando el mundo del libro en el contexto de la pandemia, desde la creación literaria hasta la venta y el formato del libro. Me parece sumamente importante como escritores, editores y libreres, como parte de la cadena del libro en general, que hagamos juntos esa reflexión. No sé si tengo elaboradas muchas certezas en esta ponencia, sino más bien demasiadas preguntas. Pero mi idea es plantear esos temas y abrirlos al diálogo.

La pandemia de alguna manera está cambiando nuestra forma de aproximarnos a la literatura. Muchos de esos cambios aún ni siquiera logramos dimensionarlos. Quizás me voy a adelantar un poco a los tiempos, pero quiero invitarlos a hacer el ejercicio de pensar una industria del libro, post pandemia, liderada por el libro digital.

En estos contextos de crisis, debido a los nuevos hábitos de consumo que estamos teniendo, hemos visto un crecimiento de los productos digitales en general. El cierre de las librerías y bibliotecas, y el distanciamiento social, han hecho que la venta de libros digitales creciera en España, por ejemplo, un 50% en lo que lleva del año. En Chile, por lo bajo, un 25%. Así también, en paralelo, ha crecido la oferta de libros digitales gratuitos que están disponibles en Internet, muchos de ellos pirateados. Esto último, si bien siempre ha existido, no ha dejado de ser polémico y ha obligado a las editoriales a estar muchos más atentas al tema. Incluso algunas han iniciado campañas contra el pirateo; hay una amenaza ahí que se hace latente y les incomoda.

La publicación de libros digitales ha venido creciendo exponencialmente desde hace muchos años. En mi vida como editora he asistido por lo menos a siete charlas en jornadas profesionales de Ferias del Libro, donde algún experto vaticinaba, cual Nostradamus, la muerte del libro en papel. Pero la verdad es que ese futuro parecía no llegar nunca. Hasta antes de la pandemia, el libro impreso gozaba más o menos de buena salud, incluso los libros digitales parecían fomentar la lectura de libros en papel. Pero me parece que desde la pandemia esta realidad amenaza, ahora sí, con cambiar; estamos en un contexto en el que el libro impreso no tiene cómo competir. Lo intenta, pero sin duda el libro digital es mucho más aventajado en un mundo que se está digitalizando. Y aunque ese contexto pueda variar, y devolvernos la “normalidad”, supongo que la gente ya le habrá tomado el gusto a leer en pantalla y prefiera permanecer allí, dejando al papel para ocasiones especiales. Ahora la Nostradamus soy yo.

Personalmente siempre he leído en papel. Trabajo escribiendo, editando y vendiendo esos hermosos objetos. Pero a raíz de la cuarentena me atreví por fin a superar mi resistencia a leer en digital. Ahora mismo me estoy leyendo “El infinito en un Junco” de la española Irene Vallejo, que paradójicamente es un ensayo que recorre la historia del libro físico, desde su invención en el mundo antiguo. Leer en digital la historia del libro en físico me parece que es una imagen icónica del cambio que estamos viviendo. La experiencia de esa lectura ha sido maravillosa. Por supuesto no tiene la mística o la belleza performática de leer de un objeto vivo y de tradición histórica como es el libro, pero debo admitir que es muy cómodo. Puedes leer varios libros a la vez sin saturar tu velador, subrayas y escribes tus impresiones sin sentir que profanas algo. Tienes acceso prácticamente al libro que quieras, en un click. Este tipo de lectura empieza a ser para mí, que soy dueña de una librería, algo peligrosamente adictivo y que me genera muchas contradicciones internas.

El libro que leo en mi pantalla, “El infinito en un junco”, va narrando todos los cambios que ha vivido el libro, y cómo cada paso de un soporte a otro ha estado ligado a procesos sociales y políticos profundos:  piedra, arcilla, papiro, pergamino, papel manuscrito y papel impreso.  Y observando esa extensa línea de tiempo, resulta obvio que el paso a la literatura digital es solo una evolución más en el soporte de la literatura. Quizás la pandemia sea ese profundo cambio social que va a asentar definitivamente al libro digital, y que quizás culmine en la extinción del libro en papel. Imagino un futuro con ex imprentas convertidas en bares de hípster futuristas, las librerías como tiendas fetiche, como las que hoy albergan vinilos, y al oficio de librero como algo tan tradicional y pintoresco como un organillero de barrio. Parece distópico y quizás exagerado, pero no hay que temer verlo como una realidad posible.

Si uno se pone a reflexionar, el aumento de las publicaciones digitales puede tener muchísimos aspectos positivos. Ahorra muchos costos, simplifica las producciones, las agiliza, abarata los libros, permite más publicaciones, permite a más gente acceder a la literatura. Para la gente de regiones, por ejemplo, que hoy presenta dificultades de acceso a editoriales extranjeras o más especializadas, este es un cambio que los beneficia. El hecho de que si eres de la isla de Tenglo, y tienes un celular inteligente, puedas tener el mismo acceso a los libros que si vives en Providencia, es un paso importante, descentralizador y democrático.

Por otra parte, y esto para mí es lo más importante, los libros digitales son sumamente ecológicos. Al ahorrar procesos y material tenemos menos impacto medioambiental. La industria del papel y las plantas de celulosa son uno de los grandes contaminantes del medio ambiente, consumen grandes cantidades de agua y de energía. Va a llegar un momento (ya llegó, pero insistimos en estirar el chicle) en que ya no vamos a poder ni va a ser sostenible producir todo el papel que consumimos.  Por lo tanto, tampoco es sostenible para la especie humana que sigamos publicando y leyendo libros en papel. El libro digital en ese sentido es una salvada medioambiental, y aunque nos cueste para los que trabajamos en este rubro, hay que asumirlo y hacernos cargo.

Pero también la literatura en digital tiene “lados b” preocupantes para los escritores y editores. Internet es una tierra libre, salvaje e indomable. Uno de los riesgos de que el circuito preponderante del libro sea este es la fácil piratería, lo cual significa una amenaza importante al derecho de autor.  

 Alexandra Asanova, una joven de Kazajistán que fundó el 2011 la web Sci Hub, que brinda acceso gratuito a artículos científicos pirateados, puede ser un caso interesante de analizar al respecto. Creó esta plataforma porque le parecía injusto que los papers científicos tuvieran derechos de autor y estuvieran apropiados por las editoriales. Estas cobran altos costos por ellos, lo que hace que algunas Universidades de países menos desarrollados no puedan pagarlos y por ende sus estudiantes no puedan tener acceso ese conocimiento. Eso la motivó a crear una plataforma donde cualquier persona pudiera acceder gratuitamente a la mayor cantidad de papers; como Robin Hood los roba y pone a disposición de todos ¿Porque? Porque cree que el acceso al conocimiento es un derecho universal. Por supuesto fue demandada por infracción de derechos de copyright, y hoy está escondida, probablemente en Rusia. Le han intentado bajar la web varias veces, pero ella, que es una hacker profesional, la vuelve a subir. Para muchos es una heroína, para otras una delincuente. Sea lo que fuere, su plataforma tiene hoy casi 60 millones de PDF, que en teoría tienen derecho de autor, y que ayudan a millones de estudiantes y científicos a avanzar en sus investigaciones

¿Qué relación tiene esto con la literatura? Hoy ya existen muchas páginas de libros gratuitos pirateados, y eso podría explotar aún más, quizás al nivel de Sci Hub. Este tipo de plataformas se multiplican a velocidad de la luz en Internet, para todo tipo de arte; que alcancen también a los libros de ficción y no ficción es cuestión de tiempo. Los lectores de hoy, millennials y generación Z, nos movemos con una libertad por Internet que no tiene límites, no le tenemos miedo a apropiarnos del contenido disponible. El concepto de “copia” o “pirateo” no existe, no hay culpa moral, es un derecho legítimo. ¿Está la industria preparada para estos lectores?

Los escritores pensamos que entre más protegemos nuestros derechos de autor más se garantiza la producción de la literatura, porque es lo que nos sustenta. ¿Pero qué pasa si no es tan así? En la industria de la música, por ejemplo, en los años 2000, cuando Shawn Fanning creó la plataforma Napster, donde por primera vez se podían bajar canciones gratis, los adolescentes de entonces iniciamos una apropiación de la música sin precedentes, que terminó con el tiempo por quebrar la comercialización de cds. La propiedad intelectual de los músicos se relativizó, pero por otra parte, la apertura de Internet dio la posibilidad de que millones de artistas emergentes pudieran conectarse directamente con su público, crear sus propios discos de forma independiente, sin la necesidad de pasar por un contrato con una disquera. Eso cambió radicalmente la forma de hacer música, y los mismos estilos musicales se diversificaron. Esa vitrina de fácil acceso, que le dio la gratuidad a la música, les proporcionó a los músicos otras formas de sustento, más allá de la venta de los discos, como giras, conciertos, contratos publicitarios, entre otros.

Con la avalancha del libro digital a los escritores podría pasarles lo mismo. Hace algunas semanas publiqué una nouvelle en formato digital. El libro estuvo durante una semana con descarga gratuita en una plataforma. Solo en una semana lo descargaron casi 700 personas. 700 lectores en 7 días, algo que jamás hubiera logrado en una versión impresa pagada. No recibí un peso, pero sí gané lectores, que hicieron subir mis seguidores en Instagram, que tendrán eventualmente acceso a la información que comparto, como mis talleres literarios, entre otros. Lo pongo como ejemplo porque, al igual que con la música, la gratuidad da libertad a cualquier escritor de publicar, sin necesidad de ser contratado por una editorial, lo que amplía y diversifica los géneros y públicos. Además, da una visibilizad que puede atraer otras oportunidades de trabajo que signifiquen un sustento económico para los escritores mucho mayor a los que pueden dar los derechos de autor. Sé que los derechos de autor van más allá de la plata, tiene que ver con un respeto con la creación. Pero de todas formas es importante hacer este ejercicio de ponerse en escenarios distintos y especular cuál va a ser el impacto de la literatura digital, que si bien lleva mucho tiempo, parece que con la pandemia pateó la puerta y entró con cancha. Hay que abrirse a la posibilidad de que otras formas de publicación son posibles y que eso va a traer otras vías de conexión con los lectores. Un público más diverso que la actual elite de quienes tienen una situación económica privilegiada para comprar librerías.

Todo lo que les he hablado en esta ponencia, que quizás es mucha información dispersa, tiene que ver con una sola interrogante que tengo en la cabeza por estos días: ¿está dispuesta o preparada la industria del libro para sobrevivir a ese cambio y replantearse a sí misma? ¿Cómo sobrevivimos ante un futuro que la pandemia nos adelantó y que recién está comenzando?

Creo que es importante no cerrarles la puerta a estas interrogantes, aunque cueste. No negar esta realidad ni ofuscarnos frente a ella, intentando defender a muerte nuestro mundo de papel y los circuitos físicos de venta, porque de lo contrario vamos a estar condenados a vivir de la nostalgia. Es difícil pensar en un mundo sin libros en papel, pero probablemente los alejandrinos pensaron lo mismo cuando el pergamino amenazaba al papiro. En cualquier caso, la literatura no muere nunca. En vez de vivir con miedo y resistencia hay que empezar a pensar “fuera de la caja” y ver de qué forma los escritores y editores nos vamos a adaptar al mundo digital. La pandemia nos ha demostrado nuestra capacidad humana de adaptación, podemos hacerlo, la cosa es cómo y cuándo. Y esa es una reflexión que tenemos que hacer en conjunto.

Ponencia de Viviana Ávila Alfaro

Antes de comenzar, quisiera contarles que, antes de escribir este texto, tenía mucho miedo, porque no sabía cómo guiarlo… principalmente, porque había muchas preguntas que surgían como posibles objetivos a los cuales apuntar a lo largo de su desarrollo, tales como si la literatura en digital implicaba una mera mudanza desde lo físico hacia lo digital o si acaso implicaba esto otra modalidad gobernada bajo sus propias y nuevas leyes. También me preguntaba cuál era el valor de la palabra que se sostiene en el ciber espacio. Y, si realmente se sostiene, ¿desde dónde lo hace?, ¿desde dónde surge?, ¿cómo se afirma?, ¿cuáles son sus límites si pareciera que el espacio virtual es infinito?

Además, en una era en la cual todo es mercancía, ¿cuál es el valor gratuito de la palabra? Y no me refiero a gratuito como cualidad de esta, sino a que, quien tenga acceso a la red puede inmiscuirse, por defecto, en la literatura en digital gratuitamente o sin pagar demás (o la mayoría de las veces). Si lo caro tiende a considerarse bueno y elegante, ¿acaso la palabra en digital es pobre y vulgar?… ¿cuáles son las nuevas metáforas a partir de las que se comprende este espacio virtual? Si consideramos que este es precisamente un espacio en el que se ubica la literatura digital, podríamos afirmar que esta forma parte, junto con otros contenidos, de este universo multisemiótico cuyas bases están en el internet y que conforman distintos territorios cuyos límites son difusos y desconocemos aún.

Desde tiktoks hasta los blogs encontramos diferentes relatos que conforman parte del territorio del ciberespacio. Desde un pie de página aliñado con emoticones, hasta poemas publicados en Instagram, leemos en digital. Y, si acabo de señalar que el ciberespacio es como un territorio, empleo esta metáfora, pues, según Lakoff (1980), estas se encuentran entre nuestros principales vehículos del entendimiento y qué más quisiera yo que comprender en qué va la literatura en digital. Creo relevante, por otra parte, enfatizar sobre el contexto posmoderno que le concede una atmósfera particular a la literatura, más aún en este formato, quizás, incluso vanguardista. Habermas (1989) señala que “La vanguardia se ve a sí misma invadiendo territorios desconocidos, exponiéndose al peligro de encuentros inesperados, conquistando un futuro, trazando huellas en un paisaje que todavía nadie ha pisado” (p.133).

Si consideramos, entonces que la literatura en digital se configura como un territorio del espacio virtual y que, como tal, se construye a través de la palabra, cual ladrillos de una casa, esta tiene proyecciones infinitas dado el espacio infinito que habita: no hay ni principio ni fin, por lo tanto, sus posibilidades se extienden hacia nuevas vías de expresión, cual carreteras, que transportan mensajes en multidirecciones que desconocemos, pues rebasan las fronteras de nuestro entendimiento del espacio: no hay ni un arriba ni un abajo, ni un lado ni el otro; el todo es más que la suma de sus partes y existe, por lo tanto, un sinfín de posibilidades de intervención de la realidad a través de su producción. Ya Lyotard (1989) propone que “la humanidad solo se plantea los problemas que está en condiciones de resolver (…). Si hay que transformar el mundo es porque él mismo se está transformando. (…). Si es verdad que el mundo pide ser transformado es porque hay un sentido en la realidad que pide acontecer” (p. 150-168), por lo tanto, si escribimos en digital, trasformamos también este mundo con su irrupción ¿que pedía acontecer?

Sin embargo, y pese al infinito espacio en el que la literatura en digital tiene proyección, de todos modos, se constriñe a ciertas plataformas que pareciera preferir por sobre otras. Si seguimos con las metáforas, entonces, dentro del territorio cibernético, la literatura se “muestra” en multi tiendas favoritas como Facebook e Instagram (del multimillonario Mark Zuckerberg) ambas, redes sociales que han funcionado como vitrinas de la creación literaria[VÁA1] . Comunes se han vuelto las publicaciones en estas redes sociales que se llenan o no de likes. Ahora la crítica literaria se aborda desde diversas aristas: están lo capos de las letras que conocen sobre la teoría literaria y pueden enarbolar una opinión teórica sobre esta y están los seguidores, fans que evalúan tales contenidos bajo sus propios criterios: el impulso de presionar el ícono del dedito hacia arriba del me gusta, el corazón del me encanta o el ícono amarillo que abraza un corazón del me importa son quienes evalúan ahora la obra en digital.

Las maneras para significar en este espacio han empleado desde el recurso básico de la palabra tipeada en el celular, computador o tablet, pasando por el collage meticulosamente confeccionado hasta la inclusión del video o el sonido en poemas, por ejemplo. Sin embargo, esto no es tan nuevo y nos recuerda, por ejemplo, al video de los poemas concretos brasileros Cinco, Velocidade, Cidade, Péndulo y Organismo, donde las letras, las voces y las imágenes interpelan a quien se sumerge en sus recursos hipnóticos.

La experiencia estética amplía sus posibilidades de expresión democratizando, quizás, el acercamiento hacia nuevas formas de escritura y de lectura. Y son nuevas en el ámbito de la creación, en tanto existe la posibilidad de hiper reproducción de un poema o escrito otro que se repite y repite por Instagram stories y que la gente comparte y comenta y le pega stickers virtuales o gifs y escribe notas al margen. Quien escribe, tipea tal como lo hizo antaño en una máquina de escribir, sin embargo, su reproducción se ha tornado masivamente virtual. La información se mide en bits, bytes, kilobytes, megabytes, gigabytes o terabytes, unidades de mesura sobre el tamaño de los archivos, la capacidad de almacenamiento, la velocidad de transferencia de datos, etc. Asimismo, quien lee, sigue haciéndolo de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, a menos que estemos frente a un caligrama o algún otro género que exija restricciones para su proceso, entonces, ¿qué es lo que tiene la literatura en digital que no tenga la de antaño?, ¿acaso esta tiene un rol o aquello se lo imponemos porque estamos inmersos dentro de esta cultura?, ¿qué nuevos caminos nos abre la literatura en digital?

Quienes prefieren el formato antiguo del libro físico apelan casi al romanticismo de dar vuelta la hoja de manera mecánica usando la energía del cuerpo en ello, la voluntad de acariciar una página entrañable, marcar con un post it alguna cita fantástica o sentir el olor a libro provocado, entre otras cosas, por la descomposición química llamada hidrólisis ácida que producen compuestos orgánicos volátiles como el tolueno, etilbenceno, vanilina (que le da un olor a vainilla) o el furfural, entre otros. La literatura en digital también se puede portar en el Kindle, por ejemplo. Acá ponemos notas, cargamos la obra de quien escribe y podemos también acariciar aquella palabra certera que quedó flechada en nuestro corazón. Sigo preguntándome, entonces, ¿cuál es la peculiaridad de la literatura en digital?, ¿qué es lo que tiene esta que no haya compartido con la de antaño?

Precisamente, no se trata tan solo de un mero cambio de territorio, sino de sus posibilidades de existencia. Se puede almacenar en la nube de este lugar que pareciera tener su correspondencia con nuestro mundo real: se guarda, se compra, se vende, se muestra, viaja, recorre, se comparte, al igual que los libros. Quienes escribimos en digital, asumimos una nueva identidad virtual, pues, somos un ícono de nosotras mismas. O así nos presentamos ante los demás. Somos una carita chiquita en la esquina de la pantalla del teléfono de alguien que desconocemos. Somos esa carita chiquita que escribe cosas que otros gustan de leer. Somos la escritora que tiene el nombre de usuario que esconde el que nos pusieron nuestros padres. Somos una reducción en bytes de nosotras mismas y nuestra obra es un contenido más de toda la infinidad de elementos circulantes en el ciberespacio.

¿Cuál es el territorio de la palabra, entonces, en este ciberespacio? Pues, creo que la respuesta es la literatura misma, vale decir, la literatura en digital es su propia edificación. Se sostiene a sí misma, pues dentro de este territorio es recipiente de su propio canon. Y no solo contiene a la literatura de editorial, sino todo aquello que circula fragmentariamente: los folletos, los fanzines, los poemas sueltos, toda palabra que se haya transformado en píxel. Habrá que tener cuidado, entonces, con la belleza y cómo esta permea este universo paralelo en el que convivimos, pues

“la transformación sin más, un gesto instantáneo que en definitiva no vaya más allá de su propia instantaneidad, el proceso en sí se ha convertido en el único y exclusivo propósito del arte; (…) tan acelerado que todas las imágenes se han disuelto en el flujo de la transformación continua, hasta el punto de que ya no se puede afirmar (…) que exista forma alguna” (Raine, 2015, p.67)

Si existe, según Raine, una carencia de la belleza en la literatura, ¿esta también se traspasa al mundo del píxel?, ¿permea esta crisis las barreras desde el mundo físico hacia el mundo digital? Sin embargo, es una cuestión a la que habría que atender en algún momento si nos planteamos describir cómo es que la literatura en digital obra dentro de su propio campo de existencia o acción, dado que no solo es, sino que se reproduce a sí misma en serie a lo largo de la cadena de producción industrial en una proyección infinita y absolutamente posible en distintos contextos, tal como los múltiples universos que se muestran en la serie animada The midnight gospel en Netflix.

Por otro lado, pareciera, para el caso de espacios de literatura gratis, que la democratización del conocimiento ha comenzado a transformar el mismo terreno en el que se edifica. Si bien el mundo editorial requiere de recursos económicos para sostenerse, existen contratos que, en la literatura, liberan su reproducción en otros formatos físicos y digitales, como la fotocopia o el escaneo, respectivamente, para romper con las barreras de la prohibición. En una entrevista del 2014 a la escritora y ganadora del Premio Nacional de Literatura 2018, Diamela Eltit señala que “lo virtual contiene todo, en internet está todo, desde las cuestiones más desalmadas hasta cuestiones muy sorprendentes”. Ubicaría dentro de estas últimas cosas sorprendentes a la literatura, pues sabemos y reconocemos su valor simbólico para el desarrollo del espíritu de las personas y de la cultura.

No podemos desconocer, sin embargo, la brecha no solo generacional de la literatura en digital, sino también la social. En un país con las características del nuestro, estas parecieran configurar todas las relaciones de intercambio de bienes y servicios, incluyendo los culturales. Por ejemplo, en un estudio publicado por Moya y Gerber (2016), se señala que quienes acceden a la literatura en digital, son los mismos que también leen en formatos impresos (y es por eso, que los llaman lectores omnívoros)

“(..) perfil omnívoro en este caso sugiere una forma de trazar barreras simbólicas, en tanto se constituye como un grupo aventajado socialmente, con un perfil similar al de los que exclusivamente leen en formatos digitales. Esto sigue el patrón encontrado por otros estudios donde se asocia el omnivorismo a una nueva estrategia de distinción (Coulangeon y Lemel) y a un discurso ostentatorio de la diversidad donde se vincula el eclecticismo de las prácticas culturales con una visión más abierta y tolerante, propia de grupos privilegiados (Fridman y Ollivier)” (p. 75)

Por lo tanto, y pese a los esfuerzos del mundo cultural por romper con las barreras de la desigualdad y las brechas de acceso a los bienes simbólicos y culturales, persiste aún un velo invisible que oculta que algunas de estas vallas de antaño se han caído. Pese a todo, y para ir concluyendo ya, se debe poner suma atención al acceso de este mundo virtual a través de una pertinente y oportuna alfabetización digital que permita abrir las puertas del territorio de la literatura y sus confines para que las brechas generacionales, de clase, de género y de todo tipo puedan ser subsanadas en pos de la democratización del conocimiento y la cultura.


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