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CARA Y SELLO DE PABLO DE ROKHA

Mario Ferrero

 (Fragmentos del libro Memorias de Medio Siglo, 1994.)

Hay hombres que, en la literatura, tienen una vida fácil, amable, plácida; que reciben todo tipo de homenajes y reconocimientos oficiales, que son embajadores o altos funcionarios de gobierno, que gozan de la simpatía de sus colegas y han sido objeto del halago constante de la crítica. Pero los hay también de vida dura, amarga, trágica, tocados cada día por la mano de un destino aciago, increíblemente tenaz y despiadado. Estos suelen ser hombres neuróticos, de difícil trato, a quienes rodea la enemistad de una lucha sin cuartel, atormentada por el desengaño, la frustración o la envidia.

Este podría ser el retrato síquico que la crítica y muchos de sus colegas han asignado a la poderosa personalidad de Pablo de Rokha. Esta era, también, la impresión subjetiva que yo mismo tenía de él antes de conocerlo en la intimidad: la de un hombre arbitrario, inhumano, ególatra, independiente, preocupado sólo de sí mismo, de carácter anárquico, violento, sin el menor sentido de la responsabilidad social y totalmente desarraigado del grupo familiar, hogareño.

Pero ocurre que, en la práctica, Pablo de Rokha era precisamente lo contrario de aquel ogro intratable que nos quisieron mostrar desde jóvenes. Era un hombre afable, preocupado hasta lo inverosímil de su familia y de su pueblo; un ser de trato cordial, amigo de sus amigos, tierno en la intimidad, de carácter emotivo y dotado de un excelente don de camaradería.

…Tuve el privilegio de disfrutar ampliamente de su amistad. Lo había conocido con motivo de un homenaje que le tributamos a su regreso de Estados Unidos, en compañía de Winett; era amigo de todos sus hijos, pero no había tenido la oportunidad de frecuentar la generosa hospitalidad de su hogar.

…Tanto me acostumbré al atrayente espectáculo de su amistad, que comencé a visitarlo con frecuencia. Un día cualquiera, Pablo me propuso que trabajara con

él. Se trataba de hacer una gira al extremo sur del país, llevando libros y cuadros para la venta. Acepté de inmediato.

…Allí comencé en verdad a conocer a Pablo de Rokha. Viajando en ferrocarril en carro de tercera, instalados lo mejor posible en los durísimos asientos de madera, con el tren atestado de un público abigarrado y expectante, entre vendedores de naipes y de peinetas, ciegos cantores que bebían como condenados y rubicundas madonas premunidas de termos y gallinas fiambres. Pablo era un ser absolutamente feliz. Antes de llegar a Rancagua, ya habíamos consumido tres botellas de vino, un causeo de patas, un conejo escabechado, media docena de tortillas y una cantidad impresionante de huevos duros. Como el tren iba demasiado lleno y el viaje se hacía insoportable, Pablo propuso, o más bien dispuso, que nos bajáramos a almorzar en San Rosendo, alojáramos allí y continuáramos al día siguiente hasta Osorno, en donde haríamos la primera escala comercial. Y así lo hicimos, pero como al día siguiente tampoco pudimos viajar con holgura, nos quedamos en San Rosendo y comenzamos a vivir la aventura de los libros.

…A través de este ir y venir por los recodos del país, fui conociendo las costumbres de Pablo de Rokha: su hábito de dormir sentado, a la manera huasa, cuando el humo de la noche había hecho rebasar las copas; su afición por las casas grandes y antiguas, esas casas con tres patios y corredor descubierto que todavía se conservan como reliquias del pasado; su obsesión por el aire limpio y libre, que lo hacía dormir con la ventana abierta en pleno Coyhaique y que le llenaba el cuarto de avutardas y grandes pájaros de neblina.

…Lo visité hasta sus últimos días, tanto en el hospital como en la casa de su hija Juana Inés. Se encontraba triste, profundamente abatido, extraño de sí mismo, por primera vez inseguro. Nada, sin embargo, hacía presentir su dolorosa y sorpresiva determinación de suicidio. Hasta que vino el balazo gigante, descomunal como su vida, ese disparo horrible que estremeció a todo Chile.

…Los diarios del país informaron de su suicidio con caracteres conmovedores y hasta hubo un periodista que pidió, por radio, banderas y ramadas de pata en quincha para recibir, en el cielo, al gigantón de la poesía chilena. Los titulares de los periódicos son el reflejo directo del afecto popular, de la simpatía entrañable que había sabido conquistar este humanísimo trabajador de las letras.

“El huaso de Licantén de frente al infinito”, “La muerte acalló su voz de volcán”, “Se mató el inmortal Pablo de Rokha”, “Final violento como su vida y su poesía tuvo De Rokha”, “En su casa hecha con libros, se mató el poeta del pueblo”.

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