Los escritores opinan

LA “OTRA” COLONIA TOLSTOYANA

Por Marcelo Mallea H.

La fascinante historia de la “Colonia Tolstoyana”, cuenta la vida de un grupo de escritores, admiradores del conde Lev Nikoláievich Tolstoi, más conocido como León Tolstoi, un famoso novelista ruso, creador de “Guerra y Paz”, “Ana Karenina”, “La Muerte de Iván Ilich” y “El Reino de Dios está en vosotros”, entre muchas otras obras.

Él, tomó la decisión de dejar su lujosa vida y entregarse por entero a las labores del campo, en Yásnaia Poliana, fundando una aldea-escuela para hijos de campesinos, sirviendo como zapatero y pedagogo, inculcando valores de respeto hacia la naturaleza, el amor por el trabajo y el bien común.

Este fervoroso eco encontró refugio en Augusto Goemine Thomson, más conocido como Augusto D’Halmar, Julio Ortiz de Zárate y Fernando Santiván.

En el año de 1904, estos jóvenes tomaron sus maletas y se embarcaron en tren a un terreno que un primo de Fernando Santiván les cedió amablemente en la precordillera de Bulnes, cerca de Chillán, para fundar una colonia que siguiera los postulados morales y filosóficos del escritor ruso, por lo tanto su escuela sería la culminación de este loable proceso.

Mientras tanto, en la capital ya se comentaba el plan llevado a cabo por “tres locos” y reflejado en algunas crónicas del periódico, que decían lo siguiente:

“Un grupo de muchachos artistas proyecta salir para el sur, con el fin de fundar una colonia inspirada en las teorías religioso-filosóficas de Tolstoi.

Es de presumir que los colonos intentarán vivir desnudos, como Adán, metiéndose en las selvas de raíces, animalitos y peces crudos.

Es de lamentar que Eva haya sido excluida de esta comunidad; seguramente los colonos habrían tenido ocasión de formar, con ella, moralizadores cuadros plásticos…”

Recibieron también las noticias del poeta Pezoa Véliz, desde Valparaíso, atraído por esta iniciativa, al igual que los pintores Backaus y Burchard, más las congratulaciones del poeta Manuel Magallanes Moure, quien se excusó, pero que ofreció toda su ayuda.

Fernando Santiván les confiesa que tuvo que vender algunos muebles y ropas de su cuarto de estudiante por apenas un puñado de monedas, pero que recuperaría con creces al llegar al sur y cobrar un terreno prometido por un pariente, tal vez una quinientas hectáreas.

Los valientes intelectuales llegaron a Temuco y por la mañana caminaron hacia Antilhue.

Sabían que la tarea era difícil, el único capital con que contaban eran sus manos. Pensaban construir una “casucha” provisional o un rancho con ramas, hojas, todo hecho a mano.

Cambiaron el rumbo hacia Arauco, una región menos desamparada, a continuación transbordaron en San Rosendo y tomaron un tren a Concepción.

Augusto recordó entonces a un amigo de apellido “Guerrero” que vivía en esta ciudad o tal vez en Talcahuano.

Comentaron que pasaron la noche en un hotel que decía “pieza para alojados”, donde se batieron a duelo con chinches y camas zaparrastrosas.

Al día siguiente marcharon al Biobío, buscando todo el día en calles y pensiones al famoso amigo Guerrero.

Conscientes de tal empresa, sintiéndose embaucados por Augusto, hambrientos y sin dinero, no dudaron en sacar fuerzas y continuar su búsqueda que dio buenos resultados.

El amigo Guerrero los recibió con los brazos abiertos, les mostró sus aposentos consistentes en cojines rellenos con maíz y un extenso suelo.

Este personaje resultó ser un excéntrico de la limpieza y los preceptos higiénicos, ejerciendo su poder casi hipnótico sobre los tolstoyanos.

Luego de una muy mala noche, son despertados al despuntar el alba, ya que Guerrero acostumbraba a baldear la pieza.

Los pobres tolstoyanos recogieron sus pertenencias, treparon sobre las sillas aún en pijamas mientras Guerrero limpiaba con asombrosa dedicación, baldeando la pieza una y otra vez.

Al irse le gritaban ¡salvaje!…!, ¡hasta la otra vida…imbécil!

Al continuar con su pesada caminata, retomando el camino a Concepción, hicieron un brusco giro hacia Arauco donde los parientes de Santiván.

En este trayecto pretendieron buscar agua y dieron con un lugar repleto de supuestos cuatreros que los intimidaron y conminaron a quedarse.

Los tolstoyanos huyeron a más no poder, asustados y con una pistola a fogueo, de propiedad de Fernando, intentaron defenderse.

Augusto les confesó en medio de un brindis que conocía a un poeta llamado Manuel Magallanes Moure que puede recibirlos en un pueblecito “casto y puro” llamado San Bernardo.

Esto supondría varias ventajas, como por ejemplo vivir cerca de Santiago. Tendrían una escuelita para niños pobres y ejercerían el apostolado libre de presiones.

Llegaron a la estación de ferrocarriles de San Bernardo, disfrutando de hermosos árboles con frutos pintones, acequias con agua cristalina y un rebosante futuro a cuestas.

Al llegar, se encontraron con el poeta que los condujo a su casa.

Hablaron con Amalia, esposa de Manuel, quien les entregó un terrenito esporádico para fundar la colonia.

Nuestros amigos se quedaron en San Bernardo, el pueblecito casto y perfumado descrito por Fernando Santiván, un largo tiempo más.

Augusto leía “la Parábola del sembrador”, mientras araban la tierra acompañados de un par de bueyes mansos.

Llegaron muchos intelectuales, artistas de la época a vivir en esta Colonia Tolstoyana. Disfrutaron de bellos crepúsculos y ritos al sol.

Érase Canut de Bon

Carlos Canut de Bon Robles, era uno de los residentes más desconocidos de esta empresa colectiva llamada Colonia Tolstoyana.

Eximio pintor y escultor de la Escuela de Bellas Artes, nacido en San Felipe en 1877, se le recuerda como un gran vividor y bohemio, pero de gran veta artística, autor de numerosas colecciones públicas, como los monumentos a Manuel Rodríguez en Temuco y San Fernando, el del Aviador Acevedo en Concepción, de Arturo Prat en Talcahuano y a la Batalla de Chacabuco en Los Andes.

Obtuvo además importantes distinciones y medallas oficiales en los salones de 1904 y 1906, también en Talca, Chillán, Concepción y Quito.

Carlos era considerado el “rey de los bohemios”, por su estilo desgarbado, siempre vestido de negro y con una corbata de lazo, llevando a cuestas una croquera con dibujos.

Era visto en “La Piojera” ofreciendo estatuas clásicas en miniatura e incluso durmiendo en la vía pública; los banquillos del ex Congreso Nacional eran sus preferidos o pasando por hacinadas piezas de conventillos.

Cuenta el poeta Andrés Sabella en una anécdota recogida por Oreste Plath, que el artista vivía en un barrio pobre y no tenía luz eléctrica, por lo que tomaba una vela de una animita cercana para alumbrarse durante las noches.

Un buen día corrió la animita hasta la puerta de su casa para tener la mejor luz de barrio y de esta forma no pagar ni un peso a la compañía de electricidad.

La animita pertenecía a una persona que murió apuñalada en las inmediaciones del barrio del parque Cousiño.

Según un artículo de prensa, la animita no fue bien recibida por un vecino que veía llegar cada cierto tiempo enormes cirios. Al enterarse de esto, el buen Carlos Canut de Bon le hizo el favor de correrla hasta su lado “cada día un poco más”.

En otra ocasión habitaba una modesta casa en la Gran Avenida, lugar hasta donde llegaron unos amigos (domingo por la tarde), armando un gran berrinche. Al enterarse que nadie les abría y disponiéndose a abandonar el lugar aparece Carlos Canut completamente desnudo y les grita desde el interior: “¡No puedo recibirlos, estoy amando!” y les cerró la puerta.

Carlos perteneció a una noble familia, su padre fue Juan Bautista Canut de Bon, nacido en España en 1846, quien a la edad de 18 años ingresó a la Compañía de Jesús.

Debido a la situación política del país fue destinado a Argentina y luego a nuestro país donde se retiró de la Orden Jesuita, radicándose en Los Andes como comprador y vendedor de telas, contrayendo además matrimonio con Virginia Robles Aguilar.

Bajo este seno familiar nacieron Salvador, Carlos, Eva y Barack, que también siguió el camino del arte, convirtiéndose, al igual que su hermano, en pintor.

Barack fue alumno de Juan Francisco González en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, integrante de la Generación del Trece que tuvo una marcada influencia Impresionista, fundador también de la Sociedad Juan Sebastián Bach que más tarde dio origen al Conservatorio de Música creado por Jorge Peña Hen.

La vida del patriarca, Juan Canut de Bon tuvo un giro importante al convertirse en predicador evangélico y es así como nace peyorativamente el concepto de “Canuto”, término acuñado por un periodista anarquista, que lo utilizó para referirse a los seguidores de este noble hombre que fundó varias iglesias evangélicas en Chile.

El incidente sirio

Luego de haber ganado la medalla de 1909, en la Exposición Internacional de Quito, Carlos Canut de Bon fue escogido para crear el monumento a la República, obsequio de la colonia sirio-otomana a Chile en el centenario y que estaba destinado a permanecer en el cerro Santa Lucía de Santiago.

Durante las celebraciones del Centenario, muchos países enviaron regalos para ser exhibidos en espacios públicos de la capital y este monumento no fue la excepción.

Con gran pompa la obra fue recibida en los faldeos del cerro y mostraba en bronce la figura de una esbelta mujer portando una antorcha, con parte de su busto al descubierto, semi tapada por una túnica ondeando salvajemente al viento y más abajo, en relieve podía leerse: “De la Colonia Sirio-Otomana a la República de Chile en su Primer Centenario. Sea el recuerdo de nuestro sincero afecto, este monumento que permanecerá como reliquia grata. Viendo la fecha, exclame halagado y diga que es una prueba de amor en la fiesta de la gloria y el triunfo”.

La revista Zig-Zag consigna de primera fuente cómo fue el arribo de tan majestuosa figura, un día 18 de agosto de 1912: “A mediodía del domingo último se hizo traslado del monumento que obsequia la colonia siria a nuestro país, desde el taller donde fue fundido, al cerro Santa Lucía, donde quedará definitivamente.

Esta obra, original del conocido escultor, sr. C. Canut de Bon, será entregada oficialmente en el próximo mes de septiembre”.

Sin embargo, según algunas versiones y muchos años después, a comienzos o mediados de la década del cuarenta, la estatua simplemente desapareció sin dejar rastro alguno hasta el día de hoy.

La pregunta es, ¿cómo pudo desaparecer esta imponente obra de arte pública?, sin existir datos o testigos.

La “otra” colonia

Muchos creen que la colonia al estilo Tolstoyano de San Bernardo fue la única formada en el país, sin embargo, existe un testimonio clave del pintor Benito Rebolledo que escribió una carta a Fernando Santiván, contando pormenores de esta otra colonia integrada por insignes artistas, ubicada en la calle Pío IX, a los pies del cerro San Cristóbal.

En la misiva de 1950, Benito escribió: “Mi querido Fernando, estoy terminando los informes que me pediste, “agarré vuelo”; como se dice, no se puede ser breve en un motivo tan trascendental como el que tú estás escribiendo”.

El pintor Benito Rebolledo Correa (en la fotografía) nació en la ciudad de Curicó, fue alumno de Pedro Lira y Juan Francisco González en la Academia de Bellas Artes, además recibió el Premio Nacional de Arte.

Recordemos que Fernando Santiván escribió “Memorias de un Tolstoyano”, a propósito de la experiencia en San Bernardo.

La casa de estos especiales inquilinos era arrendada en $75 de la época (año 1906 ó 1907), cada uno tenía su habitación la que era acomodada de manera simple.

Se hacían llamar “anarquistas”, eran vegetarianos, no consumían alcohol, no fumaban, convivían hombres y mujeres y según palabras del propio Benito: “eran apóstoles de la paz y de la fraternidad”.

Cuenta que jamás hubo disgustos pues intuían que estaban iluminados por una “luz mística”, es decir el “amor a la Humanidad, sobre todo a los más humildes, a los pobres, por los que luchan sin esperanza”.

Publicaban un periódico gratuito llamado “La Protesta Humana”, financiado a través de cuotas y donaciones monetarias de empresarios que aportaban a “la causa”.

La colonia estaba compuesta por distintos personajes, no sólo artistas, si bien eran disímiles entre sí, compartían los mismos ideales: Alejandro Escobar y Carvallo; médico homeópata, Miguel Silva, cuñado de Alejandro; Tapicero y Mueblista, Julio Fossa Calderón; Pintor y Director de la Academia de Bellas Artes en 1930, Vicente Saavedra; Tipógrafo, Manuel Cádiz; Ebanista, Mamerto González; Empastador de Libros, Teófilo Galleguillos; Campesino y trabajador de la Vega, Alfonso Renau, Francisco Roberts y Aquiles Lemure (Lemir), los tres eran Zapateros, Manuel Pinto; Joyero.

Además, la colonia recibía muchas visitas, entre ellas las de Inocencio Lombardossi, un italiano nacionalizado argentino, poseedor de una gran labia, especialmente en los mítines políticos de la Plaza de Armas, desde donde se dirigía a la multitud, con claro acento italiano. Desde allí emplazaba a los Carabineros, con efusivas y teatrales frases: “¡Aquí tenéis mi pecho, el baluarte de los explotados, de los hambrientos, de los que tienen hambre y sed de justicia. Disparad vuestras carabinas mercenarias!”.

ADIÓS A LA COLONIA

Según Benito, los hijos crecieron y aumentaron las necesidades de mantenerlos y educarlos, también porque la tierra no les pertenecía y debían subsistir.

También jugó en contra el constante asedio de parte del gobierno y la policía, ya que abiertamente en más de una ocasión declararon ser anarquistas, sin embargo, al poco tiempo se dieron cuenta que esos ideales no los representaban.

Se decía que eran promiscuos, ya que a diferencia de la colonia de San Bernardo, ellos no tenían voto de castidad; el mismo Alfonso Renau, los emplazó en más de una ocasión diciéndoles: “el voto de castidad que han hecho no les durará siempre. Es sólo entusiasmo de jóvenes de corazón bien puesto. La ley fisiológica, tarde o temprano, gritará en su sangre joven y se casarán”.

Dicho y hecho, pues Fernando Santiván terminó casándose con Elena González Thomson, hermana por parte de madre de Augusto D’Halmar.

Asimismo sufrieron infiltraciones, espías que declaraban para el gobierno las supuestas actividades subversivas que allí se cocinaban, pero nada de eso era cierto y terminaban a favor de la Colonia, al percatarse que no eran capaces ni de matar una gallina.

Concluye la carta con algunas anécdotas más, pero con frases de un verdadero padre protector que lamenta la postergada decisión de otorgarle el Premio Nacional de Literatura a su amigo Fernando Santiván.

Lo que no sabía Benito, es que, dos años después de enviada la carta, en 1952, y ya terminado el libro “Memorias de un Tolstoyano”, Fernando sí recibiría este premio, tal como lo vaticinara, sin querer, casi al remitente de la misiva: “Todas estas maravillas pasaron, Fernando, ante nuestros ojos deslumbrando, como una bella ilusión de juventud. Ahora vivimos rodeados de pestilencia. Se necesita coraje para resistir sin mancharse. Esto tú lo sabes también como yo o mejor que yo”.

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