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«Corral»: En ese infierno blanco que se torna oscuro

Por Aníbal Ricci Anduaga

Publicado el 28.9.2024

Corral (Editorial Cuarto Propio, 2024) es una novela que es imposible dejar sobre el velador: su cadencia, el lenguaje, los personajes muy bien dibujados, los diálogos en prosa, el lector apenas distingue entre transiciones tan fluidas.

Nelson tiene un defecto en los ojos, asimétricos, dan cuenta de un punto de vista dicotómico: el de un carabinero que ha cometido una acción imperdonable con perdigones, dado de baja casi inmediatamente, todo pasó tan rápido y su amigo Pancho también compartió esa suerte, maldición en realidad.

Ese punto de vista culpable, humilde si se quiere, lo va a contrarrestar con otra faceta menos de víctima y más de victimario, una que le permitirá seguir existiendo, pese a la humillación de haber sido apartado de las filas de Carabineros.

Novela llena de detalles exquisitos, como esa crítica velada a la inclusión, esa delicada forma de denominar cosas de otra manera, una realidad alternativa, el villano es el mayor Lorenzo Cádiz, responsable de la muerte de los conscriptos en Antuco, una de las peores tragedias del ejército. El oficial —ahora de avanzada edad—, y el cual forzó a los muchachos a una campaña a veinte grados Celsius bajo cero vestidos con indumentaria no apta para ese clima.

Con numerosas muertes, entre ellas Arturo, cuyo amigo Kevin (sobreviviente) narra con el recuerdo del frío calando los huesos. Tembloroso, su vida ha sido tronchada y repite los sucesos de la tragedia ante la mujer de los lobos. Nelson es testigo del dolor, junto a su padre y su tío, las palabras de Kevin se le quedarán grabadas a fuego.

Nicolás Poblete Pardo, en la voz de Kevin, da cuenta de esa naturaleza implacable, nos adentra en ese infierno blanco que se torna oscuro. Ese muchacho siente culpa de haber sobrevivido, por haber recibido refugio y alimento, y en su relato invoca los ojos de los muertos, congelados, con ideas interrumpidas en esa caminata demencial.

Un infierno desde el cual es imposible restablecer un equilibrio, y donde la normalidad nunca más será parte de su existencia.

La cadencia cómplice

El propio mayor Cádiz ha cambiado su nombre para ser aceptado en un hogar de ancianos: estos militares perdonados por su avanzada edad, tal como los viejos de Punta Peuco recluidos en instalaciones confortables.

Don Manolo es la nueva chapa y el viejo ha reclutado a Nelson, por tratarse de un funcionario en desgracia. No sospecha que será su verdugo, no sospecha que Kevin le contó la verdad y que la señora Ernestina, la madre de los lobos, lo ha aleccionado para ejercer esa justicia esquiva, que no llega a los responsables de altos mandos.

Nelson es un carabinero de bajo rango, que ahora cuida del mayor Cádiz, un ser despreciable, misógino, que compara a las mujeres con gallinas, un hombre que ayudó en la reconstrucción de Valdivia tras el dantesco terremoto, el lenguaje inclusivo es y será algo inútil para enfrentar esa vida real, mucho más violenta, que requiere de decisiones enérgicas.

Cádiz se burla de las tareas estúpidas que afrontaba Nelson, sabe que tomó una decisión errónea en el asunto de los balines, pero una decisión al fin y al cabo. Acostumbrado a mandar, se imponía ante sus subalternos y trata como una sirvienta a Francesca, la enfermera de que se ha prendado Nelson.

Francesca desnuda la vil naturaleza del mayor y en cierta medida, con sus observaciones, justifica la tarea que Nelson llevará hasta las últimas consecuencias.

En efecto, Nelson es el protagonista de esta novela, y si bien es cierto que es un peón dentro del escalafón de las fuerzas del orden, también se le permite obrar fuera de la ley.

Nicolás Poblete Pardo justifica su actuar, aunque sea una especie de juez vigilante de la justicia. Ese entendimiento enterrado en las profundidades de los miembros de las fuerzas armadas, esa idea narcisista de que los destinos de la patria pueden recaer sobre sus hombros.

Con todo, Nelson es un personaje apocado que acata su mala suerte con resignación, incluso debe escuchar a Cádiz referirse a sus familiares militares, de bajo rango, con total desprecio. Pasa desapercibido y Ernestina lo ha entrenado para no dejar rastros, para maquinar todo dentro de su cabeza.

El viejo está recluido en Corral, un pueblo cercano a Valdivia, un verdadero establo para apartarlo de la manada. La tragedia de Antuco fue oprobiosa y el ejército sepultó el delito, que sólo persistió en un diario mural al interior de un cuartel. Testimonio de la gravedad de lo sucedido, pero que los noticiarios olvidaron rápidamente, dejando impunes a los responsables.

Nelson, fuera de las filas de la institución, ahora vive donde su padre y desde esa humilde morada partirá un día a cometer el asesinato de Cádiz.

Son muy elegantes las transiciones de los lugares en que se desenvuelve Nelson: atendiendo al viejo mientras escucha la confesión de Kevin o frente a Ernestina, o bien conversando con Francesca o caminando con sus familiares bajo la lluvia.Los parajes cambian, pero la psiquis de Nelson es coherente en todo momento, dando fluidez al relato, el cual se impregna en la mente del lector, repito, con una cadencia cómplice que lo convierte en un deleite al ir avanzando las páginas.

Una novela de lobos

El mayor Cádiz es un sujeto abusivo de esos que abundan en la institución militar. Narcisista y misógino, apto para soluciones definitivas, pero incapaz de empatía con otro ser humano. Utiliza a las personas, incluso en el estado deplorable de su vejez, en una especie de castigo para alguien tan autosuficiente.

No son tantas las páginas en que aparece este hombre despreciable, pero en todos los demás personajes de la novela ha causado disgusto y a través de esas voces el retrato del victimario implacable parece justificar plenamente todo su derrotero futuro.

La venganza es un tema que Nicolás Poblete Pardo ha utilizado en otros de sus textos, recordemos en Subterfugio cuando el protagonista venga los abusos sexuales perpetrados por un villano proveniente de la clase alta. La venganza, en términos simples, es una suerte de justicia fuera del marco de la ley, de carácter más injurioso contra el victimario que reparador a los daños ocasionados en la víctima.

En la presente novela, nada podrá devolver las vidas de los caídos en la tragedia de Antuco, pero la literatura sí puede vengarse de los victimarios. Los altos mandos son responsables del abuso de autoridad, tal cómo la clase privilegiada abusa contra las clases inferiores.

Nuevamente este sujeto de venganza es culpable de atentar contra la dignidad de los subordinados: los conscriptos de Antuco, el padre y tío en la premilitar, la burla contra Nelson por sus labores para impedir la estampida de meros animales, incluso la humillación de la enfermera al tener que recoger la placa dental del viejo, una muestra de su posición de poder frente al resto.

Así, Nelson busca un remedio ante la injusticia (dado de baja por la institución) y Cádiz será el vehículo para descargar la ira que oculta bajo su piel de cordero, un ser humano que toma una decisión radical para rescatar su condición de ser humano. No es un ser violento, pero las circunstancias lo llevan a cometer ese acto definitivo, antes disparó esos balines sin mucha consciencia, pero ahora es completamente consciente y quizás esta vez se salga con la suya.

Es muy interesante el personaje de Ernestina, la mujer de los lobos, quien representa la furia de la naturaleza, la que domina a los seres vivos: gaviotas y lobos. Ella misma es un lobo, posee innumerables propiedades que le permiten accionar como una diosa. Una loba que gobierna sobre los corderos: Kevin (simbiosis extraña), sobre Juanjo y su hermano (viven en una de sus casas).

Ernestina abusa del poder a su manera, y es una mujer que pareciera orquestar la tempestad que azota la zona durante el homicidio. Una diosa de la venganza, una de las Erinias que habitan el planeta, cuya furia implacable convierte a la venganza en un acto del destino.

La jornada de la muerte del mayor Cádiz transcurre en medio de una tormenta que oculta el salvajismo. La violencia del acto, ojo por ojo, verdadera ley del Talión, en una larga travesía para retornar a Valdivia, como una suerte de lucha heroica, pero orquestada por esa fuerza de la naturaleza que es la mujer de los lobos.

Mediante ese acto, Nelson ha dejado de ser un cordero, se da cuenta de su fortaleza e incluso su mente cree merecer el amor de Francesca.Novela de lobos que gobiernan sobre los destinos de los corderos. Nelson es una especie de héroe que contraría su condición natural mediante el acto de la venganza. Habitante de un país donde los lobos se ensañaron contra la población, donde la justicia llegó tarde o nunca, donde la venganza pareciera ser el rumbo más eficiente para castigar a los culpables.

El lenguaje de la naturaleza

El Chile de Corral es un país neoliberal donde el dinero es fuente de poder. Ernestina gobierna sobre la naturaleza, pero también es una mujer acaudalada. En estas tierras el crimen puede ser ejecutado por un sicario y el pago una condonación de deudas.

Nicolás Poblete va reservando las escenas, la violencia se vierte en las últimas páginas, pero lo hace a través del lenguaje de la naturaleza, uno implacable que gobierna sobre los destinos de los hombres.Los eventos de la furia desatada son brutales, pero la naturaleza tiene su propio ritmo, que permite compartimentar las emociones, distanciarlas.

Una novela que quema los dedos. En la primera parte pospones la lectura para degustar aquello que movía a los personajes, y en la parte final el autor se hace cargo de esta súplica y le otorga gran densidad y significado a esta lucha de poderes, donde el abuso podrá tener cabida y la venganza será implacable.

Es una historia de seres endiosados, aunque el ajuste de cuentas será ejecutado por el héroe menos probable, uno de personalidad retraída capaz de cometer un acto deleznable.

Subsiste la idea de un corral, el lugar donde conviven todos los animales, incluso los seres humanos, todos los destinos entrelazados, donde sobrevive el más fuerte y donde cualquier maltrato puede devenir en una muerte.

Las gaviotas supuestamente picoteando los ojos del viejo, tal como ocurría con los lobos muertos, es un detalle siniestro de la novela, la ley del Talión escrita con la caligrafía inexorable de la naturaleza.Pero la ejecución real es la extracción, algo demencial en medio de esos deseos por procurarle el mayor castigo al victimario: un cordero convertido en lobo extrayendo las entrañas de otro lobo, de una época pretérita.

***

Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es un ingeniero comercial titulado en la Pontificia Universidad Católica de Chile, con estudios formales de estética del cine cursados en la misma casa de estudios (bajo la tutela del profesor Luis Cecereu Lagos), y quien también es magíster en gestión cultural de la Universidad ARCIS.

Como escritor ha publicado con gran éxito de crítica y de lectores las novelas Fear (Mosquito Editores, 2007), Tan lejos. Tan cerca (Simplemente Editores, 2011), El rincón más lejano (Simplemente Editores, 2013), El pasado nunca termina de ocurrir (Mosquito Editores, 2016) y las nouvelles Siempre me roban el reloj (Mosquito Editores, 2014) y El martirio de los días y las noches (Editorial Escritores.cl, 2015).

Además, ha lanzado los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca (Mosquito Editores, 2008), los relatos y ensayos de Meditaciones de los jueves (Renkü Editores, 2013) y los textos cinematográficos de Reflexiones de la imagen (Editorial Escritores.cl, 2014).

Sus últimos libros puestos en circulación son las novelas Voces en mi cabeza (Editorial Vicio Impune, 2020), Miedo (Zuramérica Ediciones, 2021), Pensamiento delirante (Editorial Vicio Impune, 2023), Vivir atormentado de sentido (Editorial Vicio Impune, 2024) y la recopilación de críticas audiovisuales Hablemos de cine (Ediciones Liz, 2023).

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