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Un Verso Alejandrino Oculto en “La Sangre y La Esperanza”, de Nicomedes Guzmán

David Hevia

«En vida, el santiaguino fue reconocido esencialmente como narrador.»                                                                                                                                                  

Nicomedes Guzmán quiso hacer con sus versos lo mismo que con su primer nombre. Relegado éste porque, en palabras de su dueño, Óscar ya daba fama de escritor a Castro, el autor anunció pronto, además, el adiós al canto metrado, pues, como solía recalcar, “en un país de grandes poetas (…), mis afanes líricos no iban a prosperar”. Hasta entonces, la crítica solo contaba con el poemario La Ceniza y el Sueño (1938) y, en realidad, no era poco decir, si se considera que la segunda edición (1960) de esa obra sería prologada por Pablo Neruda, quien no ahorró términos para sostener que, “cuando Nicomedes Guzmán descargó sus libros tremendos, la balanza se vino abajo, porque nunca recibió un saco tan verdadero”.

En vida, el santiaguino fue reconocido esencialmente como narrador, con volúmenes como Los Hombres Oscuros (1939), La Sangre y la Esperanza (1943) y Donde Nace el Alba (1944), pero hacia el centenario de su natalicio, descerrajando un antiguo baúl familiar, la historia reciente acabaría por extender de nuevo el abanico hacia la porfiada estrofa. En efecto, de esa manera se produjo el hallazgo del desconocido cuaderno Croquis del Corazón, que él mismo había escrito y diseñado bajo aspecto de libro a los veinte años de edad. De ejemplar único, el texto, dedicado y obsequiado por el autor a Lucía Salazar, permite ahora estimar con justicia cuánto gravitó la poesía en su pluma, qué influencias abrazó y hasta qué punto esa búsqueda preliminar del vate seguiría latiendo más tarde en su prosa. Del inesperado documento, afincado aún en los tonos dispuestos por Neruda en Crepusculario (1923), destaca la tendencia a construir alejandrinos cuando ya la literatura chilena empezaba a olvidarlos. “El otoño llorando lágrimas de oro en hojas,/ los brazos de la tarde pálidos en el sol/ extendiendo una súplica a las horas fugaces…”. A esa insistencia corresponde Prisma, canto que, dirigido a su amada, arranca a ésta, entre besos, la escena que sublima la línea cuando “cierra el ojo del día su párpado tremendo”. La voz de un entonces inédito Nicomedes Guzmán firma como Darío Octay y, si todavía ahí está explorando un nombre que le dé nombre, su afán por alcanzar el más reputado verso es, igualmente, un tanteo. Se trata, pues, de páginas valiosas también en cuanto acusan vívidamente el oficio de escandir en pleno proceso de aprendizaje. De allí que, por ejemplo, el poema Imagen tropieza en su deseo de esculpir música y hemistiquios perfectos en un pasaje que resulta peculiarmente paradójico: “Yo leo la poesía simétrica de tu alma”. Cuando Croquis del Corazón no tenía más que una sola lectora, y luego de publicarse La Ceniza y el Sueño, la lírica pareció rendirse ante la narrativa y las respectivas declaraciones del escritor no hacían más que reforzar la idea. Sin embargo, la temprana porfía métrica del literato es la mejor pista para decir lo contrario. “Y hasta buscó, a la llegada de los crepúsculos, en los ojos turnios y legañosos de sus ventanas, el reflejo de sus largas barbas, antes de despedirse del mundo y de los hombres”, reza el comienzo de La Sangre y la Esperanza, como si consistiese en la versión extendida del señero “cierra el ojo del día su párpado tremendo”. Casi una década después del silencioso cuaderno, la resonante novela haría suyo algo más que el tema de aquel verso. Y es que el remate del párrafo encierra en prosa un alejandrino. Tantas veces relegado, Óscar puso al fin en primera plana dos hemistiquios perfectos, y llevó a puerto tal audacia diecinueve años “antes de despedirse/ del mundo y de los hombres”.

 

 

David Hevia es autor de “Historia de la Desnudez” (2011), poesía. “La Belleza como Demostración” (2013), ensayo. “Citas para una Historia de la Educación” (2014), ensayo. “Anoche el Día” (2015), poesía, con prólogo póstumo de Heberto Helder. “Doscientos Ensayos sobre Estética” (2016). Ha ejercido como editor de los diarios La Época, El Metropolitano y La Tercera, colaborando, además, en El Siglo y Le Monde Diplomatique. Director de la revista Alerce de la SECH, de la gaceta Léucade y del programa radial Barco de Papel, en Radio Nuevomundo.

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