Escritor del Mes

ROJAS JIMÉNEZ, UN SOÑADOR APRESURADO

Por Luis Merino Reyes

El poeta Alberto Rojas Jiménez nació en 1901 y falleció en 1934, humillado y ofendido por los dueños de una taberna bohemia de aquellos años. Fue expulsado por carecer de dinero, descalzo y sin chaqueta, una noche invernal, con fuerte lluvia. Alguien ha recordado que Pablo Neruda, al informarse en Madrid, de la muerte de su amigo y compatriota, escribió de corrido su poema «Alberto Rojas Jiménez viene volando», ironizado por los bufones nacionales de la época y divulgado hoy por los fieles de la gran poesía.

El libro «Alberto Rojas Jiménez se paseaba por el alba», publicado a fines de 1994, por el Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, prologado y recopilado por Oreste Plath, con la acuciosa asesoría de Juan Camilo Lorca y Pedro Pablo Zegers, sitúa al poeta en su justa dimensión. Grande y cultísimo: en ningún caso un epígono de Neruda, como se le veía antes de la publicación de esta obra.

El tomo que glosamos permite admirar al poeta como divulgador infatigable del arte y la literatura en Europa, con dominio del idioma francés y el alemán, y en su propio país en diarios de la capital y de provincias. No sólo aparece el bohemio Rojas Jiménez gritando «viva el diablo» en el interior de un templo o anunciando, con voz compungida, su propia muerte para obtener unas monedas que le permitieran comer y libar.

No conocimos personalmente al poeta. El falleció en 1934 y nosotros publicamos nuestro primer libro en 1936. Diego Muñoz, amigo y maestro en nuestros difíciles comienzos, nos habló de su simpatía, de su tipo moruno, de su obediencia a los estatutos del vino desde las primeras horas de la mañana.

Muchos años después visitamos en Quillota al inolvidable médico Alejandro Vásquez Armijo a cuya casa solariega llegaban los artistas y escritores, intuyendo en el anfitrión a un arquetipo estudiantil del año 1920. Vásquez que falleció el 22 de junio de 1950, pocos años después de nuestra visita, fue una de las figuras más originales de su tiempo, el famoso año 1920, cuando los nuevas románticos chilenos escribieron sus poemas, derivando algunos a una literatura todavía actual y otros ejercicio de las profesiones universitarias, manteniendo siempre cierto enfoque original, generoso de la vida. Nuestro amigo conservaba originales y cartas de Rojas Jiménez. Una de estas cartas o recados y el original de unas prosas, nos fueron donados por su viuda doña Laura Godoy y nosotros, a nuestra vez, regalamos ambos documentos a la Sociedad de Escritores de Chile, para el Musco del Escritor que se pensaba organizar. ¿Qué pasó con ellos? ¿Qué devoto anticuario transitó por la SECH? Oreste Plath recoge nuestro recuerdo en el libro que nos ocupa, basándose en una glosa publicada en «La Nación» el 8 de julio de 1962. En su recado escrito el poeta pide a su amigo y protector diez pesos para seguir viviendo. Es un documento desgarrador que dice así: «Alejandro. Te ruego me facilites diez pesos. Tú comprendes, recuerdos de la infancia, calles, calles, una hetaira, un poco de trago y ya sólo me queda un veinte. ¡Sueño! ¡Sueño! me he comido dos huevos fritos, 1/2 vino y nada más. Te lo ruego, ayúdame. Estoy en el Hotel Quillota esperando mi salvación de mañana y de noche. (Fdo.) Alberto».

Después de leer el documentado libro echado a vivir por la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos y descubrir un Alberto Rojas Jiménez, erudito, crítico de arte y de libros, cronista singular y siempre poeta, se nos confirma nuestra verdad de que ningún escritor, por dipsómano que haya sido, ha escrito borracho, ni Edgard Allan Poe, ni el inmortal Rubén Darío, el de «las piedras preciosas».

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