PALABRA DE MUJER: PASAJES POCO CONOCIDOS DE 16 ESCRITORAS
Por Victoria Ramírez Llera
En el escenario de la literatura chilena, todavía son muchas las palabras escritas por mujeres relegadas a papeles secundarios. Hoy, queremos dar protagonismo a los textos menos conocidos de dieciséis autoras patrimoniales.
En la primera entrega revisaremos fragmentos de La novia y la carta, de Mercedes Marín; Alberto, el jugador, de Rosario Orrego; Por qué las cañas son huecas, de Gabriela Mistral; y La japonesita, de María Monvel.
Durante cuatro semanas publicaremos nuevas lecturas seleccionadas de distintas autoras, incluyendo algunas representantes de la literatura de pueblos ancestrales, con el fin de iluminar aquellas páginas de la literatura chilena escrita por mujeres que gozan de menos visibilidad.
Mercedes Marín (1804 – 1866)
Hija de su época, Mercedes Marín supo leer y escribir el Chile republicano del que le tocó ser testigo y hoy se le reconoce como una auténtica precursora de la poesía lírica y la poeta más notable de la primera generación de intelectuales de nuestro país, la Generación de 1842. Dueña de una educación privilegiada, fue también una defensora de la formación femenina, por la que abogó como colaboradora de la Sociedad de Instrucción Primaria y otras organizaciones sociales. La “musa de la caridad”, como la nombró Andrés Bello, supo ser un ejemplo tanto para hombres como para mujeres a la hora de relevar la importancia de la igualdad de oportunidades para ambos sexos. En esta ocasión, no nos centraremos en los textos de la autora que le cantó a la patria a través de poemas como el Canto fúnebre a la muerte de Diego Portales o el Himno patriótico a la victoria de Yungay. Traemos, en cambio, su apuesta literaria por narrar una leyenda en verso, con las primeras páginas del poema La carta y la novia.
FRAGMENTO DE LA NOVIA Y LA CARTA
(Leyenda)
Era una noche serena:
Por la tierra difundía
Esplendente luna llena
La dulce melancolía,
Que el corazón enajena.
Cuando su alba luz derrama
La luna en el firmamento,
Busca el silencio quien ama,
Y, ora triste, ora contento,
Allí alimenta su llama.
Que es más hermosa la flor,
Más balsámico el ambiente,
Más misteriosa de amor
La ternura y más ardiente,
A su divino fulgor.
Grato es para el alma pura
En la noche meditar,
Y desde la criatura
Su pensamiento elevar
A la divina hermosura;
Y ver cual los mundos giran
En el espacio inmensurable,
Que por su grandeza admiran
Y por su orden invariable
Altas ideas inspiran.
En honda contemplación
Abismado el pensamiento,
Con sublime inspiración
Busca de Dios el asiento
En la inmensa creación.
Puedes descargar el poema completo en el siguiente enlace:
La novia i la carta – Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile
Rosario Orrego (1834 – 1879)
Rosario Orrego tiene un lugar en la historia de la palabra escrita como la primera mujer novelista, periodista y académica de Chile. Al igual que Mercedes Marín, recibió una educación privilegiada que complementó leyendo a los principales autores nacionales y extranjeros y también hizo del derecho a la instrucción femenina uno de los ejes centrales de su obra. Se casó a los 14 años, tuvo cinco hijos y, tras enviudar, se instaló en Valparaíso, donde da cuerpo a su labor literaria, consistente en novelas por entrega, artículos en distintos medios impresos y poemas. En 1873 fue nombrada socia honoraria de la Academia de Bellas Letras de Santiago, presidida entonces por José Victorino Lastarria. Su novela costumbrista, Alberto, el jugador, la situó como la primera novelista de Chile. Dejamos acá un fragmento de esta señera obra de la narrativa escrita por chilenas.
FRAGMENTO DE ALBERTO, EL JUGADOR
Capítulo I: La casa de juego
Era una noche del mes de setiembre, de ese mes primaveral de brisa tibia y aromática, de cielo puro y despejado, de ese mes que aparece a nuestra vista coronado de flores y cruzando por sobre una alfombra de verdura.
Era el 17, víspera del aniversario de la independencia de Chile. Esa noche la ciudad de Santiago presentaba un golpe de vista hermosísimo con sus calles rectas cortadas a escuadras por edificios más menos suntuosos, pero todos blancos como la nieve. Desde la casa de más humilde apariencia hasta el palacio presidencial, todo parecía haber tomado cuerpo y animándose por una misma idea. El estuque, la cal, la pintura aparecían frescos, lucientes, exhalando ese olor agradable que da el aseo hasta a las cosas inanimadas.
La noche era oscura, precisamente a propósito para hacer resaltar la multitud de luces o luminarias que adornaban los edificios. No se encontraba una casa, un balcón que no ostentase brillante hilera de farolillos de formas y color caprichosos. La enseña simpática de la República pendiente de su asta piramidal se elevaba sobre cada casa inclinándose con gracioso abandono y acariciando en sus ondulaciones las murallas de esa ciudad, antes esclava, ora libre a la sombra del pabellón tricolor. Todo este conjunto daba un aspecto brillante, encantador a la ciudad de Santiago, de ordinario tan seria y fría.
Puedes leer y descargar la novela completa en el siguiente enlace:
MC0075247.pdf (memoriachilena.gob.cl)
Gabriela Mistral (1889 – 1957)
Sin duda, el de Mistral es el nombre más conocido de esta primera entrega. Premio Nobel de Literatura, no solo se dedicó a escribir, sino que se le reconoce universalmente como una gran pensadora de la educación, área en la que jugó un rol clave en la reforma del sistema educacional mexicano y cuyos aportes en la materia siguen vigentes. También se desempeñó como cónsul y representante de Chile en distintos organismos internacionales. Hace varios años, su figura ha tomado distancia de la imagen de maestra rural y compositora de rondas infantiles, para conocer mejor la profundidad de su escritura, expresada en verso, narraciones y artículos. Rescatamos acá el cuento Por qué las cañas son huecas, cuyo manuscrito entregó a la Biblioteca Nacional su albacea Doris Dana.
FRAGMENTO DE POR QUÉ LAS CAÑAS SON HUECAS
Al mundo apacible de las plantas también llegó un día el huésped turbulento de la revolución social.
Dícese que los caudillos fueron aquí las cañas vanidosas. Maestro de rebeldes, el viento hizo la propaganda, y en poco tiempo no se habló de otra cosa en los centros vegetales. Los bosques venerables fraternizaron con los jardincillos locos, en la aventura de luchar por la igualdad.
Pero ¿qué igualdad? ¿De consistencia en la madera, de bondades en el fruto, de derecho a la buena agua?
No, la igualdad de altura, simplemente. Levantar la cabeza a uniforme elevación, de ahí el ideal. El maíz no pensó en hacerse fuerte como el roble, sino en mecer a la misma altura sus espiguillas velludas. La rosa no se afanó por ser útil como el caucho, sino por llegar a la copa altísima de este, y hacerle una almohada donde echar a dormir sus flores. ¡Vanidad, vanidad, vanidad! Delirio de ser grande, aunque siéndolo contra Natura se caricaturizarán los augustos modelos.
En vano algunas flores cuerdas —las violetas medrosas y los chatos nenúfares— hablaron de “ley divina” y de soberbia loca. Sus vocecillas sonaron a chochez.
Puedes leer y descargar el cuento completo en el siguiente enlace:
María Monvel (1899 – 1936)
En solo 37 años de vida y nacida como Ercilia Brito, la iquiqueña María Monvel logró construir una sólida carrera literaria que la situó más allá de los roles de mujer, madre y esposa asignados a las mujeres que transitaron entre los siglos XIX y XX. Escritora, poetisa, crítica, periodista y traductora, alcanzó un lugar destacado entre los representantes de la lírica nacional y ejerció un tiempo como directora de la revista Zig-Zag. Gabriela Mistral, quien fue cercana a ella, comparó su poesía con la de Juana de Ibarbourou y Alfonsina Storni. Acaso anticipándose a su prematura muerte, Monvel se ocupó de forjar su propia antología, bajo el título de María Monvel. Sus mejores poemas (Nascimento, 1934). Acá queremos rescatar su narrativa, aún desconocida para muchos lectores. Compartimos las primeras páginas de La japonesita, cuento publicado en la Revista de Artes y Letras en agosto de 1918.
FRAGMENTO DE LA JAPONESITA
Mit-su, la linda japonesita de cabellos de ébano sedoso, mejillas de azucena y labios bermejos, está triste. Permanece sola en su habitación, sentada a la oriental sobre un cojín que ella misma bordara de pájaros y flores maravillosas.
Sus ojos negros, suavemente oblicuos, permanecen abiertos sin mirar a las cosas de la tierra, pero sí absortos en una intensa contemplación interior. Sobre la falda sostiene abierto un libro que ha poco leía. Es la última obra del elegante literato francés Paul Derould, cuyo estilo exótico, de extraña magnificencia, la ha sumido en un éxtasis profundo. Paul Derould ama el lujo. Sus personajes pertenecen siempre al gran mundo y su pluma goza describiendo faustos deslumbradores. En todas sus obras juega Amor el papel principal, y como las mujeres son tan sensibles a las fascinaciones del lujo y del amor, Paul Derould es el predilecto de las mujeres. La crítica suele asaetearlo duramente, pero el novelista no se inquieta por ello. Sus libros tienen una venta enorme y recibe a diario cartas de mujeres de todas partes del mundo, que traen en sus pliegues perfumados, frases de apasionada admiración. Derould no desea otro incienso. Sus libros le proporcionan dinero y amor; muchos amores: incógnitos los unos, visibles los más… y también un poco de gloria, pese a las auras requisitorias de los críticos graves, que se escandalizan por su éxito de librería.
Puedes leer y descargar el cuento completo en el siguiente enlace:
La japonesita – Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile