NOSTALGIA DE RODRIGO LIRA
Carga en los hombros un hombre
poncho de pellejo humano.
La historia del mundo
en una cartilla de pollagol
llena de notas al margen.
Dibuja el mapa de la plaza el barrio.
Lugares donde fumar unos pitos
bajo los frondosos árboles
del pedagógico.
Quién detendrá la marea del tiempo
con los brazos abiertos,
la sangre, la saliva, el llanto.
Autocultivo de un cuerpo expuesto.
Flor desgarrada por el viento suave
de la tarde de estío.
Todas palabras no dichas, los poemas perdidos.
La flor delirio y el pequeño dios
dormido sobres sus papeles,
a los pies sus papeles húmedos.
Una tumba florecida de cogollos
y piedras. Piedras rodantes.
Drama de un arcángel desesperado.
Epopeya particular de un héroe anónimo
anonimado.
El ciudadano que lee hasta los boletos de micro
y no para de azuzar intelectuales
poetas, superpoetas, canonizadores.
¿Raro no?…
Aquestos rindiendo honores al pabellón.
Rodrigo Lira.
Cuanto vale el show.
En TV la tragedia era una anécdota.
Hubo conciencia, inocencia, inconciencia
de niño gordo criado
en la vieja escuela del desprecio.
La imagen masajeó el mensaje,
el rostro del bardo y su gesto adusto
en el programa de medio día.
Rey Lear que pedía sólo
un poco de atención.
Lloraba Yolanda Montecinos,
que olvidó todo.
Poeta y laurel,
el premio en efectivo
se perdió en las cantinas
del vino brutal
de donde viene esa luz de crepúsculo
que inspira
al topógrafo y su mapa sangrante
de la piel.
Fiesta permanente.
Sábado salvaje.
Los poetas juegan en tercera división.
La tina blanca,
el cuerpo herido de frio.
Romano procónsul aquel
fatídico día en el agua
tibia y roja
(tu caldo de cultivo)
donde se perdió
una figura consular de la poesía
chilena desconocida
para el público
que es el problema de toda
obra que no quiere
mamarle las tetas
al gran poder que le importa
un carajo la poesía
por decir algo suave
y no epatar al lector.
Se escribe en los baños
-RODRIGO LIRA VIVE-
Buitres de antaño
vociferaran amistades
en contra del difunto
-…¡Juá!…-
Sé que desde tu tumba
escupes su mejilla,
besas los ojos
del mendigo ciego del paseo ahumada,
su profecía inconclusa.
Cañerías de cobre
gimen agonizantes.
Interpretando tu marcha fúnebre
y las cebollas lloran
lágrimas de hambre
colgando de los balcones
de la Ilustre municipalidad de Santiago.
El rumor del calefon
encendido cómo música
de fondo en el happy hend
una mañana gris de otoño
sin público.
Patio de luz
en un edificio antiguo del centro
y los pasillos interminables
donde la costurera obnubilada
zurce a tu piel la camisa.
Entre escaleras grises
y gatos que se alejan
por los rincones solitarios
de las construcciones
que crujen de pena
a causa tu muerte inesperada.
Vega central, el pantano.
Toque de queda.
Av. Guillermo Mann,
Av. Quilín.
Los traficantes se pasean
por la tarde enjaulada
y cuando tu cadáver
pasa volando
por avenida Grecia con Salvador
te lanzan debutales, chilombianos, cidrines.
Desde abajo los pacos
te disparan salvas, veintiún cañonazos.
Los jipis casetes de “Dip Pirple”
botella de pisco con cuatro bebidas.
Las musas que amaste
te muestran sus pechos inflamados
de pasión.
Amigos, enemigos, amienemigos,
tontos líricos,
adoradores incondicionales
escriben tu epitafio de fin de siglo
en su performance cultural.
Santiago de Chile las prostitutas
desconsoladas por tu desaparición.
-¡¡¡¡Muérdanse el cuello!!!-
Una micro viene bajando
por estación central.
Se llevará a todos los niños,
mujeres y ancianos.
Lo que la marea del olvido
arrojó a la playa de estacionamientos.
La divina juventud
a cabezazos contra el alumbrado público.
Meando los árboles
que tu marcaste primero
“cachorro”.
Aquellos niños que odian
la decadencia del cuerpo
y se tragan el primer verso
que les toca el corazón.
Tú serás siempre joven
(aunque ya eras viejo)
Bebedores anónimos
flotando en el humo
de la noche de viernes.
Héroes de pacotilla
drogados por el parque
buscando los lugares
que frecuentabas
poeta.
Epílogo:
domingo en la mañana.
Se puede caminar
por las calles tranquilas.
Se puede rogar un milagro
a la virgen del cerro.
Desciendes.
Córtale
el pulso a la tarde
que muere
desangrándose
sobre la cordillera
que aun
respira.
Juan Pablo del Río