Miguel de Loyola bajo El Arco del Triunfo
Había que mirar la puesta de sol cayendo por detrás del Arco del Triunfo el primer día de su llegaba a París había declarado de manera perentoria, aunque dulce, Dominique Duchamp a Leonardo, un escritor chileno, cincuentón, de pensamientos profundos y palabra poderosa, quien es contactado a través de su correo electrónico por una francesa que necesita información sobre un escritor chileno llamado Manuel Gutiérrez.
A lo largo de correos van, correos vienen se va produciendo entre ambos una intimidad tan sui generis que solo es posible comprender a la perfección la verdadera magnitud de concepto, cuando leemos el último párrafo de esta novela Bajo el Arco de Triunfo del destacado escritor chileno Miguel del Loyola.
Un narrador avezado en primera persona protagonista nos hace sentir incorporados en la historia que cuenta y nos convertimos en espectadores voyeristas, ansiosos de saber qué irá a pasar en el próximo capítulo y así nos vamos con Leonardo, siguiéndole los pasos a todas partes, invitados a los sitios donde asiste con su amigo Gustavo al ritual de los viernes a las 20:00 horas al Patio Bellavista, y somos parte de sus diálogos y también opinamos como ellos o con ellos. Nos reímos y hasta nos sentimos identificados en la mayoría de los pensamientos del uno o del otro. Así desfilan ante nuestros ojos, personajes notables, tan bien construidos en una trama que transcurre en Santiago de Chile en la actualidad.
Impacta también la belleza y la fluidez narrativa capaz de construir atmósferas que nos recuerdan lo mejor de la poesía. Cuando un narrador logra esos efectos poéticos con tanta sencillez significa que estamos frente a un autor de las ligas mayores. De eso da cuenta la publicación de sus libros no solo en Chile, sino también en Argentina y España.
“Cabía imaginar al poeta mirando la bahía (…) Cabía imaginarlo también escribiendo, sin dejar de mirar aquel azul metálico a ratos del océano Pacífico. El cambio de tonalidades de las aguas por momentos parecía artificial, luego se tornaban azul turquesa, y a la hora del ocaso se volvían plateadas o amarillas con el último chispazo del sol, antes de perderse bajo la línea del horizonte. (Pág. 116).
Me confieso lectora impenitente de toda la obra de Miguel de Loyola, quien viene escribiendo desde los años 70 y con quien hemos compartido no solo libros, salas de clases, patios del Campus Oriente de la Universidad Católica, donde obtuvo su Maestría en Letras. También nos vincula una amistad profunda que este 2021 cumple sus “primeros” 44 años, y siempre me asombra con cada novela por la inquietante profundidad con que aborda la historia que elige. La misma admiración me producen sus cuentos. Nada más parecido a la poesía que el cuento por el rigor de lenguaje, la síntesis, el ritmo, la eufonía y la metáfora.
El Arco de Triunfo es también una declaración de principios en relación a temas absolutamente contingentes como es la relación del escritor con el poder y la envidia tan chilena de la que habla Miguel citando a Joaquín Edwards Bello que ya le había sacado la película al “chileno arribista”, no al pobre que “es agradecido”. En fin, todo aparece acá como una síntesis perfecta de lo que somos.
A lo largo de la novela se van poniendo en paralelo los años 70 (el antes) y 2020 (el hoy) en cuanto a recursos, opciones, tecnologías, y modos de vida, donde la voz es la misma de todos los que vivimos esos tiempos del siglo pasado con cariño y nostalgia que hacen decir a Leonardo cuando salta de la máquina de escribir a la computadora:
“(…) yo me habría quedado para siempre usando Word perfect, no necesitaba un programa mejor que aquel para escribir. Todavía lo extrañaba, como se extrañan las cosas que en el pasado nos han dado felicidad”. (Pág. 128).
Miguel de Loyola ha construido una obra monumental con esta novela y lo diré a la chilena: tiró toda la carne a la parrilla” y logró un banquete para la literatura chilena.
Es imprescindible leer más de una vez esta novela, porque el placer será el doble como me pasó a mí. Porque todos queremos saber finalmente cual fue el destino de Leonardo y la francesita que apareció por su computadora a desordenarle la vaina a él y a nosotros.
Con esta novela y con toda la obra de Miguel de Loyola, vista como un “corpus”, puedo repetir con Leon Tolstoi: “Describe tu aldea y serás universal”.
Teresa Calderón