La historia que nunca quise contar, de Natasha Valdés
La vida es una novela, el secreto está en saber contarla. Natasha Valdés consigue en La historia que nunca quise contar novelar la suya, llevando de la mano al lector por sus íntimos pasadizos; secretos, ocultos, contagiando con sus recuerdos, nostalgias y alegrías; provocando lágrimas y risas propias del teatro de la vida.
Quien no conozca a la protagonista, leerá de seguro con mayor sorpresa todavía de quienes hemos tenido la fortuna de conocer a la escritora; oírla, ser testigos oculares de su ingenio, espontaneidad y grandeza de espíritu. Una poeta que a los veinte años destacaba en el Taller Literario de Roque Esteban Scarpa y Alfonso Calderón, entre las más selectas, dotada con el don de la palabra poética, que alumbra, que revela y designa… Una mujer que fuera pionera entre las voces femeninas en medio de la dictadura.
Su novela consigue transfigurar la experiencia personal en un relato, en una historia emocionante, capaz de traspasar la experiencia al lector, quien en más de algún momento se sentirá en su pellejo, gracias al arte de la literatura que nos hace participar de otras vidas, de otros mundos, de otros sueños, como si fueran los nuestros, como si los hubiéramos también vivido en carne propia.
La prosa es ágil. Vuela la pluma sin agotar con parrafadas inútiles, generando aquel suspenso indispensable en todo relato para atrapar la atención del lector hasta la última página, después de llevarlo de la mano por los más diversos senderos que se bifurcan. El lenguaje tiene que hipnotizar al lector, es la receta mágica de Gabriel García Márquez. Natasha Valdés la domina, conoce la fórmula infalible de los grandes narradores.
Contar es también exorcizar, dejar escapar los demonios que nos habitan para sentirse más libre, sostiene Sábato. Natasha, la protagonista, devela los suyos, la ignominia de la enfermedad, del Alzheimer que destruye poco a poco la vida de su pareja, del amor de su vida, de Lou, el ser amado transformado en un desconocido en medio de la perplejidad de quien de pronto lo descubre, cual fantasma, cual demonio que irrumpe provocando el desconcierto y la tristeza infinita. Una patología desconocida que aterroriza y aflige, porque no se explica, y sin embargo cabe afrontarla y vivirla hasta el último día, resignada, entregada a los enigmas del destino.
Desde luego, hay mucha tristeza en este libro a pesar del optimismo característico de la protagonista. La tristeza congénita a la existencia misma de no saber a dónde vamos ni de dónde venimos.
Miguel de Loyola, Santiago de Chile. Diciembre del 2020.