Escritor del Mes

SIGUIENDO LOS PASOS DE JORGE TEILLIER EN LAUTARO

En un nuevo aniversario del poeta.

Crónica de Ramón Díaz Eterovic.

Mientras el tren se detiene en la estación de Lautaro, recuerdo un poema de Jorge Teillier: “En el pueblo donde algunos me conocen como el poeta cuyo nombre suele aparecer en los diarios, paseo por la calle Comercio…”. Amanece y sobre el horizonte verde de los bosques desfilan nubes con presagios de lluvia. La estación está desierta y sobre uno de sus rieles duerme una añosa locomotora, tal vez del tiempo en que Teillier dejó su pueblo natal para estudiar pedagogía en Santiago, el año 1953. En el aire flota un aroma de pinos recién cortado y de las chimeneas de las casas brota el humo espeso de las salamandras que calientan las habitaciones. Un perro recorre la línea del tren y sobre unos alambrados brillan las perlas depositadas por la lluvia durante la noche.

Avanzada la mañana, camino por la calle Comercio que Teillier menciona en un poema y que ahora se llama O’Higgins. Murales callejeros, el poema grabado sobre piedra al inicio del puente que cruza el río Cautín, una placa en la casa paterna y otra en la plaza que lleva su nombre, recuerdan que Lautaro es el pueblo del poeta. Jorge Teillier nació el 24 de junio de 1935, el mismo día y año en que Carlitos Gardel subió al escenario destinado a las leyendas. Hijo de Fernando Teillier y Sara Sandoval, creó hasta el día de su muerte una de las poesías más profundas y originales de nuestra literatura. Su primer libro fue “Para ángeles y gorriones” (1956) y a éste le siguieron, entre otros poemarios, “El árbol de la memoria”, “Poemas del país de nunca”, “El cielo cae con las hojas”, “El molino y la higuera” y “Cartas para reinas de otras primaveras”. Se le suele mencionar como el creador de la poesía lárica, enraizada en el mundo de la infancia y la provincia, como un espacio mítico desde el cual el poeta busca comunicarse con sus semejantes y gritar su desasosiego frente a un mundo que se autodestruye y aparta de las cosas esenciales de la vida. “La poesía lárica –señaló en alguna ocasión Teillier-, es de toda la gente que respete sus tradiciones y antepasados. Puede darse en cualquier lugar”.

Jorge Teillier murió el 22 de abril de 1996. Era un amigo generoso, siempre atento a encontrar la palabra justa para alentar el trabajo de sus camaradas de oficio. Su poesía es un solo y gran poema que nos habla del tiempo del arraigo, de la nostalgia por las cosas idas, de sus libros y poetas favoritos, de los colores y aromas de las cosas amadas. En el recuerdo veo a Jorge Teillier entrar al bar Unión, con algunos libros y la revista “The Ring” bajo el brazo, atento a los saludos que le prodigan los parroquianos con los que solía conversar. Después de saludar a los amigos lo veo sentarse “a la mesa de los poetas” y sacar de entre sus papeles el último poema que ha escrito o escucho su comentario acerca del libro que ha visto en una librería de viejo y recomienda leer. De los maestros que reconozco en el oficio de escribir, Teillier es uno de los principales, tanto por su maravillosa poesía que me sigue iluminando como por su modo sutil de enseñar, sin estridencias ni ostentaciones. Jorge era un poeta que se imponía por su transparencia y lucidez, y lo que se aprendía de él era lo que fluía espontáneamente de sus diálogos, donde siempre había un momento para desentrañar los misterios de la poesía y de la amistad.

Mientras recorro Lautaro tengo la sensación de caminar por entre las estrofas de un poema de Teillier. El pueblo parece suspendido en el tiempo y al correr de los minutos aparecen los restos de un viejo molino, la casita del club de tenis del pueblo y el edificio de la Biblioteca Municipal. Ingreso al cementerio de Lautaro donde yacen los restos de Iván Teillier, hermano de Jorge y notable narrador. En la Sidrería Kunz brindo con algunos amigos a la salud de Iván y Jorge. Horas más tarde, alguien recuerda que el tren nocturno está por pasar. Corremos al encuentro de la locomotora que rompe el silencio de la noche. A la hora de la despedida, pienso en un nuevo poema de Teillier: “Lo que escribo (…) es para la niña que nadie saca a bailar, es para los hermanos que afrontan la borrachera y a quienes desdeñan los que se creen santos, profetas o poderosos”. Y en otros versos que dicen: “Todas las tardes regresan sus admiradores que en la estación se empujan para llevarlo en hombros a la vuelta de su gira triunfal y lo dejan en la primavera del césped de pez-castilla donde –como le prometió a su madre- sueña que ha esquivado –sin despeinarse- los golpes del olvido”. Este 2020, incierto y en cuarentena, Jorge Teillier cumple 86 años. Brindan por él sus amigos y las estrellas en el cielo de Lautaro.

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