EFRAÍN BARQUERO HA MUERTO
Crónica del poeta y académico Naín Nómez.
Ha muerto Efraín Barquero a los 89 años de edad. Ha muerto un gran
amigo y un mejor poeta, uno de los últimos grandes poetas de los años
cincuenta y de la poesía nacional en general. Participó de un momento
fundamental de la lírica chilena (y latinoamericana) junto con Nicanor
Parra, Violeta Parra, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn y Armando Uribe. Los
acompañantes de estos enormes poetas fueron otros de gran jerarquía
estética como Miguel Arteche, Delia Domínguez, David Rosenmann-Taub,
Alberto Rubio y otros/as tal vez menos mencionados/as como Eliana
Navarro, José Miguel Vicuña, Luis Oyarzun, Carlos de Rokha, Irma Astorga,
Rolando Cárdenas, Alfonso Alcalde, Stella Díaz Varín y muchos otros que
sería largo mencionar.
Efraín Barquero cuyo nombre civil era Sergio Efraín Barahona Jofré,
publicó su primer libro La piedra del pueblo en 1954 con prólogo de Pablo
Neruda. Entre este libro y el último (la 2ª edición de El viento de los
reinos), publicado el año pasado, aparecieron una veintena de obras
poéticas, entre las cuales destacamos aquí las dos mencionadas, además
de La compañera (1956), Enjambre (1959), Epifanías (1970), Mujeres de
oscuro (1992), La mesa de la tierra (1998), El poema en el poema (2004),
Pacto de sangre (2009) y Escrito está (2017), un homenaje a su esposa
fallecida. En la mayoría de estos poemarios aparece el tópico central de
toda la producción poética de Barquero: retornar al momento genésico
del ser humano donde prima la realidad natural, para desde allí
reconstruir la ligazón con la naturaleza a través de dos símbolos
fundamentales: el pan como alimento esencial y la piedra como imagen de
la materia que permanece. Estos símbolos ya presentes en su primer libro,
se van ampliando en los posteriores, donde la familia, la casa pasan a
formar parte de la colectividad y la tierra. A ello, en Enjambre se agrega el
proceso de germinación que se inicia en la naturaleza para culminar en la
unión del fuego-hombre y el agua-mujer y unirse con el símbolo de la
piedra-pueblo, síntesis que rememora el movimiento dialéctico de la vida.
Esta línea poética se resume con posterioridad en La mesa de la tierra,
libro que obtuvo varios premios y donde decantan los tópicos ancestrales
citados: el aire, el fuego, la tierra, el agua, la sangre, la piedra junto a otros
que representan la solidaridad humana: el pan, el vino, el cuchillo, la
abeja, la casa, la semilla o la puerta. En otra línea relevante de su poesía,
remontarse a los orígenes es también el reencuentro con el amor
ancestral como ocurre en La compañera, Enjambre, Mujeres de negro o
Pacto de sangre, donde se establece una armonía entre Naturaleza, Mujer
y Pueblo. Aquí el proceso de germinación de lo humano se activa bajo los
signos del tejido y la semilla. Tejer la casa, tejer un hijo, tejer las relaciones
humanas: el tejido se amplía en sus círculos concéntricos para
transformarse en la casa-tierra. Otra de las hebras poéticas de Barquero
es la crítica política, la cual se enfatiza a partir del Golpe de Estado con la
experiencia del exilio y el desarraigo. Textos como El poema negro de Chile
y los Bandos marciales, evocan, el primero, la relación entre el torturador
y el torturado, mientras el segundo, representa una parodia de los bandos
militares. Un ejemplo es el bando 103: “Hemos encontrado la fórmula/
para despolitizar las universidades:/ expulsando a la mitad del alumnado, /
expulsando a la mitad del profesorado/ y acortando los estudios a la
mitad. Mens sana in corpore sano”. También Barquero escribió obras de
poesía infantil tales como El regreso (1961), Maula (1962), Poemas
infantiles (1965) y El viejo y el niño (1992), que actualmente se están
reeditando. Un último rasgo de su poesía es la relación con la muerte que
el poeta exorciza a partir de la realidad de la existencia personal y
colectiva. Es la problemática que el poeta asume en su último libro
publicado en el año 2017 y dedicado a su esposa muerta: Escrito está: “Y
todo se detuvo de repente, todos quedamos unidos/ a lo que estábamos
haciendo, a la harina, al agua, al fuego/ al tiempo original donde no existe
el dolor ni el gozo”. En el lugar del vacío vuelve a ocurrir la escritura del
amor más allá de la muerte y los mensajes del poeta, llenan la página en
blanco porque son los mensajes del amor.
El otro Efraín Barquero, el amigo de más de 25 años, es el que se queda
más vivamente en la memoria, esa memoria que fue central en su poesía
y que recorre sus gestos cotidianos, sus liturgias míticas y materiales, sus
gestos solidarios hacia la comunidad, su fuego humano y optimista más
allá de su soledad radical. Memoria que también es parte de su búsqueda
permanente del “misterio de estar vivo” antes de fragmentarse –como el
mismo señaló- “en el doble pliegue de los ojos cerrados/ y en el doble
pliegue de los labios abiertos”. Junto a Elena “la compañera”, ahora
ambos descansan bajo “la mesa de la tierra” o tal vez el poeta llegue a
decir después de la gran separación: “nos pusimos de nuevo cara a cara,
abrimos los brazos/ como para darnos un abrazo mortal, pero no, nos
miramos/ sin decirnos nada…”. O como en el poema VIII de Escrito está:
“Pero qué es morir en poesía, sino revivir en el proyecto/ de un gran
poema, el día que desposemos la luz?”.