Conversación con Juvencio Valle
Por Fernando Quilodrán
Juvencio Valle vive en una casa de Ñuñoa con árboles y flores. Libros, cuadros de pintores amigos, completan un espacio que ya a primera vista nos dice que quien la habita es un poeta, nada más que un poeta y siempre un poeta.
Nos recibe con María Gálvez, su compañera desde 1942. Cordial y llena de simpatía, nos facilita la conversación y acepta posar con él para las fotografías.
La vida de Gilberto Concha Riffo que pasó a llamarse Juvencio Valle para la poesía chilena, es conocida. También lo es su vastísima obra, que se inicia en 1929 con La flauta del hombre Pan. Hoy, a los 97 años que cumplió el 6 de noviembre, es el decano absoluto de la poesía chilena, tal vez más allá de la chilena, y pocos escritores son más queridos que él, tanto por sus colegas de letras como por lectores, estudiantes y estudiosos. Así lo demuestran, por lo demás, tanto su presencia en las más estrictas antologías, como los ensayos y estudios sobre su poesía, que inaugura Pablo Neruda en 1932, en las páginas de El Mercurio.
La siguiente es la conversación que sostuvimos con el poeta y su esposa, la señora María Gálvez.
– Bueno, ¿cómo está la vida, don Juvencio? Le voy a hacer una pregunta que le hice un día a su amigo Rafael Alberti: ¿para qué sirve la poesía?
– Para transformar aquella personalidad que existe. Que es la manera más fácil, más natural, de comunicarse, de vivir, para dar mejor el paso, para la situación que estamos representando.
– ¿Cómo se siente usted, don Juvencio? Cuando ha publicado casi treinta libros, ¿cómo se siente? Y le siguen publicando sus libros. ¿Se acuerda de Del monte en la ladera?
– Sí, es muy lejano eso, ¿ha?
– Sí, sí, pero todavía se lee. Yo lo releí hace algunos días.
– Está muy bueno.
– A usted le gusta mucho la poesía de Garcilaso, de Fray Luis de León.
– Ah… sí, Fray Luis de León, éste está por ese sendero.
– Y, ¿Miguel Hernández?
– Miguel Hernández es más nuevo… es siempre viejo.
– Usted anduvo con él por España, con Miguel Hernández.
– Ni me acuerdo ya, no debiera acordarme…
– Hace muchos años ya, hay que acordarse de lo nuevo. ¿Cómo está la señora María. ¿Se porta bien con usted?
– Sí, muy bien. Hay que pedirle por favor que no se afane tanto.
– ¿Y cómo está el jardín, don Juvencio? ¿Está bonito?
– No he bajado, pero sé que siempre está en orden.
– Además, estamos en invierno.
María: Cuéntele cómo está el canelo.
– El canelo está bien, muy alto…
María: Lleno de flores.
– Nunca pensé que podía subir tanto, en forma que no es de él, sino también de nosotros.
– Y el sur de Chile, ¿le gusta?
– No se puede vivir en el sur. Pero yo sólo sé hacer poesía.
– Usted trabajó muchos años en la Biblioteca. Ha vivido siempre entre libros.
– Sí. Estiro un brazo y salen un montón de libros.
– ¿Y qué le gusta más, los libros o la señora María?
– Todo va por ahí, nomás.
– ¿Tienen nietos?
– Dos bisnietos. De los hijos Irene y Juvencio: Irene tiene a Felipe, y mi hijo tiene a Margarita y a Rodrigo. Así que son tres nietos. Felipe tiene una chiquita de seis y Margarita un chiquito de cinco, dos bisnietos.
– ¿Y qué vamos a hacer para su cumpleaños, don Juvencio?
– ¿Ya viene mi cumpleaños?
– Sí, falta un mes.
– Cualquier cosa, con un traguito, a mí me gustaría que estuvieran ustedes. Una vez vino Eduardo Peralta y estuvo tomando té con nosotros. Trajo su guitarra, y yo estaba en cama y tocó canciones.
– Señora María, ¿donde conoció usted a don Juvencio?
María: En la Alianza de Intelectuales de Chile. El venía llegando de España. Cuando en todo el mundo había esa efervecencia por la Revolución Española, se juntaban víveres y cosas y todo se mandaba a España, él estaba allá. Cuando llegó, lo conocí. Lo recibió la Alianza, y nos hicimos amigos.
– Usted había estado preso allá.
– Tres meses y medio.
– Y después, toda la lucha por la defensa de la República, la solidaridad.
– Sí, y tuvieron que asilarse, cuando entró Franco a Madrid.
– ¿Quiénes estaban activos en la Alianza de Intelectuales?
– ¿Aquí en Chile? Acá estaba Neruda, Luis Enrique Délano, Rubén Azócar; bueno, todo el mundo, además de políticos.
– Ahora me voy a dar un salto y le voy a preguntar lo que hacían Uds. en la época de Pinochet.
– Hacíamos lo que podíamos… Donde nos decían que había que estar, allí estábamos, a tal hora, en tal parte. Se hacían reuniones… con muchísimo susto.
– Pero, ¿respetaban a don Juvencio?
María: Sí, felizmente. Bueno, la Comisión de Derechos Humanos fue la primera en organizarse, dar la cara. Fue el primer ayuno que hubo, de escritores. No recuerdo en qué parroquia, era bastante alejada. Estaba Coloane, Diego Muñoz, la señora de Diego, y otras personas.
– ¿Ustedes eran muy amigos de la Hormiguita?
– Muy amigos, era un ser excepcional La Hormiguita. De esos seres raros, un ser que no tenía egoísmo, quería a todo el mundo.
– ¿Se puede decir que La Hormiguita ayudó mucho a Neruda?
– Mucho, era una mujer de mucho temple, muy decidida. Muy decidida también en sus ideas. Definida total; lo que ella pensaba, lo hacía. Porque hay gente que se queda en los pensamientos y no los lleva a la práctica.
– ¿La señora Delia, no era muy práctica en su casa?
María: Nada de eso. Me acuerdo que siempre pasábamos los veranos en Isla Negra, entonces ella se desentendía de todo. Y yo era bastante mala también para ser dueña de casa. Es decir, poco le hacía a la cocina, pero para distribuir y más o menos manejar la casa, ella dejaba en mis manos la cocina y los detalles domésticos. Ella no era para eso. Era para ser la compañera siempre. Lo que le dijo a Juvencio mi mamá. Porque mi mamá le advirtió que yo no sabía ni hacer una taza de té. Entonces él le dijo: «la quiero para compañera mía, nada más, para que esté siempre conmigo». Y a veces yo tenía cosas urgentes que hacer, en la cocina: que no, que estuviera yo ahí nomás, pierna arriba a su lado. Si se subía la leche, no importaba, así es la vida, ¿ves tú?… El prefiere que se suba la leche y no perder un momento de alegría, de estar junto a los seres queridos.
– Hace cuánto tiempo que están en esta casa, señora María?
María : Hace 42 años que nos vinimos a esta casa. Con un préstamo hipotecario de la Caja de Empleados Públicos en esa época: Uno iba pagando y la deuda se iba extinguiendo hasta que se acababa; y no como ahora, que es una cosa espantosa, las deudas hipotecarias no se terminan nunca. Yo oigo los reclamos de la gente.
– ¿Usted se casó cuando ya don Juvencio tenía varios libros publicados?
María: Tenía publicado hasta Nimbo de piedra, cuando nos encontramos acababa de publicarlo, y se había sacado el premio único para el IV Centenario de Poesía. Entonces lo encuentro y me dice: «vengo llegando de Buenos Aires y me queda un resto de platita, podemos ir a almorzar». Entonces le dije: «Y ese paquete que llevas ahí». «Le he comprado a mi padre un poncho de Castilla, a él le hace falta para que se abrigue y se cobije de la lluvia». Y fue al Correo a poner su encomienda. Y después nos volvimos a encontrar, para toda la vida.
– ¿55 años cumplieron de casados?
María: Claro, nos casamos el 5 de diciembre de 1942.
– No habría sido mejor casarse con un ingeniero, Sra. María?
María: Jamás. Mi vida ha sido realmente feliz al lado de la poesía. Qué más puedo pedir. El, que sabía de todo… y leíamos poesía y me hacía llorar.
– ¿Y sus hijos, me dijo que uno estudió historia?
María: Sí. Y mi hija es psicóloga.
– En todo caso ciencias humanas; toda la influencia de ustedes. Cuénteme: después de España, llego acá y empieza a trabajar en la Biblioteca Nacional, cumpliendo horarios, y toda una disciplina. ¿Cómo lo asume don Juvencio?
María Tuvo que adaptarse, porque ya tenía una familia. Cuenta Volodia en su libro cómo iba a la Biblioteca, atendía a la gente y les enseñaba a hojear y tratar bien a los libros, porque los libros se van deteriorando.
– ¿De qué parte de Chile es usted?
María: Soy de San Felipe.
– ¡Ah! del otro extremo, nada que ver con el sur.
María: Soy de la V Región.
– ¿Don Juvencio, hasta qué año fue al sur?
María: El fue al sur hasta el año 87. En el aniversario del Liceo (de Temuco) fue la última vez que viajó.
– ¡Pero qué Liceo, con qué historia!
María: Con la historia de tanta gente que pasó por allí, Diego Muñoz, Elio Rodriguez también. Ellos se conocieron en el banco escolar. Claro Juvencio ya había hecho algunos cursos, era cuatro años mayor. Ahí había niños de diferentes edades en el mismo curso. Llega al banco, y hay un niño chico, chiquito, flaquito; lo mira y le da vuelta la espalda, a ese nuevo que llegó, todo tímido, asustado. Se sentó y entonces el niño se da vuelta y le dijo «sopla este pelito» -venía con un pelito en el cuaderno. El sopla y el niño lo mira y suelta la carcajada: Pablo, Pablito, Neftalí, Neftalí Ricardo Reyes. Y ahí se produce el contacto y no se separaron más, los dos andaban solos. Mientras los otros niños corrían como locos, ellos se quedaban parados mirando piedrecitas, cositas del suelo, insectos, flores secas. Cosillas que da la naturaleza, que son tesoros para los niños, y eso buscaban ellos. Me dijo: «jamás me hubieran ubicado a mí para jugar fútbol, nunca habría sido parte de un equipo». Eran niños con otro sentido de la vida.
– Después de toda la lucha contra Pinochet, yo supe de muchos episodios de ustedes… Don Juvencio en conferencia de prensa del Partido Comunista, o en grupos de resistencia…
María: Yo tengo muchas cosas guardadas. Por ejemplo, una orden: «Que tiene que presentarse ante la Corte, bajo apercibamiento de arresto, a las 3 de la tarde, por haber burlado el receso político». Eso era un pecado atroz, era terrible. Firmado por el Ministro Fernández. Era una lista grande, como de 27 personas que habían violado el receso político; eso era un pecado mortal. Se presenta allí y el señor Valenzuela, que estaba en ese momento, le dice: «Usted quiere demostrar que no es comunista». Juvencio le contesta: «No revuelva los papeles. Sí, yo soy comunista, no busque elementos de prueba». Luego de hojear y revolver los papeles, lo mira y le dice: «Por ahora no lo voy a dejar arrestado. Por ahora». Todos estaban esperando que cayera preso, por semejante cosa.
– No se atrevieron.
María: Entonces, a los cuatro primeros de esa lista -algún día te la voy a dar, por ahí, no sé si tiene ustedes recortes de esa época… Está primero Stuardo, Cantuarias, Jerez; a esos los echaron violentamente del país, me acuerdo. Y los demás quedaron en «lista de espera». Quedaron esperando, y Juvencio, como «Valle» quedó al final. Entonces, no alcanzó a sufrir el castigo.
– Fue muy valiente, este caballero y usted.
María: No le importaba nada, siempre daba la cara. Boenninger vino una vez acá. Aquí se formó la Comisión de Derechos Humanos. Aquí vinieron, se fundó con Castillo Velasco.
– Por lo general, la gente tiene la idea de que un poeta como don Juvencio, del bosque, de la naturaleza, que piensa en los clásicos del Siglo de Ora español, no se mezcla en lo contingente.
María: Siempre fue así. Porque a la gente que sufre, hay que animarla, hay que hacer algo. La poesía ayuda mucho a combatir. A la gente que sufre hay que darle esperanzas, sobre todo. Y con la poesía, muchas veces, han caído las dictaduras.. a fuerza de poesía. Es la lucha más eficaz contra la dureza, contra la maldad.
– Don Juvencio, dicen que las mujeres lo encuentran muy buen mozo.
– Mejor, pues…
– ¿Ustedes también han sido amigos de pintores, de otra gente aparte de la literatura?
– Sí, Venturelli fue muy amigo mío.
María: Otro amigo que tuvimos fue Waldo Vila. Vivía cerca, siempre pasaba a vernos. Cuando Juvencio tenía quince años, estaba en su casa de campo, porque él se crió en el campo, le hizo ese croquis a su hermano que hacía años que no iba a la casa.
– Año 1915.
– Cómo pude hacer eso yo.
María: Es muy hábil. Tiene unas fotografías de la casa, exactas. ¿Ve ese piso que está en la chimenea? Lo hizo él.
-¿Son piedras?
María: Sí, son piedras, esto lo hizo él en unas vacaciones. Porque no sólo ha sido poeta.
– Múltiple este caballero, ¿no? ¿Le gusta mucho el mar?
– Sí. Tenemos casa en el mar. Entre Isla Negra y Punta de Tralca. Los niños van muy seguido; los nietos, los hijos.
– La gente en la SECH y, en general todos los escritores, todos los poetas, se acuerdan mucho de don Juvencio, de usted. ¿Cree que hay una vigencia de don Juvencio en la poesía chilena actual?
María: Yo creo que sí. Pero no lo nombran. Porque hay gente que tiene su personaje especial, su preferencia de poesía. Yo creo que Juvencio está vigente.
– El otro día, en un acto en que se presentó un libro de Luis Corvalán llegó un saludo de don Juvencio y fue muy aplaudido. Inmediatamente la gente reaccionó con entusiasmo.
María: Cualquier acto, lanzamiento de un libro, se llena.
– Me acuerdo de la Biblioteca Nacional, uno de sus cumpleaños… fue enorme la concurrencia.
María: Cuando le dieron el Premio Nacional, hacían cola para saludarlo, era muy querido por las compañeros y compañeros.
– ¿Don Juvencio entró al Partido Comunista junto con Neruda?
– Parece que sí
– ¿Se acuerda, usted, de Alone? ¿Qué relación tenía con Alone, don Juvencio?
– Tenía relaciones cordiales.
– En general, don Juvencio no ha participado en las polémicas literarias ¿no?
María: No. Porque él dice que en la polémica literaria la poesía es la que pierde.
– ¿En toda esa historia de la polémica de Neruda con de Rokha, ¿él tampoco se mezcló?
María: No se mezcló nunca. Aunque él estaba con el lado de Neruda, naturalmente, porque era su amigo de tantos años.
– ¿A Neruda no le parecía mal que él no se metiera en eso?
– No. Para nada.
– Es una pregunta que puede parecer impertinente, pero a la gente le interesa saber.
María: Se sabían amigos. Entonces, de ese lado sabía lo que pensaba Juvencio.
– ¿Le gusta la música?
– Mucho.
– ¿Canta, usted? ¿Nunca cantó?
– He tratado de cantar, pero tengo un oído imposible. Nunca he podido ser un cantante.
-Bueno, usted hace otras cosas. Hay que dividir el trabajo. ¿La señora María canta?
María: No, soy muy desentonada.
– Pero, ¿han tenido amistad con los músicos?
María: El tiene músicos amigos, uno está en Alemania ahora: Gustavo Becerra. Otro amigo que lo viene a ver siempre es Luis Merino Reyes, que cumplió 85 años.
– Así que lo viene a ver don Luis Merino Reyes… ¿Y quién más viene por acá?
– Bueno, a veces viene Volodia, José Miguel Varas.
– Uno a veces no viene a verlo para no molestar nomás.
– Sí, pues. El me avisa, y yo le digo venga nomás. Volodia me dice: llámame por favor, porque estamos muy alejados. El conoce desde los 17 años a Juvencio. Un colorín con una mata de pelo tremenda. Tienen muchos recuerdos, son muy amigos, se querían mucho. Y lo evoca en su libro. Es que es una época muy linda, muy llena de vitalidad, de libertad. Los intelectuales estaban unidos, también. Bueno, la revolución, el Frente Popular. Ahora están unidos y desunidos, también. ¿No?
– Después de España, estuvo la Alianza de Intelectuales. Hay fotos en que aparece don Juvencio marchando con todos los demás. Después de todo eso, Allende nombró Director de la Biblioteca a don Juvencio. Cuando viene el golpe de 1973, a don Juvencio lo sacan de la Biblioteca.
María: Allende quería tener gente de su confianza en los principales lugares públicos. Pero, ese señor, el anterior Director, no salió, así que lo nombraron en comisión; no renunció a su cargo. No hubo más que mandarlo en comisión para poder nombrar a Juvencio.
– ¿Y cómo recibieron los trabajadores de la Biblioteca el nombramiento de don Juvencio? Yo creo que estarían contentos.
María: Estaban muy contentos. Porque él vino desde abajo. Porque empezó desde atender la sala de lectura hasta llegar a la Dirección. Además, dirigió el gremio de los empleados, luchó muchísimo por ellos. Le mandaba cartas al Ministro, pidiendo esto, esto otro, los aumentos de sueldo. El daba la cara por la gente.
– Ese aspecto del dirigente gremial, no lo habíamos tocado. No solamente de los escritores, sino también de los funcionarios de la Biblioteca.
María: Fue dirigente gremial de los funcionarios de la Biblioteca. Luchó bastante para que la gente estuviera mejor. Luchó muchísimo contra el despotismo de los directores de la Biblioteca. El despotismo era espantoso. Porque a gritos mandaba el Director. Y él hacia la contra y peleó hasta que renunció. En ese tiempo, Juvencio recibió el Premio Nacional. Sufrió muchísimo la venganza del Director. Lo sacaba de la Biblioteca, lo mandaba a otra repartición; pero no pudo, porque había leyes que lo favorecían. Un luchador gremial bastante eficiente -encuentro yo- fue en esa época.
– ¿Nunca lo tentaron con que fuera candidato a diputado; que fuera algo así, don Juvencio?
– No. Nunca. Eso no lo habría aceptado.
– Neruda fue senador, también podría haberlo sido él.
María: No eso no. El luchó muchísimo con sus energías y su poesía y ahí salió el libro Estación al atardecer. Es un nombre que no le viene al libro. El libro iba a salir con el nombre de «El grito en el cielo», o sea, el grito de rebeldía que llega hasta lo más alto. Esa era su única arma de lucha. Ahí está el libro, con todas sus penurias, sus luchas, su trabajo en favor de la gente que él tenía a su cargo. Así es que cuando recibió el Premio Nacional, todo el mundo se agolpaba a saludarlo y felicitarlo. Cuando fue Director tuvo la idea de Allende. Fue la época en que estaba Juvencio Valle en la Biblioteca, Pepe Balmes en Bellas Artes, una serie de intelectuales y artistas de avanzada.
– ¿Lo han tratado bien, don Juvencio? ¿Aquí en Chile, en España… ?
María: Sí, claro. Cuando fue a España. Tengo los recortes de la revista Ercilla: «Nuestro gran poeta -dice- es nuestro primer corresponsal de guerra, para que vaya a participar en la Guerra Civil Española». Y de allá mandó las cartas, que las va a publicar una editorial. Y va a venir muy bien, porque todos los que llegaron en el «Winnipeg» lo conocen mucho, porque luchó con ellos.
– ¿Cuando estuvo Alberti hace poco, ¿lo vieron ustedes?
María: Mucho, claro. Tenemos una fotografía donde está en Isla Negra con Alberti.
– ¿Alberti es un poquito menor?
María: Dos años menor. Cuatro años es menor Neruda.
– Muy simpático don Rafael, ¿no?
– Claro. «Yo soy muy amigo de Juvencio», dice. Tenemos libros: «La arboleda perdida», dedicada, con dibujitos, muy hermoso. Y siempre que puede manda alguna cosita. Ahora dicen que está enfermo.
– ¿Y la salud de este caballero? Usted dice que es notable…
María: Está muy bien de salud, pero ha olvidado tanto…
– ¿Y usted no se olvida?
María: Bueno, yo le ayudo mucho. Soy su ayuda memoria.
Dedicatoria de Miguel Hernández en su libro Vientos de pueblo:
«Juvencio: Aquí tienes este libro escrito con el entusiasmo, la presión y la precipitación que el clima dramático en que España empuja sus cuerpos, me han exigido fatalmente. Nuestra labor está tremendamente arraigada a cuanto sucede en relación con nosotros sobre la tierra, y ya veremos cómo la hacemos con más pureza. Salud por Delia y por Pablo. Salud y abrazos.
Miguel
Madrid, 4 de septiembre de 1938
Esta es una edición de Viento del pueblo. Poesía en la Guerra. Ediciones Socorro Rojo Internacional. España 1937, y dice: Miguel Hernández, Poeta campesino en las trincheras, por Tomás Navarro Tomás.
Es una edición que ya está un poquito desarmada por los años.
María: Esta tiene una historia, porque cuando echaron de España a Juvencio, él dejó una maleta de libros en la Embajada y se perdió, nadie supo nada. No lo dejaron sacar nada, lo echaron hacia Francia y de Francia se vino para acá en el año 39, más o menos por fines de diciembre. Entonces, después de muchos años, como por el año 65 más o menos-, va un amigo a la Biblioteca y le dice a Juvencio: «fíjate que un amigo mío tiene un libro de Miguel Hernández dedicado a ti… trabaja en la Universidad». «Y cómo es eso?», le dice. «Sí, y es fulano de tal». Fue a hablar con él, y le dice Juvencio: «Mire, a mí me gustaría tener ese libro, mi amigo. Hemos pasado tantas cosas juntos, yo se lo compro, le pago lo que usted me pida, haré cualquier sacrificio para obtener el libro». Y este señor le contestó: «no se lo vendo, se lo voy a regalar». El lo había comprado en una librería de viejo en Madrid. Y así llegó el libro a Chile, otra vez a manos de su dueño.
La arboleda perdida
A mi querido y admirado Juvencio Valle, gran poeta. Recordando los años heroicos de Madrid, los días de la Alianza de Intelectuales.
Rafael Alberti, Madrid 10 de octubre de 1986.
Viene después un dibujo y dice: «Esta tarde madrileña, junto con Rafael, te recordamos con mucha fraternidad, Marcos Ana».
María: Estuvo aquí Marcos Ana, Juvencio le dio la bienvenida.
– Ahora iba a venir pero parece que estaba enfermo.
María: Sí, qué pena que no haya venido Marcos Ana.
– ¿Usted ha fumado alguna vez, don Juvencio?
– Por ver qué es. Entiendo que es un vicio. Comprendo que son cosas que uno no sabe apreciar, pero comprendo. A mí no me atrae andar chupando y echando humo. A la gente le atrae porque se sienten más libres, y hay que respetar eso. De repente, me vienen a buscar, en el fondo soy terriblemente sacado de mi vida. Así es la vida.
María: A veces, Juvencio se siente mal, se deprime, porque se da cuenta de su problema, y yo sufro al verlo así.
– ¿Cómo es la comida, le dan bien de comer? ¿Come chunchules?
– Esas cosas no, pues.
– ¿Cómo es para la comida?, ¿le gusta la comida a usted?
– Sí, me gusta comer, cuando me siento bien. Con un traguito de vino.
– Para su cumpleaños se va a tomar su traguito de vino, ¿no? Recuerdo, señora María, que una vez que vine nos tomamos una botella de vino al almuerzo. Estaba muy contento don Juvencio porque había logrado -según él- burlarla a Ud. ¿Le gustan las frutas, don Juvencio?, ¿puede comerlas?
María: Sí, a veces vienen a verlo algunos poetas del sur. Le traen harina tostada, piñones. De Chillán viene un amigo poeta y le trae longanizas. Tenía un poeta amigo, en Temuco -era jovencito él-, llegaba del campo, ahí estaba Armando Benavente, poeta también de esa época -hace dos años que murió-. Amigos entrañables, junto con Eloy se juntaban en Temuco. En la casa de ellos eran muy buenos para cocinar cazuelas, guisos, empanadas. Y hacían negocio, ¡qué iban a ser buenos para los negocios! Dos poetas, acostumbrados a tener actividades de otro ámbito. Eran malos para los negocios, por supuesto.
Fernando Quilodrán: Poeta , novelista, periodista. Entre sus libros: Vitales mereciéndolo (novela), Poemas. Actualmente es Jefe de Redacción de la revista Pluma y Pincel.