Transcribimos a continuación las ponencias de Sergio Infante y Miguel de Loyola.
La pandemia como elemento generador de una obra literaria.
Sergio Infante Reñasco
La creación literaria en tiempos de pandemia atañe a lo relacionado con la peste misma y, de modo especial, la cuarentena. Partamos por este aspecto, que implica la obligación de aislarse recluyéndose. Este, en condiciones ideales, favorece la parte solitaria del oficio de escribir. El aprovechamiento de la cuarentena, sin embargo, no obliga a escribir sobre esta ni sobre la pandemia que la origina. Así, por ejemplo, William Shakespeare creó durante la peste isabelina tres obras: El rey Lear, Macbeth y Antonio y Cleopatra. Ninguna de ellas se relaciona con epidemia ni reclusión sanitaria alguna.
Con todo, la cuarentena, como tal, puede perfectamente ser un buen tema literario. De hecho dos obras del canon renacentista parten de ella: El Decamerón, de Boccaccio, y Los cuentos de Canterbury, de Chaucer. Ambas tienen como motivo de enmarque una situación de cuarentena donde se cuentan historias para hacer más llevadero el confinamiento. Las historias no se refieren a la epidemia sino a episodios más bien picarescos. Es decir, la cuarentena y más indirectamente la peste constituyen ficcionalmente el tiempo de la enunciación en que se están produciendo los enunciados de estos cuentos. De manera que ya no estamos en la cuarentena como una circunstancia del mundo real, sino que dentro de ese constructo cultural hecho de palabras que llamamos literatura.
El tema de las plagas, pestes, o como quieran llamarlas, aparece desde tiempos inmemoriales en la literatura y sigue presente en muchas obras de nuestra época. En las más antiguas y prácticamente hasta el fin de la Edad Media se plantea como la expresión de un castigo divino motivado por alguna forma de insubordinación. Así es cómo lo hallamos en la Mesopotamia de hace más de 3700 años, en el Poema de Atrahasis. También en la Biblia encontramos profusamente este tema; entre otras partes, en el Éxodo, las diez plagas de Egipto, y en el Nuevo Testamento hallamos las siete que san Juan ve en su Apocalipsis.
Igualmente, en la antigüedad clásica las pestes parecen tener su origen en una transgresión, al menos así puede observarse en el mundo de la épica y de la tragedia. Edipo rey, de Sófocles, por ejemplo, se inicia con la ciudad de Tebas azotada por una peste que Edipo ha provocado al matar a Layo, su padre, y luego casarse con Yocasta, su madre, ignorando que era hijo de ambos.
Demos un salto en el tiempo y detengámonos en la Baja Edad Media, cuando las epidemias diezmaron dramáticamente a la población europea. En esa época nace un subgénero literario llamado la Danza de la Muerte, de esta no se escapan ni pobres ni ricos. Huelga decir que las plagas del medioevo, entre ellas la peste negra o bubónica, se ven como obras del demonio y proliferan las acusaciones de brujería. En nuestra época ya no se ven así las pandemias, pero siguen originando obras literarias.
Se puede observar entonces que a través del tiempo el tema de la pandemia es tocado en distintas manifestaciones literarias. El tema, es decir, aquello que responde a la pregunta de qué estamos hablando, sin embargo no es exclusivo de la obra literaria, ya que puede ser tratado en otras formas de expresión textual, por ejemplo, en el editorial de un periódico, en un informe científico, en un libro de Historia, etc. Por eso la teoría califica al tema como un código paraliterario.
Resulta entonces evidente que para que sea literario un texto –tanto generado por las circunstancias de la pandemia o referido en un cierto grado a ella– debe reunir determinadas condiciones básicas que hacen parte de su especificidad y van más allá de su génesis y de su temática. ¿Cuáles son estas condiciones? Me parece que hay por lo menos tres. La primera, la naturaleza irreductible del texto, el cual no se puede alterar ni reducir a fórmulas como podemos hacer, por ejemplo, con una teoría científica. Además, una novela, o un poema, sobre el coronavirus no se vuelve obsoleto si aparecen otras novelas, u otros poemas, sobre el mismo tema. En cambio, una teoría sobre el coronavirus queda obsoleta si es superada por otra. La segunda condición se refiere al carácter simbólico y polivalente del texto literario, siempre de alguna manera nos habla de otra cosa. Por ejemplo, La peste, de Albert Camus, denota una plaga en Orán pero connota la ocupación nazi de París y las diferentes actitudes de sus habitantes; asimismo se le pueden atribuir otros significados. y 3) La tercera condición tiene que ver con el reconocimiento de un texto como literario por una comunidad cultural, lo que implica semióticamente la relación del signo y sus usuarios. Es decir, lo que transforma el texto literario en obra literaria. Cuestión que –entre otros aspectos– permite situar determinado texto en algún género literario y, con ello, al iniciar la lectura de un poema o de una narración ficticia, hacerlo desde un horizonte de expectativas que es distinto del que se tiene ante un ensayo sociológico o ante el informe de un ministro de Salud por muy ficticio que este sea.
A estas condiciones básicas, hay que sumarles los elementos constitutivos que exige una obra más o menos bien hecha y que me excuso de enumerar por razones de tiempo.
Evidentemente, quienes se dedican a escribir obras artísticas –y todos los demás integrantes de la institución literaria: lectores, críticos, editores, etc.– de alguna manera saben o intuyen todo lo que acabo de decir. Si me he detenido en estos puntos es porque la pandemia que estamos viviendo ha cobrado tal envergadura que nos ha llevado a situaciones quizá semejantes a las que produce una guerra o una revolución, aunque ocurran de manera más silenciosa. Estas situaciones límites muestran, entre otros aspectos, lo mejor y lo peor de la condición humana. El Covid19 nos trae un océano de posibilidades para que puedan forjarse obras, y por consiguiente resulta tan atractivo como peligroso. La prisa, el inmediatismo, el confiar que basta con un tema apasionante para hacer buena literatura son trampas en las que es fácil caer. Se evitan tomando en cuenta la andadura del oficio. Augusto Roa Bastos, un escritor para mí admirable, se definió como “un artesano que se quiebra los dedos al escribir”. Una actitud así puede contribuir a crear el lenguaje necesario para levantar, a partir del mundo real, un mundo posible, un modelo de mundo que más que entregar respuestas genere preguntas en los lectores.
Con mis palabras no pretendo causar el paroxismo en quienes pretenden abordar el Covid-19 desde la creación literaria. Por el contrario, como siempre, hay que atender a las pulsiones del ahora, llevarlas al papel y esbozar lo que será la obra. Una forma clásica para evitar la chatura y la inmediatez quizá sea el distanciamiento, la extrañeza, que permite ahondar los límites entre la realidad de cada día y la realidad simbólica de un poema, un cuento, una novela o un drama. Si uno examina un corpus de novelas de distintas épocas en las que aparece una pandemia se da cuenta de que en muchas hay una distancia entre el tiempo de la escritura y el de la historia que se narra, así en Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, publicada en 1772 se relatan crudamente los episodios de la peste que azotó a Londres un siglo antes. En 1827 Alejandro Manzoni cierra su obra cumbre, Los novios con una descripción de la peste bubónica que diezmó a Milán en 1630. Las secuelas de la poliomielitis, cuyo azote se dejó sentir en el siglo XX hasta que a mediados de los cincuenta salieron las vacunas, tiene una muy buena novela: Némesis, dePhilip Roth, aparecida en 2010.
Las narraciones pandémicas también pueden situarse en un futuro lejano, acompañadas generalmente por una atmósfera distópica. Así, en 1826 Mary Shelley publica El último hombre, cuya apocalíptica historia se sitúa en 2073. Algo parecido ocurre con La fiebre escarlata de Jack London, aparecida en 1912, la trama de esta novela transcurre el año 2013.
En la literatura pandémica muchas veces puede leerse metáforas que nos desnudan frente a adversidades imposibles de eludir, como en La Peste, de Camus, o como en La montaña mágica, de Thomas Mann, Los adioses, de Onetti, El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez, Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago o, más recientemente, Distancia de rescate, de Samanta Schweblin, donde los agrotóxicos sobre el campo argentino dañan como una verdadera plaga.
La pandemia del Covid-19 está constantemente subrayando la enfermedad, la muerte, la debacle social y ética de nuestro mundo real, En el caso chileno, a todo esto, se le añade una experiencia inmediatamente anterior: el estallido social, prácticamente puesto en jaque por el coronavirus y el aprovechamiento que hace de dicha peste la otra peste, la del poder represivo. Los mundos posibles que surjan en las obras literarias que se generen a partir de este drama humano, podrán contener todas esas calamidades y convulsiones en sus discursos pero esto, por la naturaleza propia del texto artístico, no implicará ningún daño porque de sus lecturas e interpretaciones siempre nacerán preguntas
La creación narrativa, contingencia y punto de vista
Miguel de Loyola
La narrativa, cuya característica esencial es contar, relatar un acontecimiento, bien sea real o imaginario, se ve enfrentada hoy día al desafío -y acaso al imperativo- de contar todo sobre la pandemia que asola al mundo. Muchos narradores ya lo están haciendo, movidos por el virus que ha terminado por sacar a las personas de su rutina habitual, violentando sus hábitos y costumbres. La situación se presta como material apropiado para el cuento, la novela, la crónica, dadas sus características que van desde la tragedia hasta al realismo mágico, de la ciencia ficción al naturalismo, del realismo a la ficción. Porque los acontecimientos lo demuestran al punto de cobrar pleno sentido esa vieja frase que dice la realidad supera la ficción. ¿Alguno de nosotros habría imaginado alguna vez que podría vivir en carne propia una experiencia semejante, apremiado por un virus que amenaza con matar a este y a aquel?
Sin embargo, el arte narrativo, y el arte en general, no suele ir de la mano con el acontecer. No toma su material de lo inmediato, de lo que está sucediendo ahora mismo allá afuera. Son pocos los narradores que suelen escribir motivados o exigidos por la contingencia, salvo algunos iluminados, o aquellos a quienes por exigencias laborales deben hacerlo in situ. El arte, y especialmente la narrativa, requiere de cierta distancia para emplazar sus andamiajes, lo mismo que la estética a la hora de entregar sus criterios de selección. Además, la narrativa maneja mejor el lenguaje en función del pasado, de algo que sucedió, aunque nos esté hablando del presente o del futuro. Recuérdese, a modo de ejemplo, el clásico Erase una vez, que bien puede estar referido al pasado o al futuro…. Fórmula inequívoca para introducir al lector en un acontecimiento que el narrador domina, y por eso viene a contarlo. De ahí su sentido épico, referido a hechos consumados.
En las actuales circunstancias, el narrador enfrenta un hecho digno de contar, algo extraordinario, algo que estaba fuera de lo previsto, una situación inesperada, aunque muchas veces vivida y tratada a lo largo de la historia de la humanidad. Recuérdese las narraciones bíblicas, donde las pestes arrasaban generaciones y pueblos completos, las pestes de la edad media, donde las ciudades quedaban desoladas, las de América al momento de la conquista, la peste negra o bubónica, la española, cuya mortandad fue espantosa. En ese sentido, no hay novedad en el hecho en sí, porque la humanidad ha pasado muchas veces por la experiencia. La diferencia está en que ahora la estamos viviendo en un presente inmediato, cuando todavía no es historia, como lo son aquellas vividas en tiempos pasados por otros, cuya experiencia no nos sirve. Existen diferencias tecnológicas que nos separan completamente de la vivencia misma. Aunque se adopten medidas similares como el aislamiento aplicado en el medievo.
Quiero decir con esto, algo que para el arte en general es sustantivo, y que el narrador hace bien en tomar en cuenta a la hora de contar un hecho, y este hecho en particular inmerso en la inmediatez, contingente, presente, actual. Lo importante aquí será el punto de vista, la perspectiva del narrador, la posición o las posiciones que adoptará este ojo avizor o testigo para narrar los acontecimientos referidos a la pandemia. Del punto de vista va a depender si la historia resulte tan impactante como la realidad, porque en virtud de que se trata de algo que está sucediendo allá afuera, aquí y ahora, cualquier lector tendrá su propia impresión, posiblemente más fresca y más legítima.
La tentación de escribir sobre un hecho de tales características es grande para cualquier escritor. Porque reúne la particularidad que el material narrativo (supuestamente) requiere para volverse atractivo ante los ojos tanto del escritor como del lector. Pero no hay que olvidar que la novedad y el interés de los sucesos, para el arte narrativo no está en el hecho en sí mismo, sino en su tratamiento, por eso hacíamos recién mención al problema del punto de vista, que será, por cierto, muy distinto a la crónica periodística. Cabe recordar que la novedad de los hechos del acontecer inmediato, son materiales más propios del periodismo que del arte narrativo. El cuento y la novela tiene el deber de dar novedad incluso a hechos triviales que no la tienen, mediante la articulación de sus artilugios creativos. Bastaría analizar el argumento que da pie a cualquier obra narrativa importante para demostrar que están basadas en hechos triviales como la locura del personaje por causa de sus lecturas, para el caso de hablar de la obra inmortal de Cervantes, Don Quijote. “del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio.”
La escritora norteamericana Susan Sontag, entre sus muchos ensayos sobre literatura, hay uno que hoy día tiene mucho que decir y tal vez enseñar a los narradores que están buscando -y lo seguirán haciendo en el futuro-, la manera de contar lo que está sucediendo o ha sucedido en el mundo. En su libro La enfermedad y sus metáforas, Sontag aborda el problema de la interpretación y apropiación de las enfermedades incurables a través del lenguaje, en tanto fenómeno desconocido, que bien podríamos comparar con el que vivimos en la actualidad, dadas sus características. Del covid-19 se ignora su génesis y tratamiento, lo mismo que del bacilo de la tuberculosis en su tiempo. Sontag advierte lucidamente un punto de vista metafórico en su tratamiento, y en el enfoque de las enfermedades en general a lo largo de la historia. Es decir, frente a lo desconocido por la ciencia -ella está hablando del virus de la tuberculosis, del cáncer, del sida- se aborda el fenómeno desde la metáfora. Articulando de esta manera un conocimiento del problema que no distará del todo de la realidad una vez conocido el bacilo de la tuberculosis y su posterior antídoto. Evidentemente, esta apropiación metafórica de algo concreto, termina siendo a veces el doné o el gatillo de muchas obras narrativas cuyos héroes y heroínas padecen el mal. Recordemos la Dama de las Camelias, La Montaña mágica, Los miserables, Pabellón de reposo, La cabaña del tío Tom, por nombrar algunas.
Umberto Eco ha dicho en uno de sus ensayos que “los mundos de ficción son parasitarios del mundo real” y de seguro tiene mucha razón, porque muy pronto florecerán cientos de narraciones a partir de la situación actual, cuando la humanidad está amenazada por un virus que ha terminado paralizando el mundo, sin poder hallar todavía la solución.
El interés de este Simposio está encaminado a incentivar la creación literaria, en motivar a las nuevas generaciones a escribir sobre el momento que estamos viviendo, porque los amantes de la literatura creemos que, en definitiva, la mejor forma de apropiación e interpretación vivencial de la realidad es a través de la literatura. El amor lo expresa mejor un poema que el propio amante, la vida la recrea mejor un cuento o una novela que la misma realidad.
Miguel de Loyola – Santiago de Chile – Junio del 2020