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CUÁNTO VALE Y CUÁNTO SE PAGA EL TRABAJO DEL ESCRITOR

Artículo de Willie Schavelzon, editor y agente literario argentino radicado en Barcelona

Hay escritores que trabajan en su obra, sin preocuparles por si ese trabajo será remunerado o no. Otros, consideran que escribir es un trabajo profesional, por lo que corresponde que se les remunere como tales.

Borges nunca se preocupó por cobrar por sus cuentos o poemas, vivía de su trabajo en el municipio, de colaboraciones periodísticas, luego de dar conferencias y de su salario como director de la Biblioteca Nacional, pero nunca de sus derechos de autor. Igual que Juan Rulfo, que en vida solo publicó dos breves libros que, aunque transformaron la literatura en español del siglo veinte, tenían muy poca venta. Para vivir, Rulfo trabajó toda la vida como editor de un organismo gubernamental. En esa época, la edición todavía era una actividad cultural, ahora, es una actividad industrial, como tal, lo que prima es la rentabilidad.

Cada día son más los escritores que consideran, de manera indiscutible, que deben cobrar por su trabajo, por cualquier uso de sus escritos, algo que parece bastante obvio, pero cuesta lograr. Existe una idea muy generaliza, en la gente, y en ámbitos gubernamentales, de que el escritor siempre escribirá, con independencia de que se le pague o no, y que, por lo tanto, no es necesario pagarle. A eso vino a sumarse la engañosa deformación provocada, cuando así les convino, por los buscadores de internet: todo gratis.

Muchísima gente, que no tiene dudas de que debe pagar por el alquiler o la hipoteca de su vivienda,  no considera que debe pagar el trabajo intelectual.

Esta distorsión de la percepción de los valores del trabajo y la propiedad, no debería aprovecharse, en la industria cultura, para no considerar al autor con la misma prioridad, o incluso más, que la de cualquiera de los otros proveedores que aportan para la publicación de un libro, o la realización de una serie de televisión. ¿Por qué “incluso más”? Lo puedo explicar.

El precio de venta de los libros, se fija en función de los costos de fabricación: el papel y la impresión. Si bien se trata de proveedores de los que no se puede prescindir, no son los que aportan un diferencial, eso que determinará que un libro se venda y otro no. La diferencia esencial entre un libro y otro, es su contenido. Este diferencial lo aporta el autor (el traductor, el ilustrador), y requiere de muchísimas horas, años, de formación y de trabajo.

Qué difícil es hablar de plusvalía (el valor del trabajo no pagado, que termina siendo beneficio de otros), sin utilizar este término demodé.

No otorgar un valor diferencial al trabajo del escritor, no es nuevo. En el siglo XV, los libros costaban según la calidad de la encuadernación. Seis siglos después, hemos avanzado poco, la percepción del precio de un libro, tiene que ver con el número de páginas, no con su contenido.

El valor estratégico que aporta el autor, no se reconoce. Al no tenerse en cuenta, no determina el precio de venta del libro, y eso hace que no se califique ni priorice la remuneración del autor.

El autor cobra un porcentaje del precio de venta del libro, que es menor al de otros proveedores, un porcentaje que nadie sabe de donde salió, pero que se mantiene igual desde hace más de un siglo, cuando la edición todavía era una labor artesanal. Además, el autor es el único “proveedor” que tiene que esperar seis meses a un año para cobrar.

Puestos a pensar: ¿por qué el autor solo cobra por los ejemplares vendidos, cuando el papelero y el impresor cobran por el total de los ejemplares fabricados? No tengo respuesta ni propuesta, pero aquí hay algo para reflexionar.

 El escritor español y el latinoamericano, es el que más conflictos tiene con el valor económico de su trabajo, como si esa preocupación u ocupación, pudiera ir en menoscabo de su labor creativa. Aceptamos muchos criterios “porque toda la vida han sido así”, solo que ahora han cambiado radicalmente las condiciones de producción.

No negociar condiciones, o firmar contratos sin leer, se suele atribuir a la ansiedad por publicar. Yo creo que la ansiedad, se tiene que resolver con el psicólogo, porque de otra manera solo se posterga, y cuando regresa, es peor.

Hay culturas, como la anglosajona, que no tienen este tipo de conflictos. En Estados Unidos, el país con más editoriales, más agencia literarias y más abogados del mundo, existen dos sindicatos de escritores (incluye a guionistas y traductores), el Writers Guilt of America (www.wga.org) y The Authors Guild (www.authorsguild.org). Son tan poderosos, que en 2008 hubo una huelga de guionistas, que obligó a las productoras a mejorar las condiciones de los contratos, porque las principales series de televisión comenzaban a atrasarse. Años después sabemos que, pese a haber mejorado notablemente el valor del trabajo de los guionistas, a las productoras les fue mucho mejor.

Hace pocos años, cuando Google comenzó a publicar libros mediante acuerdos con las bibliotecas, sin pagar derechos de autor, el Writers Guilt logró detener el proyecto, y ganar un juicio, ¡a Google!, cobrando 1.700 millones de dólares, que se repartieron entre los asociados.

Acudo a estos ejemplos, porque no quisiera que parezca que la diferencia de criterios es un problema solo con las editoriales (“editoriales”, no “editores”,  hablo siempre de empresas).

Estoy convencido de que autores y editoriales (y libreros), tendrán que ser aliados, frente a las grandes corporaciones digitales, todas implicadas en la producción audiovisual, en la edición, y en el dominio creciente de la venta de libros.

Ha habido un hecho que algunas editoriales no registraron: hace un año, las principales plataformas de televisión definieron que el autor (la IP, Intelectual Property, como lo consideran), era su proveedor estratégico. Los excedentes financieros de estas corporaciones son tan enormes, se implican en tantos tipos de inversión, que no sería extraño que, en un futuro cercano, las editoriales tengan que comprar los derechos de publicación a esas productoras, propietarias totales de “la IP”. ¡Y esa sí que será una negociación! ¿Quién creen que se quedará con la mayor parte? No será el autor, ni la editorial, seguro que no.

Miremos también lo que está sucediendo con la venta de libros: Amazon concentra el 30% de la venta mundial de libros. ¿Qué creen que sucederá cuando llegue al 50% o más? determinará qué se puede publicar y qué no, ya que no será posible hacerlo con los títulos que Amazon (por cualquier razón, en especial por poca venta) decidan no trabajar. Los editores pequeños, independientes ¿podrán prescindir de Amazon, para continuar con su labor, que también es diferencial?

 La cuestión del valor del trabajo del autor no es nueva. “¿Cuánto cuesta la hora de trabajo de un escritor?” se pregunta Ricardo Piglia, en Los diarios de Emilio Renzi (entrada del lunes 19 de febrero de 1979), y “¿cuánto gasta en sus horas de trabajo?” Él, en seis horas, gastó en tres tazas de café, dos sándwiches de jamón, un durazno, dos peras, y fumó un paquete de cigarrillos. Esto, para escribir cinco cuartillas, de una novela que ni siquiera llegó a publicar.

 La hecatombe que estamos atravesando, con las editoriales y las librerías cerradas por la pandemia, y el mundo del libro paralizado y en colapsado, muestra cómo se equivocan los economistas, los Think Tank y otros gurús, que hacen planes en los que nos dicen que todas las variables están previstas.

 Claudia Piñeiro dice, en la revista Noticias, (28.4.2020):   “A mí más que el sector del libro en general, me preocupan los escritores. Hay escritores que no tienen para comer, y no por la pandemia, sino porque no les pagaron los derechos de sus libros del año pasado. Tendrían que haberles pagado a principios de año, luego vino el coronavirus y les dijeron: ahora no te puedo pagar”. “Casi con seguridad, ellos son los que peor están dentro del sector del libro. Peor que las editoriales, que los imprenteros, que los libreros. Lo que serviría es pensar cómo hay que remunerar a los escritores”

Priorizar al autor, reconociéndolo como un proveedor estratégico, y pagándole como tal, modificaría el criterio con que se fija el precio de los libros. Las editoriales podrían cobrarlos no solo por el número de páginas, con lo que podrían invertir más en calidad, sabiendo que hay lectores dispuestos a pagar por ese diferencial, lo que facilitaría pagar mejor a sus autores.

Para que haya libros, los escritores tienen que escribirlos, y para poder hacerlo, necesitan cobrar. No me parece sostenible la idea de que escribir sea solamente una actividad creativa, que se puede pagar mal, o incluso no pagar.  Para que esto cambie, todas las partes tendrán cosas que modificar

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