Los escritores opinan

TERCERA SEMANA

En el comienzo de aquella tarde del mes de Octubre,  el cielo lucía limpio con  tono azulado. En pocas horas comenzó a cubrirse con densas nubes grises que se acercaban amenazantes cada vez más a la techumbre de los altivos edificios de la capital.

La avenida Providencia iba recibiendo el paso tranquilo del caminante que se dirige hacia el lugar central de la gran concentración. Acarreando banderas que ondulan al viento,  logran entremezclarse en ese laberinto de gente. Voces,  además el ruido de tambores y ulular de carros policiales a lo lejos, les hacen gritar, lanzando desde lo más íntimo de su ser las consignas y frases improvisadas a veces, para ser  escuchados. Cientos de ciclistas que a pesar de la dificultad que les presenta el camino y ante el lento avance se hacen notar provocando un estridente ruido con un silbato prendido a la boca. Algunos cargan en la espalda una pancarta que lee ese idioma con la queja o el reclamo popular.  Un olor penetrante impregna el ambiente, la tos se hace sentir al igual que la picazón en los ojos, las botellas con los  líquidos preparados con bicarbonato, gajos de limón y agua de laurel  ayudan en el momento.  Esa malla invisible de gases tóxicos va adueñándose del espacio, el gentío se agita, muchos tratan de desviarse o detener la marcha para evitar respirar el mensaje de carabineros que daña los pulmones. Los pañuelos, turbantes,  lentes de protección antibalas, son las herramientas de ayuda en la situación que va transformándose crítica por momentos.

El avance continúa hacia la Plaza de la Dignidad (ex Plaza Italia). La gran multitud que viene marchando desde diferentes puntos de la capital, va en medio de gritos y arengas sacando con fuerzas el descontento. De pronto las columnas se detienen, les impide el paso el millar de personas congregadas alrededor en la Estatua del General Baquedano,  situada en el punto clave del encuentro. Ésta parece observar la multitud y el rio Mapocho que con murmullo imperceptible a causa del bullicio, continúa su camino hacia el poniente.  Lo cruzan los puentes Pio Nono, Loreto y del Arzobispo,  los más cercanos menguando su capacidad, pues sostienen gran cantidad de personas apretujadas, imposibilitadas de avanzar, para aproximarse también a la zona cero.

En medio de la multitud cercano a la Plaza, irrumpe un vehículo blindado, color gris guiado por carabineros a gran velocidad devorando la ruta, sin importar la población que camina con paso lento y descuidado en dirección contraria, un griterío se levanta al paso, términos soeces se escuchan ante tal agresividad y atropello. Se agitan las banderas; y a los pocos momentos, se arma una barricada. Muchos jóvenes cooperan para tal objetivo.  El fuego toma lugar sin dudas. Arde la calle, alimentada por basuras y rastrojos acumulados del día anterior. Un ruido ronco y monótono los  envuelve, alzan las cabezas para observar un helicóptero dando vueltas y vueltas, dejando una estela de incertidumbre y malos recuerdos. 

La gran marcha no se detiene, arremete ya casi llegando a la meta, aparece un vehículo arreglado con barandas que muestra en sus improvisados espacios, retratos de algunos mártires de la dictadura. La gente abre paso y con respeto grita consignas  alusivas a esos personajes que luchando en alguna forma, dieron la vida por sus ideales. El vehículo avanza lento en la misma dirección de la marcha, parlantes con sonoridad dejan escuchar la música de Inti Illimani y de Víctor Jara. El acercamiento a la zona cero está próximo, Hay señales de bombas lacrimógenas, gran cantidad de humo. Hecho que no amedrenta a los participantes que gritan sin temor a carabineros que vigilan de cerca.  De pronto junto al parque Balmaceda emerge el carro lanza agua, dirigiendo sus potentes chorros a la multitud,  Los más jóvenes en actitud beligerante se enfrentan arrojando piedras y trozos de ripio, varios caen al suelo debido a la fuerza del ataque con agua. Se levantan corren y no desmayan. La impotencia los desespera, se ven desarmados  como David frente a Goliat. Dos muchachos caen abatidos por las balas o perdigones de la policía. Son inmediatamente socorridos por sus compañeros en medio del humo y del agua que llega con furia.  Una de las víctimas ha recibido un impacto en el ojo izquierdo, la sangre se desliza  por su mejilla, trata de sobreponerse preocupado por el camarada caído, parece no notar su herida, Ambos son atendidos por el equipo de la Cruz Roja. No sienten dolor ante la sangre que fluye en sus cuerpos, desean continuar en la protesta,  luchar frente a la injusticia.

A lo lejos se escucha el grito de un grupo de estudiantes.  – “El Pueblo Unido Jamás Será Vencido”.

Paz M. Figueroa  (2019)

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