Los escritores opinan

La joven poesía de Pepita Turina

Por Gaceta Alerce

Nacida en Punta Arenas, Pepita Turina (1907-1986) realizó en Valdivia tanto sus estudios básicos como los de Piano, dando comienzo también en esa ciudad a su quehacer periodístico en El Correo de Valdivia. Notable animadora de la vida cultural, creó La Semana del Arte, en el marco de la cual surgió el Primer Salón de Bellas Artes (1936), que convocó a personalidades de la plástica como Julio Ortiz de Zárate, Samuel Román, José Caracci, Arturo Valenzuela, Marco Bontá y Lorenzo Domínguez. Más tarde, en Santiago, se desempeñó como catalogadora de la Biblioteca Central de la Universidad de Chile hasta 1952. Asimismo, entre 1946 y 1949 ejerció como secretaria del Boletín del Centro de Estudios Federico Fröebel.

Destacada narradora, escribió, entre otras obras, Un drama de almas, El refugio de las campanas y Tres tiempos en la vida de Sergia. Su obra le valió reconocimientos tales como la Mención Honrosa en el Concurso Atlántida, efectuado en Buenos Aires en marzo de 1982, y un galardón análogo en el concurso Esperante, de la Northeastern Illinois University, Chicago, en 1985. Mucho antes, sin embargo, la escritora también obtuvo la Mención Honrosa en Ensayo de los Juegos Literarios de la Municipalidad de Santiago y el Primer Premio en el Concurso Floral de las Fiestas Primaverales. Esta distinción le fue otorgada por su más desconocida faceta de poeta, en el marco de la cual compuso en prosa, bajo el seudónimo de Spleen, Prólogo a la primavera, de 1935, que incluimos aquí junto a De los poemas sin nombre, publicado también durante ese año.

Prólogo a la primavera

     DAME TU CANCIÓN, PRIMAVERA. Entrégame tu ruido. Píntame la cara y aquí en lo alto de mis brazos libres y de mis palabras locas ensarta tus aros, tus flores, tus frutos. ¡Ah, tu lozanía, ah, tu capullo, ah, tu siembra, ah, tu inconsútil túnica mojada de rocío y encarrujada de risas y teñida de amor!

     Vienes saliendo ahora, adolescente, hermana de la paloma; no retornes obscura. Vienes como el cisne erguido, lavado, perfumado de aguas, escoltado de nenúfares hieráticos hacia la orilla del sol.

     Eres como el primer vagido, cancionera; eres siempre el amor de nosotros, hombres y mujeres, ¡el amor!; gracia inmarcesible, canto primero y único del mundo, canto primero y último del hombre y la mujer, confundidos. Abrazo glorioso, rueda del corazón esperanzado, luz en los ojos, borrachera de color, manantial de viejas novedades, destino azul de espera, mundo perdido y de nuevo hallado, gorjeo de nacencia y calor de nido, mascarada de todas las edades.

     Canta, primavera, tu canción cancionera; tu melodía de cada vez, de cada vuelta, de cada año viejo en que tú te renuevas, con nuevas florescencias, con nuevos ritmos, con hermosas palabras nuevas y con el beso amplio de tu naturaleza estremecida que nos alegra, que nos rejuvenece, que nos brinda una vida de color multiplicado.

     Palabras, amores, deseo impoluto, visión adorada de la primavera, loca, sensiblera, yo te hago estos signos, estos gestos míos desde mi alma artista.

     Estoy loca, estamos locos, primavera. Acaso una guerra feroz apreste su puñalada, para herirte, para teñir de rojo tu color sedante, tu índole divina y prometedora; amor de solitarios, de aparejados y de muchedumbres; clima para creaciones geniales y pueriles, clima para divagaciones y retornos, clima para reinados de belleza y de alegría, clima de besos, de ruidos y de éxtasis, clima de multiplicidad…

     Canta, primavera, tu canción cancionera; la que se agazapa en las estaciones y se renueva en tus primicias. Rueda tu carro alígero, rosa de Jericó, rosa de la poesía, virgen prudente, luminaria sin voto, letanía de crédulos e incrédulos, amplitud de belleza.

     Rueda el aplauso del orbe en tu gracia, ronda de flores, ronda de campanas, hora de cerezos y de durazneros, hora de lágrimas enjugadas, predilecta de Dioses, mensajera.

      Canta, primavera, tu canción cancionera. Canta primavera.

De los poemas sin nombre

YA ME ESPERAN LAS COSAS COTIDIANAS:

Al pie del lecho las chinelas rojas que en sendos

nidos de terciopelo cobijarán mis diez dedos inquietos.

En la silla cercana un remolino de prendas que mi mano

descuidada desprendió ayer con premura de mi cuerpo.

Ya me esperan las cosas cotidianas:

no solo las que pongo sobre mí para vivir

Mi vida hogareña de todos los días.

También me esperan la escoba, el plumero, la plancha;

También el polvo de los muebles y de los suelos;

Las ventanas cerradas para que las abra;

La cama desarreglada para que la arregle;

La estufa apagada para que la encienda;

El café tostado para que lo hierva;

La taza vacía para que la colme.

Y en el huerto las plantas tienen sed

de mi mano regadora.

Las flores tienen ansia de sufrir con mis tijeras.

Todo me espera como yo lo espero.

Lo que me conoce es lo que yo conozco.

En el refugio de mi casa sola yo laboro incesante.

Guardo el cantar de mi melancolía.

Y sonrío a las cosas compañeras, a las cosas mías;

a los artefactos y a los ingredientes del diario vivir.

Sonrío sin esperar y sin pedir.

Secretamente ansiosa de que un varón amante

venga a doblar el trabajo y el precio de las cosas,

para tener por quien hilvanar mi quehacer

y descansar de mi fatiga.

Ya me esperan las cosas cotidianas:

El agua, el espejo, la polvera, la peineta, el libro,

la labor y el ocio final de los atardeceres.

Ya me esperan las cosas cotidianas:

el dolor nocturno de mi lecho solo, 

mi Padre Nuestro de católica,

el ensueño de mi mente despierta

y el descanso de mi cuerpo dormido.

Y hasta mañana y siempre…

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