Los escritores opinan

Alberto Rojas Giménez, Bárbara Délano y Armando Rubio

Por Victoria Ramírez Llera

La nutrida tradición poética de Chile cuenta con algunos exponentes cuyas promisorias vidas se extinguieron demasiado rápido. En esta ocasión, revisaremos algunos de los poemas de tres autores que dejaron una poderosa huella en la poesía chilena: Alberto Rojas Giménez con su breve obra vanguardista, Bárbara Délano con una poética renovadora; y Armando Rubio, con versos melancólicos y fulgurantes.

Alberto Rojas Giménez (1900 – 1934)

El siglo XX abría sus puertas y en Chile también corrían vientos de cambio: se inauguraron los tranvías eléctricos, la Estación Central; se fundaba el diario El Mercurio, se instauraba el servicio militar obligatorio; y en Valparaíso, nuestro puerto principal, el 21 de julio de 1900 nacía Alberto Rojas Giménez. Perteneció a la Generación de 1920, acaso la más bohemia de nuestra historia literaria y que comprende a figuras como Rubén Azócar y Pablo Neruda, de quien fue un amigo cercano. Con apenas 20 años ya era un destacado poeta, cronista y dibujante. A esa edad fundó la revista Claridad, en la que, en conjunto con el poeta Martín Bunster, publicó el “Primer Manifiesto Agú”, considerado unos de los hitos clave de la vanguardia poética chilena. Años más tarde viajó a Francia, donde escribió las célebres crónicas que dan forma a Chilenos en París, su único libro publicado en vida y en el que retrata a figuras como Vicente Huidobro. Cuando volvió a Chile, se sintió forastero en el terruño y sus cercanos cuentan que no volvió a ser el mismo. Su vida terminó tras una noche de juerga que no pudo pagar, por lo que lo expulsaron del bar, después de dejar su abrigo en prenda. La noche lluviosa hizo lo suyo y el poeta sufrió una bronco pulmonía fulminante. Murió el 25 de mayo de 1934. Sus restos fueron sepultados en el Cementerio General.

PRIMER MANIFIESTO “AGÚ”

En un principio la emoción fue.
 Agú. Lo elemental. La voz alógica.
 El primer grito de la carne.
 Hoy sólo queda la palabra, sobajeada y sobajeada,
 Lunar postizo, colorete.

Fuera hilvanes!…

El agua es el agua.
 La tierra es la tierra.
 El cielo es el cielo.

No busquemos.
 Glosemos solo la emoción orgánica de lo que está: la célula, el corpúsculo de
 luz y de sonido.
 Señalemos el punto vital de cada instante.
 Afirmemos la trascendencia de las fiestas espontáneas.

No busquemos.
 No busquemos.
 No busquemos.

                         Recibamos.

Seamos ánfora: Espejo-Nervio.

Reivindiquemos el sobresalto, la caricia fugaz, el mordisco…
 La tristeza de la grasa sobre el abdomen…
 El juego de los músculos…

Vamos a la Emoción Desnuda
 Sin forma. Sin forma.
 ……     ………. ………………
 —Se emociona Ud. en endecasílabos?
 ……………………………………………..

             ¡EL GRITO!… EL GRITO!… EL GRITO!

     Poetas:

A sincerarse. El paso ha sido dado.
 Agú es la Verdad. Lo Espontáneo.
 Agú no necesita aprendizaje.  Ni lecturas. Ni erudición.
 Agú está.

 CREPÚSCULO EN EL MAR

Crepúsculo en el mar. Hora de tristeza
que enciende tu recuerdo en una llama trémula.

País de campanas en la bruma. Tierra lejana
que retiene tus pasos y recoge tus lágrimas.

             Crepúsculo en el mar.
Corre el navío hacia las primeras estrellas.
¿Dónde estarás ahora, niña blanca y doliente?
En mi alma de ansiedad ancla tu alma de espera.

Decías: “Quedaré sola… tan sola”.

Allá abajo estás, allá abajo,
En un país de vientos y de lluvias.

Ciudad de lunas en desvelo,
tierra de silencio junto al fuego.

¡Ah, niña mía tan triste!
Tinieblas de distancia me arrebatan tu ternura.

¡Ah, niña mía!
En esta hora
arde mi corazón en tu recuerdo.

Bárbara Délano (1961 – 1996)

Socióloga, poeta y feminista, perteneció a una familia de connotadas artistas: sus padres fueron la psicóloga y poeta María Luisa Azócar y el escritor Poli Délano, hijo, a su vez, del destacado escritor y diplomático Luis Enrique Délano. Cursó sus estudios secundarios en México y, de vuelta a Santiago, entró a estudiar Licenciatura en Letras Hispanoamericanas en la Universidad de Chile. En 1982 regresó a México, donde se graduó con honores de la carrera de Sociología. En 1988 volvió a Chile para trabajar en el Centro de Estudios de la Mujer. Escribió la investigación titulada Asedio sexual en el trabajo, en coautoría con Rosalba Tadaro. En 1992 se radicó definitivamente en México. En octubre de 1996 abordó un vuelo con destino a Chile y escala en Lima, donde se reúne con el poeta Antonio Cisneros y Carolina Teillier, hija de Jorge. Un día después, abordó el Boeing 757-200 de AeroPerú, que se estrelló en el océano Pacífico poco después de despegar, dejando 70 víctimas fatales, entre ellas Bárbara, cuyo cuerpo nunca fue hallado.

Publicó los poemarios México – Santiago (1979) y El rumor de la niebla (1984).​ Después de su muerte, su madre recopiló Cuadernos de Bárbara, obra poética póstuma que ganó el Premio Altazor de las Artes Nacionales en 2007.

MUÑEQUITA DE ACERO

No te vayas ahora,

Deja primero tocar tus senos,

Sentir tu sexo

Penetrarte hasta tocar

Agua profunda

Hasta poder anclar mi nave

En tus arenas escondidas

Y calientitas como tus rodillas.

Vamos, saca tu ropa,

Mueve otro poquito tus caderas

Y desnúdate

Voy a acercarme a ti como a una diosa.

Voy a morder tu sexo con furia

Así como el mar azota por las tardes

En Cartagena.

Y esta noche caerá la lluvia

Muñequita

Como trayendo viejas esencias

Y condensaré mis palabras

En una sonrisa tuya.

Y voy, camino empedrado,

Ojitos temblorosos

Manitas frías

Muñequita de acero.

YA NO ESPERO NADA

Ya no espero nada

Todo ha pasado por un caleidoscopio antiguo

En una terrible secuencia que se desmenuza

La lluvia     el dolor     lo mismo

Los clavos gastados con que los hombres

Han decidido marcarme

Son el mismo delfín ciego

En la noche una misma rueda

El fondo del tiempo es

Un una botella perdida

Que se enlaza con algunas fotografías tristes.

BAÑO DE MUJERES

1.

Quemada raja hirsuta

Llenada de sémenes sin madre ni padre

Corrida de mano hastiada fétida

Me lavó el humo de los cigarros ajenos

Pisoteada yo la que me gusta la cosa

Culpable nacida de costilla para servir

Eterna rendidora yo la mirada

Ahorita mero me lo metes papacito

Mi rey

Todos los días el día de mi venganza.

2.

Aquí frente a la canallada nosotras

Las que insultadas crecimos

En el descampado de las ilusiones

Nosotras las más bonitas

Las que íbamos a ser reinas.

3.

Yo soy la inventada

La que te rasga el desvarío y te propone

Aquí en la hoja amarillean tus orines

Aquí en la libreada de nuestros países

Un lugar para tu lengua

La rozadura de este encuentro latino

Un campito para nosotras en los túneles

Tu pezón recto es mi escritura.

4.

Yo mujer mal parida

De todos tus amores la más desgraciada

La más fiera de su calaña

Te hago una rotura

En el corrupto corazón de tu violencia

De mala yerba mi lengua en tu lengua

Descastada

Sola yo salgo con mi pedazo

Mi porción de carne también para mí

Para ahora sí metértelo

Para ahora sí decirte que fui tuya.

5.

En el temor de Dios criadas maldecidas

Orillados nuestros cuerpos

Dientes romos

Llameantes de lujuria las mejillas

Expuestas las cavidades al crimen

Nosotras las que fuimos violadas.

Armando Rubio (1955 – 1980)

Eslabón central de una impronta poética que comparte con Alberto, su padre, y su hijo, Rafael, Armando estuvo desde temprana edad ligado a la literatura. Vivió con su familia en el norte del país y en Isla de Pascua. Estudió en el Liceo Lastarria y en el Patrocinio San José de Santiago. Más tarde ingresó al Conservatorio Nacional de Música, por un periodo de dos años. Dejó inconclusas las carreras de Literatura en Valparaíso y de Ciencias Sociales en Santiago; años después egresó de Periodismo. En 1974 contribuyó a la formación de la Unión de Escritores Jóvenes, al alero de la SECH. Sus poemas y prosas aparecieron esporádicamente en periódicos, revistas y antologías junto a otros poetas. En 1979, algunos de sus versos son galardonados en un certamen de poesía y cuento infantil organizado por la Secretaría de Relaciones Culturales de Gobierno. En diciembre de 1980, Armando falleció en un accidente cuyas circunstancias nunca quedaron del todo claras. En 1983, su padre recopiló sus poemas dispersos en revistas y los publicó con un prólogo escrito por él mismo, bajo el título de Ciudadano. En 1984 recibió póstumamente el Premio Municipal de Santiago, mención poesía.

ISADORA

Isadora Duncan baila

en un café de París,

y un soldado arroja

la primera granada del catorce.

Aún se disputan la Tierra los hombres,

y renacen

Sordos clamores imperiales.

Con buen ojo el fabricante

arroja al mercado soldados de plomo,

y el cielo se puebla de pájaros extraños,

y se incendia el mar en artificios.

En Siberia cae la nieve sobre los zares,

y el mundo se asombra en los periódicos,

y las dueñas de casa recuerdan a Penélope.

Los hijos de Isadora

van por el Sena durmiendo,

y ella recuerda a su madre que naufraga en las artesas

de algún suburbio de Nueva York.

Isadora danza descalza

con el último príncipe de Italia.

Isadora baila con el pueblo,

y el pobre señor Singer, amo de sastres y modistas,

rompe nuevamente los cristales de su casa

y los invitados huyen despavoridos al aeropuerto.

El hombre admite en los estrados

que la paz es negociable.

Pero ya la Tierra echó a rodar

su cauce decidido.

Ya la rueda enzarza el cuello

majestuoso de Isadora:

el último galán ya se la lleva,

y le ha puesto rojo beso en la bufanda.

Allá va gloriosa la granada

a socavar la arena.

A Isadora la esperan

sus hijos en el Sena;

los muertos de la guerra;

Esenin, el poeta.

Allá Nueva York erige sus piedras

entre heráldicas humaredas.

Pero Isadora baila en las trincheras,

¡Isadora Duncan está danzando por toda la tierra!

CIUDADANO

No sé de dónde viene mi costumbre

de agravarme a las siete de la tarde.

Quizá solo por ser un transeúnte

sin bigote o pañuelo, sin zapato ni amante.

No sé para qué vivo y por qué muero,

si ha tiempo me dijeron las gitanas

que tendré vida cara con final de perros:

o sea que no pienso morir como dios manda.

Conozco bien las piedras de andar, la vista gacha;

recojo los cigarros que pueblan las cunetas

agradeciendo todo en mis andanzas

de oscuros pies de barro y de madera.

Si yo fuera un cantor como soñaba,

me iría por el mundo cantando mis desdichas

para vivir del canto mío y que me escucharan

los que sueñan con una risa limpia.

Pero no tengo voz, ni pañuelo, ni amante;

no sé por qué me vuelvo amigo de los perros

cuando soy un transeúnte de la tarde

sin saber por qué vivo y por qué muero.

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