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Sin ti mi cama es ancha

  “Drago, el protagonista de esta novela sale al exilio y recala en los caprichosos extramuros sociales de una ciudad sueca, donde se incorpora al mundo de los exiliados latinoamericanos y de otra gente llegada desde distintos confines. Allí participa de las actividades culturales de este conglomerado, donde se le aprecia por su talento sobre todo con la palabra, aunque esto no lo libre de convertirse en un enano prácticamente legendario.

 En este sentido, conviene aclarar que Drago, aparte de la estatura, no tiene las otras características físicas que suelen observarse en este tipo de personas. Tampoco se parece mucho a los enanos de la Literatura. Por más que el padre lo hubiera obligado a estudiar para jockey, fracasó; se ve que no tenía el talento ni la vocación del protagonista de La ruta de Flandes, de Claude Simon; menos aún la capacidad de adaptarse a las circunstancias más siniestras hasta transformarse en una mascota del Tercer Reich, como es el caso del personaje de Günter Grass en El tambor de hojalata; tampoco tiene un talante resentido y maligno como El enano, de Pär Lagerkvist. Y si bien por ráfagas se muestra iracundo, de manera alguna se debe a aquello que Rabelais, en Gargantúa y Pantagruel, atribuye a unos pigmeos: tener el corazón muy cerca de la mierda.

Drago desde la más tierna infancia arrastra heridas causadas por la falta de afecto y por la discriminación debida a su tamaño. Al parecer esto no le ha impedido buscar incansablemente el amor y la satisfacción de sus deseos eróticos, según podemos inferir a medida que transitamos por las amenas páginas de Sin ti mi cama es ancha. Porque entre los muchos aspectos notables de esta novela destaca la forma en que la historia de su enano es contada.

Yo diría que está narrada desde la ausencia. Me explico: Drago desaparece intempestivamente en las semanas previas al espectáculo cultural que, bajo su dirección, preparan unos refugiados latinoamericanos. El grupo entra en pánico ante el posible fracaso, ya que sus miembros consideran a su enano una figura imprescindible. Se preguntan dónde se podrá haber metido este, y buscando respuestas cada uno, cual más cual menos, empieza a contar lo que sabe de la vida de Drago. Surge así la historia de un individuo narrada en forma fragmentaria y polifónica. Pero la novela es mucho más que eso…”

Fragmeno del prólogo de Sergio Infante Reñasco

Fragmento de la novela:

“Fue más lejos aún, quizá de un modo imprudente, involucrándose hasta el tuétano con las Juventudes Progresistas. Por las tardes, una vez concluía el trabajo de lavacopas que consiguió en un antiguo restaurante situado frente a la Stora Torget, dirigía sus pisadas de enano voluptuoso hasta la vieja casona de tres pisos donde funcionaba la organización y allí se desvivía ofreciendo sus servicios, que la confección de un comunicado de prensa denunciando las arbitrariedades de la tiranía, que la preparación de un pastel de choclo para una peña, que dictar una charla a los más jóvenes sobre las condiciones de vida de los pueblos indígenas. Y son precisamente los jóvenes quienes reclaman con mayor interés su vigor y dedicación. Llegó a tal grado de entrega que muy pronto le dieron un ordenador portátil para que, durante la noche, en la soledad de su departamento, redactara encendidos llamamientos o transcribiera los poderosos discursos de los líderes en el exilio. Por aquel tiempo una violenta bronquitis lo obligó a guardar cama un par de semanas, pero regresó a las acciones con tan buen ánimo y tanto ingenio que en menos que canta un gallo pasó a ocupar el cargo más alto. Lo nombraron presidente. Entonces tuvo la ocurrencia pueril de dejarse crecer una pequeña barba que otorgaba a su rostro infantil la expresión de un hombre erudito y experimentado, adquirió ese aire de líder carismático que ya se encuentra de regreso de los sinsabores de la vida. Comenzó a usar unas gafas de marco grueso pensando que así infundía respeto y se acomodaba en la cabeza una gorra bolchevique para contagiar brío y convicción a los jóvenes progresistas que apoyaban con lealtad cada una de sus inusitadas iniciativas. No faltó entre los más viejos quien preguntara: “¿Y éste, qué se cree?”. Algunos comentaron que Drogo era un escalador, un oportunista que sólo buscaba profitar del drama del exilio. Un mentecato, sentenció otro. No faltó quien afirmara que solamente se trataba de un enano con un ego muy grande. Sí, acotó alguien, y está caro hasta para jefe. Sin embargo, el imponderable Drago volvía a sentirse bien. En las reuniones se daba maña para utilizar todas las extrañas palabrejas que aprendiera durante su ya no tan corta existencia y arrancaba murmullos de admiración.

    Entregado a la actividad política y al fútbol, había olvidado por completo la amarga mañana en que se despertara sintiendo en la garganta el acerado filo del cuchillo que con mirada asesina el lituano sostenía en su mano. Esa imagen pertenecía al olvido. Y como al tiempo siempre sigue el tiempo, ocurrió que este nuevo período soplaba ahora vientos frescos sobre su existencia. Entonces, el azar o la casualidad escribieron una línea. Todos la conocían como la Chica Teresa, se trataba de una abnegada y valiente coterránea. Una tarde ella se ofreció voluntariamente -achicando los ojos en un gesto encantador- a pasar por la tarde a su departamento y ayudarle a digitar el llamamiento a una venta de empanadas urgente que se había presentado, para un acto de máxima importancia relativo a un plebiscito, a los pueblos aborígenes, a la lucha que cobraba nuevos impulsos o algo por el estilo. El furibundo Enano la esperó inquieto desde muy temprano por la mañana, fumando un cigarrillo tras otro, arremangándose las mangas, mordisqueándose las uñas. Por primera vez una muchacha de ese nivel estaría a solas con él en su casa. Apenas salió del trabajo se fue derechito a poner un poco de orden, preparó café, desempolvó una casete de boleros y cuando ella apareció y se sacó la parca y los bototos, fue como si le hubieran enchufado corriente eléctrica, no paró de conversar, hasta por los codos, recurriendo a sus asombrosas palabrejas. De puro nervioso y estimulado contaba chistes, se jajajeaba solo, la miraba incrédulo, la devoraba con sus grandes ojillos de gnomo travieso, dispuesto siempre a las travesuras. Ella ponía carita de escuchar con suma atención, en tanto que por el rabillo del ojo levantaba un inventario del escuálido departamento, el estante con libros, la alfombra con pirámides egipcias, el acogedor camastro.

     Drago, dicharachero y atento, sirvió dos tazas de un bebestible oscuro y se instalaron, uno juntito a la otra, ante el escritorio y la pantalla del ordenador, dispuestos a trabajar. Ella propuso que escribieran la fecha y luego un título, cualquier párrafo que sirviera de introducción. Drago caviló unos segundos, no se le ocurría nada, tenía la mente en blanco. La cercanía de Teresa lo tenía completamente cocoroco. De pronto, movido por un impulso inexplicable, dejó que sus dedos corrieran veloces sobre el teclado y en la pantalla apareció esta frase: Pareces una diosa con esos moñitos. A ella se le escapó un ji ji y escribió debajo: Usted lo dice para halagarme. Fue como si a Drago le dieran cuerda, volvió de inmediato a la carga: En tus ojos vive el mar. A lo que ella respondió: Señor presidente, compórtese. Así estuvieron un largo rato, jugueteando y riéndose. Más tarde, una vez adquirieron vuelo en la redacción del documento, Drago elucubraba las ideas más extravagantes y se apresuraba a escribirlas golpeando con energía el teclado, luego ella se permitía sugerir algunos cambios, que pusiera una coma, que bajara el tono reemplazando algún adjetivo. Drago se apresuraba a iniciar una página nueva, abordando la escritura con placer y alegría. Terminaron al filo de la medianoche, entonces, el Enano Ditirámbico acelerado, incomparable, tiernote, la invitó a comer una cosita. Se trasladaron a la cocina donde imperaba el desorden. Preparó unos huevos fritos mientras ella contaba anécdotas de su infancia, de un padre autoritario y cascarrabias y dos hermanas rebeldes e insensatas que la dejaban enferma con sus diabluras. Él colocaba en el tostador unas rebanadas de pan de molde, sacaba del refrigerador, sin dejar de mostrar interés, un paquete de mortadela, descorchaba una botella de vino tinto, Rene Barbier, diciendo “¿En serio? No, nunca tanto”. Llenaba las copas hasta el borde. Y en eso estaban, intercambiando frases entretenidas, untando el pan en la paila con huevos, dándole el bajo a la botella de vino, cuando de pronto, ella sin decir agua va, se inclinó hacia Drago que la observaba alelado y de súbito estampó un delicado beso en sus labios. Antes de que se diera cuenta estaban en la cama, sacándose las ropas a manotazos, a tirones, enredándose mientras se buscaban con las bocas, de cualquier manera. Acabaron desnudos, haciendo el amor con una impaciencia y una ferocidad que al Pigmeo Glorioso le parecieron dignas de figurar en un largometraje.”

Jorge Calvo

Escritor

Jorge Calvo: (1952) cuentista y novelista. Ha publicado varios libros de cuentos. Fin de la inocencia (2003) obtuvo el Premio Municipal de Santiago de Chile 2004.y ha publicado las novelas La partida, (1991) Ciudad de fin de los tiempos (2010), El viejo que subió un peldaño (2015) y Sin ti mi cama es ancha (2020) Su cuento No queda tiempo ha sido incluido en la Antología del Cuento Latinoamericano del Siglo XXI. Las Horas y Las Hordas de Julio Ortega.  

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