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Los del 50: una narrativa vigente

Miguel de Loyola

 

La generación del 50 se caracteriza por recrear el mundo interior de sus personajes, el imaginario, lo impredecible, lo inefable. Lejos de enseñar paisajes y aconteceres determinantes al modo de la generación anterior, los escritores del 50 se adentran preferencialmente en la conciencia del yo, haciendo indagaciones psicoanalíticas en torno a los personajes perfilados. Claramente Influenciados por el existencialismo reinante en la época, desarrolla «La Náusea» (1938) sartreana hasta tocar el absurdo y caer en muchos casos en una caricatura fantasmagórica de sus héroes.

La influencia de las ideas del filósofo Jean Paul Sartre será determinante para los jóvenes narradores pertenecientes a esta generación, como bien señala el propio Claudio Giaconi, uno de sus notables forjadores y representantes, toda vez que focalizan su mirada en la llamada condición existencial del hombre, en tanto ser lanzado al mundo y condenado, al decir del filósofo francés, a ser libre, y, por consiguiente, a elegir cada uno su camino propio. El influjo de Sartre en esta generación, va claramente por su lado más filosófico, y no intervienen todavía sus posiciones estéticas e ideológicas respecto a la condición del escritor en el mundo, sobre las cuales bien sabemos abundó mucho el filósofo, y de manera categórica. Ese aspecto sartreano, es decir su posición en tanto escritor, influirá más claramente en la generación siguiente, en los llamados novísimos, quienes harán más suyas las ideas sartreanas tales como: la pluma del escritor tiene que estar comprometida con su tiempo. Porque escribir es una cuestión moral, y no puedo ser ajeno a un mundo inmoral.

Se trata, por cierto, de una generación indudablemente rupturista y controversial en las letras chilenas, como suelen ser las nuevas generaciones, siendo acaso esa la característica esencial que separa siempre o casi siempre a unas de otras. Los escritores del 50 no van hacia afuera, desarrollando el espacio, tampoco les importa mucho el acontecer; van preferentemente hacia adentro, hacia la problemática interior del individuo, dejando al margen la cosa social e ideológica, tan bien retratada y trabajada por sus antecesores del 38. Sus representantes son ahora en su mayoría jóvenes que han pasado por aulas universitarias, recogiendo el saber y el sentir de su época. Son jóvenes intelectuales, al decir de algunos críticos de su tiempo. Muchos de ellos terminarán siendo también académicos en el futuro, al mismo tiempo que escritores o poetas de gran importancia en la literatura nacional.

La reconocida «Antología del nuevo cuento chileno» de Enrique Lafourcade, publicada en 1954, servirá de punta de lanza para abrir caminos a esta generación. Los cuentos allí publicados, pondrán claramente en evidencia una manera diferente de mirar, indagando y revelando el misterio del inconsciente, el caos interior, por sobre una percepción realista y acabada de la realidad. El interés por dar a conocer esos mundos interiores, oscuros y herméticos, los llevará a la creación de alegorías y máscaras que reflejan esa dimensión inaprensible de lo real, dejando así lanzada la inquietud al lector, quien de allí en adelante, se sentirá llamado a cuestionar la obra, dado que a partir de entonces comenzará a sentirse cada vez más interpelado por la narración. Hay en ese sentido, un cambio notable de perspectivas, tanto en el que escribe como en quienes leen.

Los cuentos de la antología mencionada, dejan ver claramente el intento de apropiación y denuncia de lo real, como nomina Lacan a esa dimensión desconocida de la realidad, o el ser en sí, al decir de Sartre, aquello que no podemos dominar, conocer, ni modificar mediante la razón, sino apenas percibir como algo latente, tácito y determinante. Los cuentos de Guillermo Blanco, Jorge Edwards, José Donoso, Claudio Giaconi, Armando Cassigoli, Luis Alberto Heiremans, Enrique Lihn y otros, se adentran sigilosa y peligrosamente en esos mundos brumosos, recreando dimensiones inefables, como locura, miedo, deseo y sus implicancias en la conformación y estructura de la personalidad. Es notable la tangencia de enfoques existente entre los escritores de esta generación, porque sus miradas confluyen y se orientan hacia aspectos semejantes, cuestión que no siempre sucede en otras generaciones, donde hay digresiones evidentes. Aquí, bien se podría decir que hay unidad en sus obras.

Los del 50 surgen en primera instancia como cuentistas de fuste, imponiendo sus propias poéticas, y terminan en su mayoría siendo grandes novelistas. Tal es el caso de Enrique Lafourcade, Jorge Edwards, Guillermo Blanco, José Donoso, continuando y desarrollando a fondo el decurso trazado en sus primeros relatos juveniles. Así, por ejemplo, José Donoso, quien en dicha antología publica el cuento China, donde hay una clara advertencia y obsesión por lo desconocido, en lo sucesivo abundará sobre el tema, recreando fantasmagorías que ponen en evidencia su obsesión por indagar a fondo en la complejidad del inconsciente. Sus grande novelas se internan en la novedad y misterio de aquel sector donde la racionalidad no llega, o más bien choca contra aquel muro rocoso, impenetrable, pero determinante de la conciencia de sus personajes, y, por consiguiente, de la vida. Donoso busca revelar esos misterios, creando mundos posibles o imaginables a partir del reconocimiento del inconsciente como fuente de poder ineluctable.

La obsesión por revelar el misterio del inconsciente, llevará a muchos de estos novelistas a la exageración e incluso, en algunas de sus obras, directamente a la caricatura de las situaciones y de los personajes descritos. La búsqueda y persecución de sus propios fantasmas, terminará en la creación de múltiples alegorías que aluden metafóricamente a realidades incomprensibles, e inmodificables, donde al individuo sólo le cabe la mirada y el asombro del espectador perplejo, y prisionero de los mismos. «El museo de cera», de Edwards, «La fiesta del rey Acab», de Lafourcade, «El obsceno pájaro de la noche», de José Donoso, «Vecina amable», de Guillermo Blanco, y otras tantas, son novelas donde indudablemente se han exagerado los caracteres al punto de transformar a sus héroes en caricaturas.

La influencia de la generación del 50 en las generaciones siguientes, será de gran importancia, debido a su indudable fecundidad y trascendencia de sus obras hasta el mismo día de hoy. Además, sus autores pasarán a la palestra universal con más de alguna de sus novelas, dejando un legado a nivel internacional de indudable valor para la historiografía de la literatura chilena. Jorge Edwards, incansable escritor y cronista, alcanzará el mayor galardón de la letras españolas: el apetecido Premio Cervantes. Las obras de José Donoso serán traducidas a todos los idiomas, el escritor y cronista Enrique Lafourcade, escribirá la novela de mayor lectura en Chile en todos los tiempos: «Palomita Blanca». Guillermo Blanco escribirá «Gracia y el forastero», una nouvelle imprescindible para adolescentes.

Se trata entonces, de una generación que terminó imponiéndose, no sólo gracias al ímpetu juvenil de sus primeros años de arrogancia, sino gracias a un trabajo tenaz y responsable, tras hacer de su oficio una profesión inclaudicable.

 

Miguel de Loyola ha publicado “Presuntos implicados”, novela, 2016, Editorial Piélago, Chile; “El estudiante de literatura”, novela, 2013, Editorial Niram Art, Madrid; “Pasajeros en tránsito”, cuentos, 2013, Prosa Amerian Editores, Buenos Aires; “Cuentos Interprovinciales”, 2012, Proa American Editores, Buenos Aires; “Esa vieja nostalgia”, 2010, Bravo y Allende Editores; “Cuentos del Maule”, 2006, Bravo y Allende Editores; “El desenredo”, nouvelle, 2004, Bravo y Allende editores; “Despedida de Soltero”, novela, 1999, Lom Ediciones; “Bienvenido sea el día” cuentos, 1991, Ediciones Mar del Plata. Es secretario de redacción de la Revista Literaria Proa, Argentina y miembro del Círculo de Críticos de Arte de Chile. www.migueldeloyola.wordpress.com

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