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“LALO PARRA. EL TÍO DE CHILE”

En esta obra literaria con prólogo de la folclorista y escritora Clarita Parra, el insigne artista nacional va narrando su impresionante biografía, muestra de lucha y de pasión, de aguante y «chispeza», incluyendo su infancia con peripecias y anécdotas (y fotos históricas) junto a sus otros hermanos como el tío Roberto, Hilda, Lautaro, Oscarito, Nicanor o Violeta Parra, entre otras destacadas uvas de esta parra tan prolífica y valiosa.

Esto, bajo el alero, el gran apoyo de Trébol Ediciones, y del Fondo del Libro perteneciente al Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de nuestro país.

Eduardo Parra Sandoval, “Hijo Ilustre de Chillán”, nos va narrando en una amena conversación entre la amistad y el profesionalismo con el periodista chileno y escritor Julio Fernando San Martín (miembro de la Sociedad de Escritores de Chile), momentos únicos como:

“Recuerdo que había sólo dos camas para toda la patota de chiquillos, nosotros viviendo en la misma pieza y mi madre que era un ángel, durmiendo en la pieza de al lado… Es que es verdad. No sabíamos que éramos pobres, a pesar de sufrir mucha hambre no lo pasábamos mal porque, simplemente, gozábamos como niños que éramos, de la extrema pobreza”.

“Era como las doce de la noche, ya que se escuchaban las campanas de la iglesia avisando  “La misa del gallo”, cuando de repente, empezamos a sentir las risas de los vecinos, escuchando cómo hacían sonar felices sus platos y cucharas mientras comían. Pero, ¿usted cree que nos dio pena? Al contrario, ahí mismo nos levantamos todos los hermanos de la cama y empezamos a reírnos más fuertes que ellos, haciendo sonar también los platos y servicios, para que creyeran que nosotros también estábamos cenando felices, así es que esa noche, también comimos cosas ricas, claro que en sueños”.

¿Y qué pasaba con los tradicionales juguetes navideños?

 “Escuchábamos a los demás niños hablar acerca del “Viejito Pascuero”, pero jamás lo conocimos… Es que no teníamos ni zapatos para ponerlos en la ventana –Evoca con nostalgia el “Tío de Chile”, refiriéndose a una antigua lúdica tradición, y luego continúa- Recuerdo que para una navidad, Violeta me hizo una broma pesada durante esa noche, dejándome un pedazo de jabón bajo la cabecera de la cama. Cuando vi el jabón, empecé enseguida a rabiar en contra del “Viejito” por lo que me había dejado, fue entonces cuando aparece la Viole de nuevo y me dice: “Ahí te dejó el “Viejo Pascuero”, pa´  que  te lavarai las patas”; y en verdad, tenía razón mi hermana, porque al andar a “pata pelá”, quedaban todas cochinas”.

Con respecto a sus inicios artísticos y el de sus hermanos Violeta, Hilda, y Roberto, nos dice:

“Recuerdo que llegábamos bien temprano al mercado, como a las siete de la mañana, más o menos, ya que a esa hora bajaban los huasos de los diferentes pueblos de alrededor; estábamos en lo mejor y, de repente, me mandaban a pasar el sombrero pa´ reunir las moneditas: “Una ayudita pa´ la música”, “Una ayudita pa´ la música”, así fueron nuestros inicios en el canto, por hambre”.

Anécdota con Nicanor:

“… Con el que perdíamos siempre era con Nicanor, ya que como era más grande, habrá tenido unos diez años, siempre se aprovechaba de nosotros”.

¿Algún otro ejemplo de aquello?

“Recuerdo que cuando llegaba el atardecer, Nicanor jugaba con nosotros al “corre el anillo”, pero lo extraño es que siempre ganaba, con trampas, inventando que el que perdía tenía que pagar una penitencia creada por él. Por ejemplo, inventaba una palabra cualquiera, la anotaba en un papel, y nos mandaba a la botica a comprar ese extraño remedio; cuando entrábamos y se lo pedíamos a la señora de la farmacia, Nicanor estaba parado en la puerta riéndose pa´l  mundo porque, claro, sus hermanos estaban ahí dentro pidiendo medicamentos que no existían”.

Anécdota con su hermano Roberto:

“… Un día, alguien quebró los vidrios de esa casa de putas donde yo me hospedaba, culpando a Roberto por ello, quien se defendió acusando a un muchacho turco de apellido Male, ahí mismo la cabrona fue a buscar al culpable. Después de esto, el turco quiso cobrar el “sapeo”; algo más crecido que Roberto, este le estaba pegando harto a mi hermano, avisándome con otro muchacho para que lo fuera a defender”.

¿Y fue, quién ganó la pelea?

“Pero claro poh. Cuando llego, se había “dado vuelta la tortilla”, mi hermano le estaba pegando en la cabeza con una escopeta que usaba para cazar pájaros, así es que hasta ahí no más llegó la pelea. Fue entonces cuando Roberto me dice: “Lalo, tenemos que arrancar”, y sale corriendo justo en el momento en que llegan los pacos (apodo de la policía uniformada en Chile). “¡Este fue uno de los que me estaban pegando!”. Dijo el turco, mientras sangraba con la escopeta botada a su lado. Eso sería todo, preso Lalo Parra por los carabineros, como quince días en “la de menores”, no cumpliendo, por supuesto, la promesa a mi madre. Roberto recién apareció por Santiago después de un año”.

Anécdota con Neruda, en la casa de su hermano Nicanor Parra:

“Ese bautizo se celebró con un gran asado. Como en esa ocasión había muchos niños, aburridos como en toda fiesta de grandes, no encontraron nada mejor, para distraerse, que quemar unas puntas de madera y basura que había al final del parrón de esta casa quinta, detrás de una muralla que hacía las veces de cortafuego. Lo gracioso de todo esto, es que al final de la fiesta, y al momento de despedirse de nosotros, Neruda le dice impresionado a mi hermano: “En verdad, este es un final precioso para una fiesta tan linda, con esas luminarias tan grandes, llamas tan bonitas, así es que te las voy a copiar Nicanor”, refiriéndose a esas enormes llamaradas que salían desde el fondo de la casa, ya que Pablo, como le encantaban los detalles, pensaba que todo eso estaba programado, no imaginándose nunca que los culpables de todas esas llamas eran estos niños tan traviesos, nuestros hijos y sobrinos, que casi queman la casa con tremendo incendio”.

 Sobre el nacimiento del “Jazz Guachaca”:

 “Esto nace en una casa de Pudahuel, en el año 1965, mientras tocábamos guitarra junto a mi hermano.

Al escuchar unos temas de jazz clásicos, nos dimos cuenta que era muy lenta la cosa, y que teníamos que hacer algo para cambiarlo; así fue como le empezamos a cambiar la letra a algunos temas de este jazz verdadero, agregándole un ritmo más rápido que el normal, diciendo que en verdad “le faltaba pino a esa empanada”. Después de esto, empezamos a ensayarlo en los boliches de mala muerte, chicos, malos, feos, en esos bares donde los atorrantitos se quedaban dormidos junto a un jarrón de vino, (por ejemplo, “La piojera”, donde muchas veces fuimos también con Nicanor, Violeta o la Hilda); ahí nos acercábamos a los curaditos que estaban roncando, y les empezábamos a cantar tocando nuestras guitarras para ver cómo reaccionaban. De repente, empezaban a despertar y a alegrarse, comenzando a aplaudir felices, todo esto gratis, hasta que despertaban todos los borrachitos; de pronto, uno de los clientes nos ponía un trago para que siguiéramos cantando. De esta manera, nos dimos cuenta con Roberto que este nuevo ritmo le daba un brillo tremendo, incluso, a la gente que estaba roncando, con un jazz más rápido, con más alegría y sentimiento, quedando, por supuesto, felices por todo lo que estaba ocurriendo, siguiendo entonces nuestras tocatas por otros boliches varias veces”.

Continúa el maestro Parra:

“Después de esto, nos fuimos a la casa de Nicanor, ubicada en La Reina, para contarle todo lo que estaba pasando, todo lo que estaba provocando nuestra música con estos borrachitos. Ahí Nicanor nos pide que toquemos para ver cómo era el asunto, tocando con unas ganas enormes para ver cómo reaccionaba nuestro hermano.

Después de cantar y escuchar nuestras historias, Nicanor nos dice: “Esto tiene que llamarse “Jazz Huachaca”, porque ustedes le están cantando a los curaos, o sea, a los huachacas”.

Julio Fernando San Martín

           Escritor

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