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DESDE EL ORIENTE. EL PIANO DEBAJO DEL PUENTE: LA CONTINUIDAD POÉTICA DE SALVADOR SANTANA

Por Rafael Pineda

MONTEVIDEO, Uruguay- Después de “El humano esplendor”, libro con el que rompió un prolongado silencio,  Salvador Santana retorna al panorama literario con la obra  “El piano debajo del puente”.                          

Ondeando el verso, ese instrumento universal para transmitir sentimientos, el título sugiere una sala de cine y un filme de ficción o de misterio. Cuando en realidad es la huella de una búsqueda, el rastro de un poeta que en su recorrido por la vida ha pisado senderos de una angustia existencial común al individuo que habita en la sociedad. Siempre fue así, y un poeta en el centro de una isla del Caribe no tiene necesariamente que ser la excepción.        

De verso en verso, el piano pasa sus notas como una mano de esas sanadoras  que ayudan a salvar cualquier desabrimiento presentado en la salud espiritual del hombre. Desde el piano sale un canto, una conexión que lleva de un escenario de soledad a un campo de misterio.   

Oír el piano sonando debajo del puente, es una señal premonitoria, un torrente interior.

Salvador (Tom) Santana es un poeta dominicano nacido en San Juan de la Maguana, provincia San Juan, en la segunda mitad de los años 50.  Sus primeros poemas los escribió en la celda de una cárcel, donde fue a parar zarandeado por el gobierno dictatorial de Joaquín Balaguer (un Minotauro que, viniendo de ser durante 30 años uno de los principales cómplices de los crímenes de Rafael L. Trujillo,  tiranizó a la República durante 2 años de un primer gobierno directo (1960-1962);  12 años seguidos la segunda vez (1966-1978) y después por 10 años más(1986-1996). 

Santana fue encarcelado por asumir ideas no aceptadas por ese régimen balaguerista.  Organizaciones estudiantiles y políticas iniciaron una campaña de movilización para obtener su libertad.  Una vez liberado se exilió en Santo Domingo, la capital de la República, donde recibió la solidaridad y apoyo de Freddy Gatón Arce, Manuel del Cabral, Manuel Rueda, José Enrique García, Máximo Avilés Blonda y Luis Alfredo Torres,  representantes esenciales  de la poesía dominicana del siglo XX.  Sus primeras publicaciones fueron divulgadas a través del espacio radial “El Rincón de los Poetas”, que se originaba en la estación Radio Centro, una de las principales de su ciudad natal. Luego fue el suplemento cultural del diario “El Caribe”, dirigido por la señora María Ugarte, que le dio mayor difusión a sus creaciones.  Actualmente está afiliado al Movimiento Proyecto Cultural Sur Santo Domingo (PCSD).

El libro que esta vez atrae nuestra atención, es referente para interpretar las claves no solo  de su nueva experiencia, sino de su producción anterior. Con la correspondiente aclaración de que la presente lectura dista de ser un examen riguroso de la obra de Santana, cual es una labor que corresponde a los críticos; tampoco es una crónica autorizada. Es, sencillamente, una lectura de alguien que conoció al autor en su juventud, que estuvo en contacto con él cuando estuvo en la cárcel y que leyó sus primeros versos dedicados a  cantar las desventuras de Colás el zacateca; Chicho y Vale Toño, carretilleros;  Pirrindín, el cartero;  Sindó, el popular operador de cine;  Tubín y otras figuras de andanzas y malandanzas en San Juan de la Maguana nuestro pueblo natal.

Hay que entender la poética de Santana, desde el principio signada por una línea de definida inspiración metafísica; una poesía que busca lo ignoto; que contiene reflexiones rituales desde la propia experiencia.  En el presente libro, que hemos leído detenidamente, advertimos la presencia de elementos donde median las problemáticas internas de los individuos, el impacto de lo exterior en el yo, y el legado de la poesía maldita.  Supongo ver el ideal de vida de las personas en un estadio social donde reinan por igual la felicidad, la maldad y la vinculación con el misterio.    

“El piano debajo del puente” contiene 2 divisiones.  21 poemas llenan las páginas del volumen que busca interpretar la esencia de las cosas, de un mundo que subyace en la conciencia. En esta selecta colección de poemas aglutinadas bajo el subjetivo título precitado, encontramos una apuesta a la existencia.

Las palabras del poeta y dramaturgo británico Thomas Stearns Eliot que abren el poemario, comunican lo que vendrá en el viaje de ingreso a lo subliminal, aun siendo un pasajero que ha montado en la guagua sin  boleto de regreso: 

“Es simplemente reconocer que en la poesía como en la vida, nuestra tarea consiste en sacar el máximo provecho de una mala situación”. 

¿De una mala situación?  Pregunto, conociendo que Salvador Santana, desde “Las trompetas del mal humor” hasta “El humano esplendor”, pasando por los enigmas de “Parrhisian”,  muestra que el piano, ejecutado por un concertista  invisible,  siempre ha estado ahí, haciendo sonar sus escalas musicales:

                                          “Y mi piadoso piano

                                           Cual serpiente encantada

                                           Debajo del puente vibra”.

Salvador Santana tendría que explicar cómo un poeta crea la hoja de ruta de un concertista invisible, que lo cubre todo bajo un manto de miedo.  Y lo explica, claro que sí, lo explica con una contundente sentencia: si el piano calla, el silencio del compás “sería la muerte”. Para evitar el desastre y no ser un abanderado de la mala situación, el rapsoda propone arrimarse de tarde “contra el filo de un árbol”.

El sol, astro rey que para muchos es un cuerpo de adoración, para Salvador Santana en su “Piano debajo del puente” se muestra “como una burla” igual que la risa de los cuervos.  Esta interpretación, en el primer poema de la primera parte del libro, es también la premonición de la subsiguiente referencia verbal: La navegación, a través de túneles que llevan a un mundo sin salidas a la vista.

Una imagen a la que en la extensión de los 21 poemas y en cualquier situación de las nomenclaturas  tendremos que estar regresando como si se tratara de una inhalación en el mundo de los años que pasan debajo del puente donde, a pesar de todo, se sigue peleando contra escurridizos demonios.

Del universo sonoro que emana la naturaleza, surge el instrumento que le da justificación al vademécum, y debajo del puente, se oyen los acordes esparcidos por un viento atroz,  ejecutados por las manos de seres que habitan en la luz del misterio.    

Suenan los acordes. El arroyo toca el piano; lo tocan también en alianza el silencio, los árboles y la nada.  El sonido inunda los espacios para que la poesía se sitúe en la lógica que demanda la conciencia.

No sabemos bien quién es, pero el concertista, dentro de una situación tan compleja, puede ser el poeta que todos conocemos.  Una fantástica simbología la de los sonidos del piano.  ¿A quién más se le puede ocurrir?  

Salvador Santana, con su “Piano debajo del puente” se inviste, además del poeta de la ciudad y de la vida noctívaga que ya es,  como el poeta del sonido, del color, del día y de la noche;  el poeta del piano que puebla el oriente de los vientos.

Le da título al libro el poema de un hombre (o de una mujer) que se encuentra atrapado en la penumbra de un mundo con salidas tapiadas, subyugado en lo inverosímil, que no lo deja respirar el aire puro de la libertad colectiva.

Recurre el poeta, pidiéndole la paciencia que precisa un paciente que requiere por lo menos destinar el tiempo de la nada a contar estrellas, a un dios que no responde su llamado, mientras que, debajo del puente, el piano sigue sonando.

Santana empuña signos para exponer el universo de sus palabras. El piano es la representación de ese momento existencial condenado a vibrar porque si para, con el silencio de sus teclas parará la vida.

En el poema que da título al libro el poeta nos obliga a la pregunta de qué es la vida.  Para en seguida responder que la vida es la madre de Paul Celan. 

Le atribuye a la vida el destino de la madre Paul Celan.

¿Por qué?  ¿Quién es la madre de Paul Celan?

La madre de Paul Celan, igual que su padre, murió asesinada por fascistas en el período decurrente de la ll Guerra Mundial.

En esta línea temática “El piano debajo del puente” es un poema de imágenes terribles: desnuda una vida a tomar en cuenta; es la enunciación de un territorio, la angustia por encierro total; la situación entendible aunque no aceptable:

                                           “Yo soy el crío del cuervo

                                           El músico siniestro

                                           El loco que habita el cuarto

                                           Trasero en la penumbra”.

De la interpretación de ese poema que es el segundo en la primera parte del libro, despega la brújula, el camino que recorre el poeta. 

Paul Celan, considerado poseedor de una de las mejores voces, o la mejor voz de la poesía de post- guerra en lengua alemana, fue un poeta de vida atormentada  por el asesinato de sus progenitores y por la persecución del nazi fascismo.  Pero es un poeta fundamental, de los más respetados del siglo XX.

En el poema “Visiones”,  se oyen violines, sonidos que ríen y sirenas que migran a pastar en tierra ajena. 

Salvador Santana busca en este poema a la noche que se escapa y se desliza  como un torrente con muecas,  burlando al demonio del día. ¿O no será “a los demonios del día”?:

                                                  “Auspiciosos violines

                                                  Que crispan como ángeles

                                                  Y su música ríe”.

A lo largo de la obra de Santana el perro es un animal de persistente aparición.

En el hermoso poema “Sé que te habré encontrado”, aparece una vez más el perezoso doméstico, precioso y silente,  mirando a su amo.  Veamos los dos primeros versos: 

                                                    “El corazón palpita

                                            Como un perro extraviado”.

El poeta siente el extravío hasta en el paladar y se rebela contra la pasión que corroe el pensamiento del hombre que sueña junto a la mesa de un bar porque, mira tú, “sé que te habré encontrado”.

Y en el poema “Tú y yo” se retrata presentando una autobiografía disimulada detrás del alter ego. El “yo”, enfrentado a su antagonista, el “tú”.

En “La canción del errante”,  platica con un instrumento musical de teñidas ambigüedades. Si no es el piano debajo del puente,  será la trompeta en un bosque. Se dirige a la belleza de este instrumento,  le habla  de la resaca, de la huida, del hombre vagabundo, de los puentes en la cabeza de un loco, de la luna y de la adolescente que en su gravidez el parto le da un niño sin padre.

Aquí el poder de la atracción. Y el de la abstracción.  Es una denuncia. La singularidad del acento poético de Salvador Santana, su eterna búsqueda por el tiempo. Su preocupación por los pasos que da el hombre, las cuentas que les va sacando  la vida. Es el desafío contra la eternidad misma, contra el universo y contra todo. Otra muesca limada en el poema “Cavamos sin cesar”.

En la poesía de Salvador Santana fluyen las huellas del malditismo, presente en cada estrofa donde se ve al mundo desplomándose inmisericordemente. 

La herencia desde el malditismo francés la ha recibido de Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé, Tristan Corbière, Charles Baudelaire y del mismo Paul Verlaine.

Se percibe que la ciudad conocida por el poeta no cuadra por causa de una indetenible sordera. En la que ya conocemos,  andada o recorrida, los muertos están ladrando. Aquí regresa la imagen del perro; no el perro en sí, sino la imagen del animal representado en sus ladridos, a la vez emitidos por difuntos.  Otra vez la abstracción, la presencia de seres de otro mundo.

A la luna, en el tormento de su visión onírica, la considera una anciana demente que desangra y no salva al navegante, sino que se  place escuchando el grito de los náufragos.

“Pequeña pluma ágil” es uno de los poemas más tiernos del libro; aquí  el poeta de “Parrhisián” descubre la máscara en el polvo y traza los cuatro párrafos del que más se parece a una canción infantil. 

En este poema pegunta:

                                                             “¿Has leído al poeta;

                                                              Conoces a Rilke,

                                                             De Cavafis o Celan?”.

Y luego plantea:

                                                           “Cuando el corazón se fue al exilio

                                                           Yo era en ángel agreste

                                                           Y tú el pájaro mudo”.

En los últimos dos párrafos de este canto, el poema cambia de tono y adquiere los matices que se entrecruzan con acentos existencialistas; y más aún: persistiendo en el legado recibido  del malditismo francés.

En “Los poetas” recoge las vivencias de un bardo que conoce las coronas de versificadores que, errantes y desarraigados, recorren las zonas periféricas del submundo de la bohemia de los 80; poetas que van en una “absurda caravana/ de ventrílocuos/ los locos de otro mundo”, mientras se embebían en las profundidades del más alto nivel de la filosofía Hegeliana.  Y en el poema titulado “A los poetas del futuro”,  hurga inventando el lenguaje,  planteando lo fundamental,  la melancolía en el “coseno” de su aliento. Es en este poema donde regresa al mundo animal, al mundo de los perros y al submundo de la mendicidad:

                                      “A los enanos perros

                                      Les donaré mis huesos”.

y le pide perdón a los poetas del futuro por su melancolía.

La melancolía, ese estado de ánimo que está en cada uno de los versos de “El piano debajo del puente” y constante en la trayectoria poética de Santana. No hay intervención de senderos que lo eviten.  

En el poema “Ruinas”  toma distancia del notable enunciado de Jorge Manrique, el rapsoda del año 1440 que dio su vida luchando por la reina Isabel la Católica, quien en “Coplas a la muerte de su padre” afirma:  “ningún tiempo pasado fue mejor”.  

Salvador Santana llama a romper con el pasado y pide dejar en cenizas las heridas, los amores, lo bueno y lo malo de lo que fue y no será: “No retrocedas, vida./El pasado, es solamente ruinas”.

Un tierno poema es el que  le dedica al también poeta Caonabo Peña (fallecido).  Le canta al gusano, al circo, a la sala de un enfermo, dejando como resultado la sublime inspiración de un herido por el designio fatal.

La segunda parte del libro, no subtitulada, contiene 6 poemas concentrados en el interés de resaltar el atribulado yo interior:   “El viaje”, “Epitafio”, “El barquero solitario”, “Insomnio” y “Un hombre”.

“El viaje”, es más que un recorrido por ciudades: París, New York, Londres, Milán; por allí vaga el poeta con su soledad, gozando y sufriendo la decepcionante presencia de multitudes. 

El poeta se aferra también a sus sentimientos,  a lo momentáneo de las circunstancias, asume estrategias y sonríe, precedido por melodías que aminoran el golpe del odio, la aparición de sentimientos violentos y venales.

 “Epitafio” es un espejo, un poema donde nos miramos todos. En este texto brilla la angustia, la pureza; el rapsoda resalta el Dadaísmo, anti arte de Tristan Tzara y visualiza el cadáver de André Bretón, el poeta comunista fundador del movimiento que siembra las bases del “automatismo psíquico como medio de expresión artística sin la intervención del intelecto”; lo siente como una prioridad en conexión con el momento, con lo confuso y lo eterno, frente a la “opción” de nacer, vivir y morir:

                                             “El mar es un libro

                                             Difícil de leer”.

“El piano debajo del puente es un libro donde la poesía puede llevar al lector a un estado de ambigüedad emocional, como el melómano que pasa de “Las 4 estaciones” de Antonio Vivaldi al estremecedor “Concierto Primavera”,  de Sergei Vassilievich Rachmaninóff. 

Ejemplo de lo segundo, de lo estremecedor, son estos dos poemas: “Insomnio” y “El hombre”

En “Insomnio”, asume identificación con la bruma de los sueños y considera que el poeta es insecto de un cubículo que odia la arrogancia de los astros.

El poema “El Hombre” (donde asoma otra vez el perro como animal  infaltable, infalible en la poesía de Santana) en cambio, es una reacción sobre la psiquis, las dudas, las disquisiciones del individuo.  Pongamos por ejemplo que el hombre de todas las épocas piensa, planea el futuro  en pro de una mejor calidad de vida. De pronto, se ve colocado frente a una pandemia que llega como un enemigo invisible que va a trabar sus planes, viéndose así ante enfermedades y dificultades para  el desarrollo; ante dudas y ante la maldición de cosas posibles. El porvenir entonces es un incierto. Es en estos túneles donde penetra la poesía de Salvador Santana buscando la razón de las cosas; y para comprender con claridad el ritmo, los acordes, el sentido profundo de esta poesía, hay que tener una clave, o una llave para abrirla, porque a veces es un baúl cerrado donde conviven los ininteligibles misterios de la vida con lo absurdo.

Título:        El piano debajo del puente.

Año:            2021.

Autor:         Salvador Santana.

Editorial:    SUR editores.

País:            República Dominicana.

Disponible en: Amazon.

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