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EL CRISTO DE LOS TOBILLOS ROTOS

Todavía los nacidos en los 70 son jóvenes, y este autor lo es, sobre todo por el modo de encarar la poesía y por la fuerza de su poética. Lo exhibe y demuestra aquí, en este breve pero intenso poemario donde articula una visión de Cristo a partir de su condición trashumante, vista por el hablante lírico a través de un simulado estroboscopio, ese curioso e inquietante instrumento inventado por el matemático Von Stamper para visualizar un objeto que gira muy lentamente, quizá bajo una difícil percepción del simple ojo humano, como ocurre, para nosotros, con los cuerpos celestes, en eterno movimiento y estáticos para nuestra visión.

Para Fernando Arabuena, la poesía es un género literario que nos permite entrever la fenomenología del quehacer poético, lenguaje en proceso constante de transfiguración, pues lo que gira lentamente nos ofrece los detalles íntegros de un ser, entrevistos en todas sus dimensiones, rompiendo esa limitación que está presente en nosotros mismos: la de no advertirnos sino en una dimensión que nos omite en la imposible integración de la mirada.

Con este instrumento -mejor dicho, con la ilusión voluntariosa de poseerlo- el poeta inicia su camino de búsqueda, sintiéndose heredero de Eurídice, recibiendo de él la herencia de su peregrinaje mítico. El poeta quiere ir más allá de la muerte, pretende cruzar los muros del Hades.

Para él, la tradición del mito de Orfeo y Eurídice, desemboca, confluye en ese Cristo de los tobillos rotos, en el que el Amor, vencedor de la Muerte, es capaz de conjurar la belleza del mundo, poetizándola en una comprensión que va más allá de la teología y de la filosofía, porque reivindica el misterio por encima de toda resolución problemática, según los cánones de la ciencia y su cosmos racional.

Así: “Todo el que se aventura a completar esta historia puede perderse en los instantes obscuros-estroboscópicos de la realidad”.

El poeta deambula por los parajes de su infancia, en un pequeño pueblo del centro-sur de Chile, en lo que fuera hace un siglo el corazón del criollismo huaso y de las tradiciones de una siesta colonial que no parece abandonar aún aquellas comarcas. Sin embargo, allí encuentra las voces antiguas y vigentes del sueño estético, de esa búsqueda de la belleza que ha llevado a muchos al abismo o a la locura.

No es una poesía de fácil lectura. Como toda efusión mística -lo es, sin duda-, el discurso implica conocer a los seres y personajes que se nombra, sentirlos en esa recreación permanente de los grandes mitos en diversidad de culturas, porque sus deslumbramientos, expectativas y servidumbres son parte consustancial de la condición humana.

La búsqueda concluye, pese a no haber encontrado el poeta lo que buscaba. He aquí, pues, el dilema de las limitaciones humanas: preguntar y preguntarse siempre, para abrir, como un abanico interminable, una sucesión de espejos que son nuevas preguntas.

No obstante, el desenlace es el camino; la música inefable, el eco de nuestros propios pasos; el poema, los versos encadenados que pudiéramos unir en distintos eslabones, sin encontrar satisfacción ni sosiego.

Y lo dice el poeta, en el desgarramiento de su propio misterio:

“De los transfigurables lugares donde dice haber surcado el

Hombre, algunos se ofrecen a la vista para luego desvanecerse.

Quedan las preguntas en el universo de la bruma; algún mapa

Fantástico y el residuo inexorable de la añoranza y la búsqueda.”

Cantos que se hacen imprecación, en un tono elegíaco. Destaca un lenguaje certero y maduro, con resabios de poemas de poetas místicos bien incorporados en la propia construcción del texto. Libro para varias lecturas y para un disfrute sereno y hondo, como lo he experimentado en sus breves páginas.

Gracias, Fernando.

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Julio 18, 2022

Edmundo Moure

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