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Los 90 años de la Sociedad de Escritores de Chile (3° parte y final)

Escribimos en la edición de la semana pasada que el 20 de octubre de 1973 se constituyó un directorio de emergencia en la Sech, cuya elección respondía a los dramáticos momentos que vivía el país.

Los escritores buscaron en la figura criteriosa y moderada del antiguo periodista y crítico literario Luis Sánchez Latorre (Filebo), al hombre que representara a un gremio que estaba en la mira de las nuevas autoridades, esencialmente por su activa participación en el gobierno de la Unidad Popular, coalición que implementó varias medidas culturales, las que en su momento causaron conmoción y fueron interpretadas como revolucionarias por la opinión pública.

Recordemos que el presidente Salvador Allende nombró a muchos literatos como embajadores y agregados culturales de Chile en países de todos los continentes, ya que uno de los aspectos medulares de su administración era demostrar que se podía construir una sociedad de corte socialista sin necesidad de pasar por el trance revolucionario. Allende se valió de los escritores para exhibir a todo el mundo su proyecto político, “La vía chilena al socialismo”.

Los escritores fueron el principal baluarte de la Editorial Estatal  Quimantú, con sus diversas colecciones: “Camino abierto”; “Clásicos del Pensamiento Social”; “Cordillera”; “Cuncuna”; “Cuadernos de educación popular”; “Documentos especiales”; “Minilibros”; “Nosotros los chilenos”; “Quimantú para todos”.

La importancia de esta Editorial y del papel de los escritores en su funcionamiento, es tema de estudio recurrente en tesis de grado y ensayos históricos. En la reciente investigación, “El golpe al libro y a las bibliotecas de la Universidad de Chile”, de María Angélica Rojas Lizama y José Ignacio Fernández Pérez, ediciones de la Universidad Tecnológica Metropolitana (2015), en el capítulo referido a Quimantú, los autores señalan, que en poco más de dos años, sólo entre las colecciones “Minilibros” y “Quimantú para todos”  se editaron cinco millones setecientos mil ejemplares, superando todas las etapas anteriores de la historia editorial chilena en niveles de cobertura y distribución de libros.

Los literatos desempeñaron en Quimantú un rol preponderante como traductores de muchas obras europeas, -particularmente de autores de Europa Oriental- y como difusores del libro entre las capas populares de la sociedad chilena.

De modo que el directorio liderado por Sánchez Latorre tuvo que emprender tareas urgentes de articulación y reorganización entre sus afiliados, toda vez que muchos autores fueron perseguidos, encarcelados y exiliados. Hubo que luchar para salvar al libro de la censura permanente. La industria editorial chilena ratificó lo anterior con cifras elocuentes: en 1970 se publicaron en Chile 1.370 títulos de libros, cifra que disminuyó abruptamente en los primeros años de la dictadura cívico militar. En 1975, se editaron apenas 618 títulos.

Según el revelador informe emitido en el trabajo periodístico de Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda, “La historia oculta del régimen militar” (1988), varios libros de autores chilenos fueron prohibidos apenas ocurrido el golpe de Estado en septiembre de 1973: “Poemas inmortales”, “Incitación al Nixonicidio y alabanza de la revolución chilena” y “Confieso que he vivido” de Pablo Neruda; “La viuda del conventillo”, de Alberto Romero; “El chilote Otey y otros relatos”, de Francisco Coloane; “El ciclista de San Cristóbal”, de Antonio Skármeta; y “Eloy”, de Carlos Droguett.

Un Departamento de Evaluación, que funcionaba en el sexto piso del edificio Diego Portales, en Santiago, decidió el futuro de muchos textos; algunos fueron picados como “El ideal de la historia” de Claudio Orrego; “Balmaceda”, de Félix Miranda y “Poesía popular chilena”, de Diego Muñoz Espinoza; otros, quemados, como “El pensamiento social de Raúl Silva Henríquez”; “Mi camarada padre”, de Baltazar Castro y “El Padre Hurtado”, de Alejandro Magnet.

La Sech, en la resistencia cultural.

En esos primeros años, la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) combatió las disposiciones del régimen autoritario con la consigna “Unidad en la divergencia”. Se creó una Comisión de Derechos Humanos que intercedió ante las autoridades de turno por la situación personal de muchos escritores. Ramón Díaz Eterovic menciona en su ensayo SECH: vivir y escribir en Chile”, el aporte desinteresado de Mila Oyarzún, Jaime Castillo Velasco, Inés Moreno, Jorge Edwards y Jaime Hales, que protestaron por la destrucción de la novela “Los asesinos del suicida”, de Gustavo Olate; por la requisición del libro “Muertos útiles”, de Erich Rosenrauch; la quema de “Míster Jara”, obra de Gonzalo Drago; la suspensión de la revista “Política y espíritu” y por el paradero, de Floridor Pérez, detenido en la isla Quiriquina; Aristóteles España, preso en isla Dawson y Ariel Santibáñez, detenido—desaparecido en Antofagasta, entre otros escritores.

En aquel período, la Sech preparó con antelación un Encuentro Internacional de Literatura. Luis Sánchez Latorre, consciente del ambiente negativo que giraba en torno a los escritores, junto al Directorio que le acompañaba, inició una fuerte promoción del evento en el extranjero, a través de cartas, documentos e invitaciones a decenas de creadores. “Proyectamos un gran congreso de escritores a realizarse en Chile en el año 1977. Se comenzaron a mandar comunicaciones a España, Venezuela, Alemania, y otros países, y de todos ellos llegaban respuestas de escritores dispuestos a pagarse sus pasajes y viajar a Chile. Entonces, el Ministro del Interior, Sergio Fernández, promulgó una disposición donde quedaba estrictamente prohibido realizar un congreso de escritores en Chile”.

La Sech luchó incansablemente por conseguir de las autoridades, el visado que necesitaban muchos literatos para retornar a Chile desde el exilio. Fue el caso entre otros, de Gonzalo Rojas, Omar Lara, Floridor Pérez.

Mientras en la calle los ciudadanos se referían a esa época como del “apagón cultural”, al interior de la Sech bullía un nuevo movimiento intelectual conformado por jóvenes valores de las letras que escribían y auto editaban sus trabajos en publicaciones artesanales como “Aumen”, “Contramuro”, El Organillo”, “Huelén”, “La Castaña”, “La Gota Pura”, “Palabra Escrita”. Aquellos poetas y narradores que Eduardo Llanos bautizó como “La generación N.N.”, dieron vida al Colectivo de Escritores Jóvenes, cuyos miembros realizaron innumerables jornadas artísticas, talleres literarios, recitales poéticos, los que quedaron plasmados en la revista Hoja x Ojo.

En mayo de 1984, fecha que coincide con una leve apertura política, se celebró en la Sech, el “Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes” con la participación de ciento cincuenta y cinco literatos, que concurrieron desde todas las regiones del país y de autores nacionales radicados en el extranjero, los que aprovecharon la coyuntura, para reinsertarse en nuestra patria.

Ese año 1984 se efectuaron también, las primeras elecciones libres en la Sech triunfando el ensayista Martín Cerda. Son tiempos amargos, pero además, de sueños y esperanzas; perecen varios íconos de nuestra literatura: Daniel Belmar, Diego Muñoz, Andrés Sabella; Guillermo Atías morirá en el exilio, en París. El nuevo directorio reclama formalmente por el retorno de Armando Cassígoli, Luis Enrique Délano y Franklin Quevedo. En 1986, la Sech adscribe junto con varias organizaciones políticas, un acuerdo nacional denominado “Asamblea de la Civilidad” que busca reunir en un gran conglomerado, a todos los grupos de oposición al gobierno. Las represalias no se hacieron esperar. La Sech pierde definitivamente la pequeña subvención que percibía del Ministerio de Educación; en 1988, se establece una normativa legal que excluye a la organización para integrar con dos de sus representantes, el jurado que otorga el tradicional Premio Nacional de Literatura, disposición que se mantiene vigente hasta el día de hoy.

Tiempos modernos.

No todo será tristeza. Los años ochenta del pasado siglo serán recordados como el decenio que vio nacer a la mayoría de las filiales regionales que operan al alero de la Sech. El retorno a la vida democrática en el país, sorprendió a los literatos organizando durante enero de 1990, un Encuentro Nacional de Escritores, donde se plantearon numerosas interrogantes frente al nuevo escenario que se avecinaba.

Uno de los tópicos más urgentes fue desmenuzar la situación gremial y social de los literatos. Luego de hacer un análisis detallado de las conquistas y pérdidas de la Institución en el período de la dictadura, de la situación del libro y del alicaído panorama editorial, se trató el tema previsional de los escritores. Se concluyó que muchos de ellos mueren en la más terrible miseria y precariedad económica. Cobró vida la idea ya enunciada por Martín Cerda en 1984 y en varias de sus divagaciones filosóficas, que la actividad del escritor sea reconocida como una profesión; que, a futuro, el escritor sea un profesional que pueda vivir de su actividad específica. En esa línea, el narrador Óscar López, después de recordar la partida de antiguos miembros de la Sech hizo una reflexión al respecto, la que fue publicada en el primer número de la revista “Simpson 7” en 1992:

“Después recordamos a Rolando Cárdenas y Martín Cerda, ex –Presidente de la Sech. Ambas muertes mostraron de manera tajante la condición de injusto abandono en que transcurre la vida y la muerte de los escritores. Sin previsión especial alguna que garantice su trabajo, su salud y una vejez a salvo de los naturales trastornos de la edad, el escritor es un marginal y el más explotado de los trabajadores, casi a nivel de un minero del carbón. Así, en ese mismo vergonzoso abandono murieron María Luisa Bombal, Antonio Acevedo Hernández, Nicomedes Guzmán”.

Esa fue una de las razones primordiales que alentó al nuevo directorio liderado por el magallánico Ramón Díaz Eterovic para organizar un nuevo cónclave denominado “Juntémonos en Chile”, el cual se llevó a efecto, en agosto de 1992.

Cuarenta y cuatro escritores venidos de Argentina, Ecuador, México, Perú, Venezuela, España, Croacia, Japón, Suecia, entre otras naciones, junto a doscientos autores chilenos, -cincuenta de regiones- dieron vida al Encuentro.

Se realizaron mesas redondas con presencia masiva de público en el Hotel Galerías Nacionales y lecturas simultáneas durante tres días en la Casa del Escritor, el Teatro La Comedia y la sala América de la Biblioteca Nacional. Más de dos mil personas fueron al Centro de Extensión de la Universidad Católica de Chile, para escuchar una lectura masiva de los escritores Jorge Enrique Adoum, Claribel Alegría, Humberto Díaz Casanueva, Nicanor Parra y Gonzalo Rojas.

El vicepresidente de Sech, Diego Muñoz Valenzuela en sus palabras al cierre de la sesión plenaria, sintetizó las principales ideas del Encuentro:

 “Como integrante  de una generación literaria cuya generatriz fue inevitablemente social, marcada a fuego por el quiebre de la democracia, signada por el derrumbe de las libertades cívicas y por la represión a las manifestaciones de la cultura, puedo ver con legítimo orgullo que los escritores chilenos comenzamos a superar esa doble insularidad geográfica y política. Reunirnos aquí en Chile con nuestros hermanos latinoamericanos y con escritores procedentes de todas partes del mundo significa derrotar ese duro aislamiento de dos décadas, reiniciar esa conversación suspendida que parecía arrebatarnos toda esperanza. Por ello quiero dar testimonio de la inmensa alegría que nos ha animado en estos días, la sencilla alegría de estar aquí juntos, en este rincón del mundo, finalizando un Congreso construido entre todos, y reduciendo a una cifra próxima a la nada a ese largo y ya derrotado paréntesis que nos separó tantos años”.

El vaticinio se cumplió plenamente. El Directorio conformado por Fernando Quilodrán, Paz Molina, Isabel Velasco, Gustavo Donoso, Sergio Bueno, Ariel Fernández, Juvenal Ayala, Cristián Cottet, Horacio Eloy, Isabel Gómez y Salvattori Coppola, proyectó el II Encuentro Latinoamericano de Escritores – Sech siglo XXI, que se materializó en Santiago, desde el 20 al 24 de marzo del 2002.

En función al simposio “Literatura e Identidad Cultural Latinoamericana en el proceso de globalización” y de la convención, “Relaciones corporativas o gremiales entre las instituciones de escritores de América Latina y del Caribe”, representantes de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Cuba, Ecuador, Guatemala, México, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, se unieron a cien escritores chilenos y dirigentes de las quince filiales de la Sech en el país, para analizar y discutir los temas en discusión.

Se expusieron treinta y cinco ponencias y se elevaron once informes de carácter gremial que sustentaron la Declaración de Santiago, que formuló como objetivos, a) propender a la organización y unidad de todos los escritores latinoamericanos y de los escritores extranjeros que residen en nuestros países y actuar en la defensa de sus intereses como escritores; b) trabajar por el enaltecimiento y difusión de la literatura latinoamericana; y, c) trabajar y luchar por la preservación de la identidad cultural de los países latinoamericanos, así como por enriquecer esta moción a través del conocimiento de las realidades particulares de sus pueblos y de la concepción de una identidad común latinoamericana.

El documento final adquiere singular significado, porque fija los parámetros para constituir una “Confederación de Escritores de América Latina y del Caribe”.

En las primeras décadas de este milenio, la Sociedad de Escritores de Chile ha colocado un mayor énfasis en revitalizar su rol institucional y su vínculo con entidades educativas y culturales. Así por ejemplo, la Sech suscribió un importante convenio de cooperación con la Universidad Tecnológica Metropolitana (Utem) que le permite celebrar anualmente, el concurso literario “Albatros”, enfocado a estudiantes de Educación Media de todo el país. Este certamen se combina con otro festival dedicado a los estudiantes de Educación Básica denominado “Sechito”.

En los últimos años, aparece consolidado el tradicional concurso de cuentos, “Teresa Hamel”, sin omitir, otros llamados que efectúan filiales de la Sech, como el Premio “Dolores Pincheira” instituido en Concepción o el “Estela Corvalán”, en Talca. Recordemos, que la Sech Magallanes, produjo durante casi dos décadas, el Premio “Antonio Pigafetta” (que espera ser reactualizado), sin dejar de mencionar, las tradicionales Ferias del Libro que los escritores organizaron hasta el 2009.

La Sociedad de Escritores de Chile posee quince filiales a lo largo del país: Arica, Iquique, Antofagasta, Región de Atacama Rosario Orrego, Región de Coquimbo Gabriela Mistral, San Felipe, Valparaíso, San Antonio, Rancagua, Talca, Linares, Lautaro, Concepción, Valdivia, Punta Arenas; y dos, en el extranjero, una en Londres y otra en Nueva York.

El Directorio actual lo componen, Roberto Rivera en calidad de presidente; Isabel Gómez, vicepresidenta; María de la Luz Ortega, secretaria general; David Hevia, prosecretario; y César Millahueique, como tesorero; siendo directores, Cecilia Almarza, Manuel Andros, Gregorio Ángelcos, Carmen Berenguer, Naín Nómez y Raúl Zurita.

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