Escritor del Mes

Omar Saavedra Santis: “regresé, pero no he vuelto”

El guionista, dramaturgo y narrador, más reconocido y publicado en Alemania que en Chile, autor de la primera novela sobre el exilio chileno en un país ahora desaparecido, la RDA, comparte la visión de un país donde prima el desinterés y la ignorancia, y la actividad cultural se ha convertido en una tarea de Sísifo.

Diciembre, 2016.- La reunión para esta entrevista con Omar Saavedra Santis (Valparaíso, 1944) se realizó en un bar que ocupa como oficina, a la que va “a escuchar voces humanas”, según expresa, tras una jornada disciplinada de escritura. Es un hombre afable con una mirada que oscila entre el escepticismo y la curiosidad. Sabe escoger del repertorio las palabras que instalan su sentido del humor, y modular la voz cuando el barman aplica la juguera al pisco souer; se muestra sorprendido de que lo entreviste. “La verdad es que yo no he publicado mucho en Chile”, acota.

“Llegué el 2010 por razones de trabajo y me fui quedando, como dicen los huasos. Regresé, pero no he vuelto. Pasó demasiado tiempo, 36 años. Cambié el exilio exterior por el exilio interior. Yo trabajaba como freelance, como se dice en castellano antiguo, para el centro de capacitación de la Deutsche Welle, dictando cursos, y vine en esa condición varias veces a Chile. En una de esas veces María Izquierdo, una actriz chilena, me preguntó si tenía interés en escribir los guiones para una serie. Y así vine”, explica el autor sobre cómo se gestó este retorno.

Omar Saavedra ha recibido múltiples reconocimientos por su obra literaria, donde priman la narrativa y la dramaturgia. Entre ellos podemos mencionar el “Premio Anna Seghers, 1986”; “Premio RDA de la Crítica Cinematográfica, 1987”, por el guión de la película Blonder Tango (Tango rubio), basada en su novela homónima; “Premio de Teatro 1990, de la Universidad Católica de Chile”; “Premio de Arte 1991”, de la ciudad de Rostock; “Premio del Fondo Nacional del Libro, 1994” (Chile); “Premio CIVIS 1996”, de la radio y televisión WDR de Colonia; “Beca Casa di Goethe”, Roma (2002); “Premio de Literatura, 2003”, de la Radio y Televisión MDR de Leipzig, por el cuento Brunos Legat (El legado de Bruno); “MDR-Literaturpreis, 2005”; y el “Concurso Nacional de Cuentos Teresa Hamel, 2012”, de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) por el cuento “El funcionario”.

¿Quién era el Omar Saavedra que se fue de Chile?

Al momento del golpe, trabajaba como jefe de redacción en un diario pequeñito en Valparaíso, que tuvo una vida muy efímera, un año, que fue una pequeña medida para contrarrestar la presencia de los diarios de siempre, ya que estaba a favor de la Unidad Popular. En todo caso, eran diarios mucho mejores que ahora, por lo menos había gente que escribía, y la distancia entonces entre el periodismo escrito y la literatura no era tan lejana. García Márquez, por ejemplo, decía “yo soy periodista”. Yo me consideraba más hombre de teatro. Había escrito cuentos y había publicado en alguna revista universitaria.

Salí al exilio. Primero estuve en Bélgica, y después me enteré que en la República Democrática Alemana (RDA) se había instalado un grupo de actores chilenos que pertenecían al teatro de la Central Única de Trabajadores. En ese tiempo la CUT era una organización muy poderosa que tenía orquesta, grupo de teatro, institutos de formación: era una cosa increíble. Me fui a la RDA, me incorporé al grupo y trabajamos juntos como seis años. El grupo de la CUT puso sólo obras que habían sido escritas por autores chilenos. Había obras mías, de Carlos Cerda, de Víctor Carvajal, con las que salíamos a hacer giras por toda Europa.

Y trabajé en un teatro alemán, en el Báltico. Yo escribía en castellano, y después tenía que ser traducido al alemán. La tradición teatral alemana es de siglos. Una organización importante, de presencia muy viva en la sociedad alemana, que hasta el día de hoy se mantiene. Y trabajé en ese grupo 15 años. Después cada uno agarró por su lado.

Una de las obras [que escribí] fue representada en Chile durante la dictadura, se llamaba Amapola. Tuvo mala suerte porque la estrenaron pocos días antes del atentado a Pinochet y desapareció rápidamente de escena. Después, el año 90, ya cuando se acerca la transición, escribí otra obra de teatro que ganó el premio de la Universidad Católica, que se llamaba Pachamama. La última es una que se llama Fausto Sudaca, que la dieron el año pasado. Acá no existen las compañías, existen grupos. Se arman colectivos y por lo general son producciones que hacen ellos mismos. Es otra forma de hacer teatro, muy sacrificada. La calidad es escasez en todas partes, pero hay cosas muy buenas. Hay una gran calidad actoral en Chile.

¿Cuál fue el aporte de ese movimiento cultural de los chilenos en el exilio?

Yo estaba escribiendo mucho, para matar el tiempo, antes de que el tiempo me matara a mí, y por necesidad. La actividad cultural chilena en el exilio fue durante la dictadura importantísima para la solidaridad con Chile. Y fue importante para los países donde había chilenos exiliados. Les hizo ver otra realidad.

La dictadura, y los gobiernos que vienen después, heredan e intensifican la ignorancia sobre lo que fue el exilio. El exilio es la provincia más grande de Chile. La más variopinta, la más rica culturalmente. El exilio es un garbanzo en el zapato para la cultura chilena. Más se escribe sobre la creación chilena del exilio en los países donde hay chilenos o hubo exiliados, que en Chile.

Cuando se disolvió el grupo me dediqué a escribir con más o menos suerte, porque se publica prácticamente todo lo que escribo. Entonces escribo “Qué hago yo en este país donde todos los gatos son rubios” y que fue traducido al alemán con un título bastante poco gracioso: Tango rubio. Esa es la primera novela que describe el exilio chileno en un país que no existe, en la RDA. Fue publicada muchas veces en alemán.

Tengo contacto con muy poca gente, pero sé por lo que me cuentan los colegas que hacer arte y literatura en Chile es una tarea de Sísifo*. Siempre con mucho apoyo moral por parte de las autoridades, pero más de eso, vienen las miserias del FONDART, que es una limosna que da el Estado, que te entregan en condiciones indignas, porque te piden prácticamente exámenes de orina. Te consideran de partida un delincuente, tienes que entregar pagarés antes de recibir un peso. Te tratan como una especie de delincuente en rehabilitación.

¿Cómo encontraste a este nuevo Chile a tu regreso?

Es obvio que el Chile que yo dejé no es igual al Chile al que yo regresé. No solamente habían pasado años, había dimensiones cuánticas que separar. Es una situación desoladora la realidad nacional. Lo que predomina es el desinterés. La metástasis del neoliberalismo que no ha dejado ni un espacio sin tocar. Por eso han surgido ahora los gestores culturales, la cultura ha venido a ser un departamento especial del neoliberalismo, donde el libro es una mercancía como cualquiera otra, los autores no son autores sino productores de valores que se cotizan o no se cotizan, que venden bien o venden mal. En Chile no se lee. El libro es obscenamente caro.

Hemos ido eliminando de nuestra sociedad la capacidad de percibir belleza. Percibimos marcas, perfumes, percibimos caras que nos aparecen para vender, muy chilenas, rubias de ojos azules, ofreciendo lo que sea. Hemos virtualizado nuestra realidad. La gente no vive en el Chile, sino cuando tienen que pagar la cuenta, cuando los friega la AFP, cuando la Isapre les roba; ahí se dan cuenta recién; pero no reclama porque no somos un pueblo reclamón. Para ser reclamón hay que ser inteligente, hay que ser culto. No lo somos. No podemos saltar por encima de nuestra propia sombra.

El ministro de Economía, creo que hace un año, proclamaba con mucho orgullo que en Chile se venden mil autos nuevos diarios. ¿Sabes cuántos libros se venden de literatura chilena al mes en Santiago? Mil al mes, en una ciudad de 8 millones de habitantes. Mi hermana es maestra y yo sé lo que leen los alumnos. Son resúmenes. No hay nadie que lea ni siquiera en la universidad, ni siquiera los que estudian lenguaje han leído El Quijote, por ejemplo. A eso me refiero con que es una realidad casi esperpéntica.

Has hecho radioteatro, ¿qué valor le das a la oralidad?

La cultura oral es una cosa y la otra es donde se ocupa la oralidad como medio de expresión. Naturalmente que hay culturas orales que sobreviven a pesar del tiempo en todos los países, en el campo, eso es otra cosa. Pero la palabra hablada juega un papel importante en varios espacios de creación literaria: en el teatro, en la misma música, en la radio, en los guiones de televisión.

Nosotros pensamos y nos articulamos en palabras, no hay otra manera de pensar. Y ahí ya comienzan las dificultades. Porque hay algunas ideas que no son tan fáciles de expresar, pero son posibles de expresar. Decir “te quiero mucho” es fácil, no requiere grandes esfuerzos. O “Dios no existe” o “el diablo es malo”. Eso tampoco. Pero si tú te metes en la palabra de uso fundamental, no la palabra en sí, porque la palabra en sí es una cosa muerta: es lo que nosotros somos capaces de hacer con la palabra. Cuando la palabra se transforma en escritura es cuando ya comienza a operar. La palabra escrita tiene naturalmente diferencias con la palabra hablada, tiene diferencias con la palabra pensada, con la palabra cantada.

En uno de tus libros, “La gran ciudad”, hay un personaje que recita poemas como una estrategia de fomento a la lectura…

“La gran ciudad” es una novela que yo quiero mucho. La publicaron acá. Ninguno de mis libros se ha convertido en best-seller, acá los best seller son otros. También tenemos que reconocer que desapareció la crítica literaria.

¿Cuál fue esa crítica literaria que desapareció?

La crítica académica que tenía entre sus funciones escribir reseñas para libros. Hay una diferencia cualitativa grande. La gente que escribe reseñas de libro, es muy poca. En eso El Mercurio permanece fiel a su tradición, a lo que es. No se escribe sobre todo lo que aparece. De “La Gran Ciudad”, por ejemplo, salió una reseña de unas 20 líneas donde la hicieron mierda. Yo no esperaba tampoco otra cosa. La escribió Camilo Marx, que seguramente ha leído mucho, pero que tiene posturas estéticas y críticas de la literatura que son absolutamente consecuentes con lo que es El Mercurio.

Se encuentra todavía la crítica literaria en las revistas de la Universidad de Chile, de la Universidad Católica. Hay un esfuerzo por mantener la crítica como un género literario, y hay gente muy valiosa, pero que no lee nadie.

A propósito de La Gran Ciudad, ¿cuál fue el Valparaíso que tú te encontraste ahora?

Creo que es la única – no hay muchas en el mundo- ciudad con personalidad de Chile, donde se planta con sus harapos, con su mugre, con su piñén, con su olor a sudor. Se muestra como es. Santiago no, por eso hay varios Santiagos. La Dehesa, ese es otro mundo, que no tiene nada que ver con el Santiago de Cerro Navia o la Villa Francia.

Yo escribí una novela que no ha sido publicada sobre Valparaíso. “La Gran Ciudad” es una gran metáfora política del Valparaíso de mi tiempo. La gente que la ha leído encuentra que es una novela diferente a todo lo que se había escrito sobre Valparaíso. Es una gran hipérbole que se relaciona con lo que fue la gran intención de los pocos días de la Unidad Popular, donde realmente fue un pueblo, en esos mil días, que se interesó por la lectura.

¿Qué estás escribiendo y qué estás leyendo?

Yo leo siempre. Leer y escribir son dos caras de la misma moneda. No se puede hacer uno sin hacer lo otro. Ahora estoy escribiendo para sobrevivir. Escribí una serie que acaba de terminar Valeria Sarmiento, con muchas dificultades, que se llama Casa de Angelis.

¿Durante el exilio, ¿te llegaba literatura chilena’?

Yo estaba muy al día. Nunca emito juicios, por respeto, como yo mismo pertenezco al gremio de los que escriben. Lo importante es que se escriba. Los libros que más se venden en Chile están lejos de pertenecer a la mejor literatura chilena.

No es el autor lo que brilla aquí, sino la capacidad de marketing que tenga la empresa que te publica y ¿qué editoriales hay en Chile? puras editoriales pequeñitas. Las grandes, que son los consorcios que dominan todo lo que se publica y se vende en el mundo, levantan autores, los fabrican de acuerdo a las necesidades tal como se fabrican nuevas marcas de perfumes, nuevas marcas de calzones, toda la vaina.

¿A qué le llamamos buena literatura? Hay un problema bastante complejo. Nadie puede decir que un libro porque se vende es bueno. Hay excepciones, gracias a Dios o como se llame, en las cuales la calidad literaria ha estado acorde con la recepción. Eso muestra el poder de la buena literatura, pero no toda la literatura tiene la suerte que ha corrido “100 años de soledad”, a pesar de que sabemos que en la literatura latinoamericana no es lo único que se ha escrito de calidad excepcional.

Nosotros también tenemos esa contradicción espantosa de que en este continente, tan maltratado, se ha generado en menos de un siglo una literatura inesperada que remeció la literatura mundial. No me estoy refiriendo solamente a Borges, sino también gente como Neruda, Gabriela Mistral, el mismo César Vallejo, que murió en la miseria. La misma suerte que tuvo Neruda se la hubiera deseado a César Vallejo, y a tanto poeta.

Yo no escribo poemas, no me da el trapo. Curiosamente acá se publica mucha poesía, porque da la impresión que fuera más fácil, quizás por la brevedad. Todos los chilenos han escrito poesía. Hasta los analfabetos han escrito poesía, poesía oral. Estas son puras quejas, de uno que regresó pero que todavía no vuelve. Y que ya no volvió.

¿Y dónde se quedó?

En el limbo. Que según el vaticano no existe, pero es bueno saber que hay un lugar donde uno puede tener un hueco.

Una extensa trayectoria nacional e internacional

Omar Saavedra Santis, Valparaíso (1944), ha publicado numerosas novelas, libros de cuentos y obras de teatro. Destacan La gran ciudad (Alemania, 1986); Felipe kommt wieder, (1990); Frühling aus der Spieldose (1990); Magna Diva: La ópera de los asesinos (2003); Erótica de la resistencia y otras historias de resentidos, (Chile, 2003); El último (Chile, 2004); El legado de Bruno (Madrid, 2010); Prontuarios y claveles (Chile, 2011). Entre lo más reciente en Chile Editorial Étnika publicó su libro de relatos Stella Artois (2013) y Uqbar reeditó La gran ciudad (2014).

En su trabajo como guionista sobresalen los escritos para conocidas series interculturales de la televisión alemana. Como dramaturgo, sus obras han sido escenificadas y/o publicadas en Chile, Argentina, Costa Rica, EE. UU., Holanda, Polonia, Suecia, Unión Soviética, Rusia, Letonia, Japón, Bulgaria, etc.). Su obra Fausto Sudaca se estrenó en Chile el año pasado y se publicó este año en Argentina con Editorial Caterva. Su traducción de “Happy End” de Hauptmann, Brecht y Weill, se estrenó este año en el GAM.


* Sísifo: En la mitología griega, Sísifo fue fundador y rey de Éfira (nombre antiguo de Corinto). Era hijo de Eolo y Enareta, y marido de Mérope. De acuerdo con algunas fuentes, fue el padre de Odiseo con Anticlea, antes de que ésta se casase con su último marido, Laertes. Es conocido por su castigo: llevar una piedra hasta la cima de una montaña, y antes de llegar, la piedra volvía a rodar hacia abajo (repitiendo una y otra vez el frustrante proceso).
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