Escritor del Mes

MARIO FERRERO, CABALLERO DE LAS LETRAS

Mario Ferrero nació el 6 de junio de 1920, un día después del trigésimo segundo natalicio de Federico García Lorca, enorme poeta y ser humano al que nuestro amigo admiraba profundamente.

A las 13:00 horas, con británica puntualidad, solía Mario almorzar en la cocina de la Casa del Escritor, disfrutando una cazuela o un plato de porotos, acompañado de la infaltable copa de vino tinto. Era a comienzos de los 80, y él extendía por muchas horas su estancia, como si de alguna manera sutil, buscara un refugio para sus acosos reales y para los asedios de la memoria. No parecía un hombre feliz, si es que sea posible la felicidad como estado psicológico en los hombres de letras. Sus grandes ojos oscuros traducían un permanente desasosiego, que parecía aventar con la filosa ironía que brotaba de sus labios. En esos años, casi todas las reuniones de directorio de la SECH eran abiertas a los socios.

Mario Ferrero no asistía a ellas, prefiriendo los encuentros más íntimos en el Refugio López Velarde; se preciaba de que estos fueran “selectivos, aunque no siempre selectos”, como decía, aguzando en los labios un breve sarcasmo. Allí lucía sus dotes de sobrio conversador y sus sólidos conocimientos literarios, que sabía matizar con certera ironía y comprensión cabal de la condición humana.

Era un auténtico maestro, pero compartía generosamente su saber, su gran bagaje de lecturas vívidas que revelaban entrega sin condiciones a la pasión literaria. Los jóvenes escritores se acercaban a él para recabar informaciones de primera fuente y juicios sesudos de quien era, sin duda, un paradigma de las letras nacionales, aunque de “bajo perfil”, como suele decirse, desprovisto de autorreferencias y de esa egolatría tan abundante en nuestra fauna pendolística.

La poeta Marisol Moreno del Canto se prendó de Mario, cuando le conoció, en junio de 1988. Él le obsequió sus libros de poesía, que conservamos en casa, como un tesoro. En octubre de ese año, bajo mi sello editorial Logos, de triste memoria financiera, editamos uno de sus más notable ensayos: Neruda, Voz y Universo, un sesudo trabajo interpretativo de las dimensiones estéticas y vitales de la obra Nerudiana.

El otro libro es el poemario Capitanía de la Sangre, editado en 1948. Trae una dedicatoria, escrita con la ampulosa caligrafía de Mario: “A Carlos De Rokha, alto poeta y gran luchador marxista, afectuosamente”; su firma y la data: agosto de 1949. Carlos De Rokha, poeta como su padre murió a los 42 años, en 1962, por una sobredosis de fármacos, de lo que se presume fuera un suicidio. Seis años después, el 10 de septiembre de 1968, Pablo De Rokha se quitaría la vida de un pistoletazo.

Mario Ferrero es uno de nuestros escritores más completos, en el sentido de amplitud renacentista de sus creaciones, desde la poesía, pasando por la narrativa, el ensayo, la crónica y la crítica literaria. No obstante, su voz está algo escondida en los desvanes del olvido, en el patio trasero, donde muchos y muchas de los nuestros aguardan e ese lector ávido y sagaz que los rescate de la injusta omisión.

De los anales de la Casa, extraigo fragmentos de su libro Memorias de Medio Siglo, dedicados a Pablo De Rokha:

“Hay hombres que, en la literatura, tienen una vida fácil, amable, plácida; que reciben todo tipo de homenajes y reconocimientos oficiales, que son embajadores o altos funcionarios de gobierno, que gozan de la simpatía de sus colegas y han sido objeto del halago constante de la crítica. Pero los hay también de vida dura, amarga, trágica, tocados cada día por la mano de un destino aciago, increíblemente tenaz y despiadado. Estos suelen ser hombres neuróticos, de difícil trato, a quienes rodea la enemistad de una lucha sin cuartel, atormentada por el desengaño, la frustración o la envidia.

“Este podría ser el retrato síquico que la crítica y muchos de sus colegas han asignado a la poderosa personalidad de Pablo de Rokha. Esta era, también, la impresión subjetiva que yo mismo tenía de él antes de conocerlo en la intimidad: la de un hombre arbitrario, inhumano, ególatra, independiente, preocupado sólo de sí mismo, de carácter anárquico, violento, sin el menor sentido de la responsabilidad social y totalmente desarraigado del grupo familiar, hogareño.

“Pero ocurre que, en la práctica, Pablo de Rokha era precisamente lo contrario de aquel ogro intratable que nos quisieron mostrar desde jóvenes. Era un hombre afable, preocupado hasta lo inverosímil de su familia y de su pueblo; un ser de trato cordial, amigo de sus amigos, tierno en la intimidad, de carácter emotivo y dotado de un excelente don de camaradería.

“…Tuve el privilegio de disfrutar ampliamente de su amistad. Lo había conocido con motivo de un homenaje que le tributamos a su regreso de Estados Unidos, en compañía de Winett; era amigo de todos sus hijos, pero no había tenido la oportunidad de frecuentar la generosa hospitalidad de su hogar.

“…Tanto me acostumbré al atrayente espectáculo de su amistad, que comencé a visitarlo con frecuencia. Un día cualquiera, Pablo me propuso que trabajara con él. Se trataba de hacer una gira al extremo sur del país, llevando libros y cuadros para la venta. Acepté de inmediato.

“…Lo visité hasta sus últimos días, tanto en el hospital como en la casa de su hija Juana Inés. Se encontraba triste, profundamente abatido, extraño de sí mismo, por primera vez inseguro. Nada, sin embargo, hacía presentir su dolorosa y sorpresiva determinación de suicidio. Hasta que vino el balazo gigante, descomunal como su vida, ese disparo horrible que estremeció a todo Chile.

“…Los diarios del país informaron de su suicidio con caracteres conmovedores y hasta hubo un periodista que pidió, por radio, banderas y ramadas de pata en quincha para recibir, en el cielo, al gigantón de la poesía chilena. Los titulares de los periódicos son el reflejo directo del afecto popular, de la simpatía entrañable que había sabido conquistar este humanísimo trabajador de las letras.

“El huaso de Licantén de frente al infinito”, “La muerte acalló su voz de volcán”, “Se mató el inmortal Pablo de Rokha”, “Final violento como su vida y su poesía tuvo De Rokha”, “En su casa hecha con libros, se mató el poeta del pueblo”.

Tengo en mis manos dos libros de Mario Ferrero que encontré en librerías de viejo. Uno de ellos es una separata de la revista “Atenea” (1960), que contiene un certero ensayo crítico: La Prosa Chilena del Medio Siglo, desde el criollismo hasta la Generación del 50. Sus juicios teóricos y sociológicos no han perdido vigencia.

De las interesantes “Semblanzas Literarias” de Arturo Flores Pinochet, recogemos el lúcido testimonio que nos entrega acerca de Mario Ferrero:

El Escritor

Ensayista, poeta, critico, periodista, antólogo, memorialista, cronista, historiador literario. Es uno de los grandes ensayistas chilenos, sin desmerecer su actividad como poeta. También tuvo una destacada participación en la crítica literaria, donde su pluma se distinguió por la amplitud de sus juicios y el excelente manejo del lenguaje.

Utilizó, según Raúl Silva Castro, el seudónimo de Lorenzo Campana.

Junto a otros poetas, Mario Ferrero integró una curiosa cofradía llamada Zócalo de las Brujas.

A nuestro juicio, su obra maestra en torno al ensayo son los 2 tomos de Premio Nacionales de de Literatura. No por nada obtuvo nada menos que 3 galardones. Allí descuella su amplia cultura, un lenguaje que resulta grato leer, el acertado conocimiento de los valores artísticos de cada uno y una apreciación literaria que se distingue por su talento y profundidad. El análisis de la vida y obra de los inmortales va desde Augusto D’Halmar hasta Francisco Antonio Encina. Es una lástima que no haya continuado en la tarea porque, a la fecha y a nuestro parecer, es lo mejor que se ha escrito en torno a los agraciados por el máximo laurel.

Mario Ferrero tenía condiciones innatas para el ensayo. Acucioso, preocupado de la forma, su trabajo exhala conocimiento, hondura y un estilo inmejorable, que captura la atención del lector, cautivándolo e interesándolo. Se nota el oficio de escribir y su opinión sobre la calidad de las obras es siempre inteligente y original. No acude a la manida objetividad, sino se aferra al subjetivismo propio de alguien que ha leído mucho y le parece oportuno transmitir su pensamiento en la página impresa.

Por momentos, la escogida sencillez de su lenguaje y la aparente simplicidad de sus argumentos, nos recuerda a otro coloso del ensayo, Fernando Alegría (Las Fronteras del Realismo).

La tarea de Mario Ferrero al través de su extensa bibliografía, si bien fue correspondida con algunos premios, no ha sido ni fue valorizada en su exacta dimensión. Algo pasó allí que no pudo sensibilizar a sus colegas en cuanto a reconocimiento literarios, pese a que él publicó “libros notables sobre la calidad de varios congéneres, cosa rara en la mayoría de los practicantes del mismo oficio (Filebo, Memorabilia, 2000).

         Desde la Casa del Escritor, donde le hemos recordado tantas veces en las tertulias de los lunes, en el Refugio López Velarde, articulamos este sentido homenaje a su obra y, sobre todo, a su gran calidad humana.

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Edmundo Moure

Mayo 20, 2022

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