Escritor del Mes

ELIANA NAVARRO la flor de la montaña

Señoras y señores:

Venimos hoy en Homenaje a una poeta grande por su obra, fecunda por su amistad, generosa por su modestia. No es frecuente, aunque sea legítimo y necesario, que sus colegas festejen así a uno de los suyos. Si hoy es el caso, digno sin duda de continuidad, es porque esta hermosa mujer concita los afectos; y su poesía, la admiración.

La poesía de Eliana Navarro es una lenta investigación del silencio, que ella propicia para encontrar las sensaciones que el tiempo ha ido dejando en su memoria.

Se ha propuesto luchar contra ese amargo sabor de lejanía en donde se refugian o son relegadas las cosas, para forzarles su lumbre.

En sus poemas nos es dado apreciar la hondura de sus intuiciones. En A la muerte, poema mítico de extrema musicalidad, refinado en sus materiales, nos dice: Príncipe de la noche, caballero/ que montas guardia junto a mi ventana,/ no atiendas a que llegue la mañana,/ ven ahora que es alba y que te espero.

Su visión del mundo y su historia, no es optimista. Para ella, la humanidad está más que nunca soberbia, más que nunca sedienta,/ más que nunca angustiada. Y aunque siente su vida como un suceso trágico –Miro tus manos taladradas/ en la noche que vino sobre mi alma- puede afirmar: La muerte presurosa/ sólo destruye huesos./ Vacía cañas trémulas./Rasga vasos ligeros. Para concluir: La luz que en ellos arde/ -inmortal, intocada-/ se enciende para siempre en otro reino.

Pero este reino de todos los días, el reino de abajo, la conmueve, y de ese choque con el mundo real surge el bello poema “El suplementero dormido”, en donde el niño sueña, como un ángel recién amanecido, con ondulados trigos,/ donde los diarios son mil volantines/ en el aire cobalto suspendidos. Y, en pleno acorde con su preferencia por “el otro reino”, nos invita: Dejémoslo en su sueño sumergido./Acaso él es el único que ahora está despierto/ y quienes lo miramos, caminamos dormido.

Es que los deberes del poeta, los cumple ella plenamente, y al ciudadano angustiado por las formas que asume el tiempo en esta cotidiana faena que entre todos hacemos, le otorga un espacio conmovido.

En “Amiga poesía”, al entregarnos su concepción de su arte, la define: Es una gran amiga. Suele venir por casa.

Esta “buena amiga” de Eliana Navarro, que sin duda se ha instalado en su casa, nos visita hoy en esta sala de la Biblioteca Nacional, trayéndonos una copia un cielo de nubes extasiadas.

La Sociedad de Escritores de Chile, en cuyo nombre concurro esta tarde, me ha encargado no disimular el afecto por esta amiga de todos los hombres, de todas las mujeres, de todos los niños que no a uno componen esta vulnerable humanidad.

Permíteme, querida Eliana, decirlo con tus propias palabras: Aquí quería estar./ Venir a este lugar,/ sentir la soledad sonando,/inmenso sol amargo. Aunque no termina aquí el sentido de su poesía, porque desde las honduras de na experiencia dolida es ella quien escribe: Ríe, mi niño, ríe/ Amo escuchar tu risa/ que vuelve trasparentes las oscuras murallas.

Hacerse cargo de esta dolida humanidad y responder para ella las preguntas que el tiempo ha dejado inconmovibles, es la labor suprema, el deber –permítanme la soberbia- exclusivo del poeta. Esa tarea dura, esa carga, sin embargo gozosas, las asume Eliana Navarro con el oficio sencillo de la gracia. No da lecciones: aporta simplemente su mirada sensible, ese trabajo lento en que viene incurriendo día a día para convidarnos las certezas irrefutables que han nacido de su experiencia del tiempo, el amor y el asombro: Por eso, di muy alto las antiguas palabras.

Al dar testimonio esta tarde de la adhesión de tu Sociedad de Escritores, y sin otro afán que responder a las exigencias de la verdad y a esa razón de amor que nos reclama su lugar en medio de los vértigos, quisiera, Eliana Navarro, proclamarte poeta ejemplar, amiga dilecta, sonreidora eterna, convidadora de las pistas secretas que tú nos descubriste para alcanzar la flor de la montaña.

Fernando Quilodrán

Sala América de la Biblioteca Nacional

Lunes 27 de noviembre de 2000.

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