Escritor del Mes

Aristóteles España

Por Víctor Hernández

En febrero de 1993, la editorial Atelí de Punta Arenas, publicaba una antología poética que con el transcurrir del tiempo se ha convertido en una especie de objeto de culto, probablemente, por lo difícil que resulta hallar un ejemplar, como, asimismo, por los autores (as) que aparecen seleccionados en aquella edición, varios de los cuales han logrado un reconocimiento por el conjunto de su obra en el concierto de la literatura chilena y universal. Muy por el contrario, a mediados de la década del 80 cuando el recopilador terminaba por redactar el manuscrito de la obra, muchos de aquellos escritores (as) daban sus primeros pasos en la literatura. El pequeño libro se presentaba con una portada del cuadro “Las señoritas de Avignon” de Pablo Picasso bajo el sello ediciones “La pata de liebre”.

El texto de Aristóteles España (1955-2011) “Poesía chilena. La Generación N.N. (1973-1991)” pareció “no encajar” con la transición, la llamada democracia de los acuerdos que se resumía en una frase que regularmente empleaba el presidente de la República de aquel entonces, Patricio Aylwin Azócar (1990-1994), “Justicia en la medida de lo posible”.

Por esos años, en el mundillo de los escritores, al menos desde que José Donoso (“Coronación”, “El lugar sin límites”, “El obsceno pájaro de la noche”) recibiera el Premio Nacional de Literatura en 1990, se apreció un verdadero boom de autores chilenos que publicaron algunos de sus trabajos con el sello Planeta, entre estos, los nombres de Ana María del Río, “Siete días de la señora K”; Alberto Fuguet, “Por favor, rebobinar”; Gonzalo Contreras, “La ciudad anterior”; Roberto Ampuero, “Boleros en La Habana”; Jaime Collyer, “Cien pájaros volando”; René Arcos Leví, “Cuento aparte”, o Juan Pablo Sutherland, “Ángeles Negros”.

Se trataba de creadores que evidenciaban un gran dominio de las modernas técnicas literarias. Varios de ellos habían vivido y estudiado en el extranjero durante la dictadura cívico militar (1973- 1990) y luego, cuando comprendieron que el régimen de facto iba a dar paso para el retorno a un sistema democrático, volvieron al país y participaron en los talleres de escritura dictados por Poli Délano, Antonio Skármeta, Marco Antonio de la Parra o del ya mencionado José Donoso.

Los libros de estos escritores –de indudable calidad estética-, parecían señalar el desencanto de la época, aunque cuando se hablaba de la dictadura o del período de la Unidad Popular, se hacía desde la ensoñación o del recuerdo, pero no desde la crítica. Tímidamente aparecían tratados otros discursos que hoy nos suenan actuales: el movimiento de liberación homosexual y de reivindicación feminista.

El pequeño libro de Aristóteles España, en cambio, intentaba mostrar a modo de síntesis, el proceso creativo de hombres y mujeres en una época particularmente dura para los literatos que no sintonizaban con el régimen dictatorial y que, además, no encontraban forma alguna de financiamiento, ni oportunidades en las pocas editoriales existentes para publicar sus libros o revistas, ni espacios en los medios de comunicación para expresar sus ideas culturales. En este sentido, el mismo Aristóteles España al iniciar su trabajo compilatorio, junto con señalar que la antología comenzó a realizarse a comienzos de la década del ochenta, señalaba su génesis, aportando algunos antecedentes preliminares: “Por ese entonces, una cantidad importante de nuevos autores empezaba a publicar sus primeros trabajos en revistas literarias underground y los primeros grupos literarios intercambiaban textos, organizaban eventos, participaban directamente en la gestación de un proceso cultural amplio, con un sello evidentemente antisistema, muchas veces contestatario, con voces y visiones que apuntaban a fortalecer el corpus histórico del sistema literario chileno”.

El contexto histórico y la censura

 

Para comprender la magnitud del trabajo emprendido por el poeta chilote, debemos recordar que durante el período dictatorial existió la División Nacional de Comunicación Social (Dinacos) que autorizaba o prohibía la publicación, circulación o internación de libros y de diversos medios escritos en Chile.

Por de pronto, apenas producido el golpe de Estado, patrullas de militares allanaron bibliotecas públicas y universitarias, con el objeto de identificar y separar los materiales y documentos que tuvieran connotación “subversiva”; propendieron a la confiscación y destrucción de libros o revistas que se encontraban en imprentas y que presentaban contenidos “marxistas”. Al respecto, en la página 149 del valioso informe de investigación periodística de Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda titulado, “La historia oculta del régimen militar” se asegura que: “Quedaron prohibidos ipso facto tras el golpe: Poemas inmortales e Incitación al nixonicidio, de Pablo Neruda; La viuda del conventillo, de Alberto Romero; El chilote Otey y otros relatos, de Francisco Coloane; Reportaje al pie del patíbulo, de Julius Fucik; La rebelión de los colgados de B. Traven; Mamita Yunay, de Carlos Luis Fallas; Cuentos de rebeldes y vagabundos, de Máximo Gorki; Judíos sin dinero, de Michael Gold; El ciclista del San Cristóbal, de Antonio Skármeta; El son entero, de Nicolás Guillén; y Eloy, de Carlos Droguett”.

Los periodistas en su libro indican, que en el sexto piso del edificio Diego Portales (hoy Gabriel Mistral) operaba el departamento de evaluación donde se decidía el futuro de los impresos. De allí salió la orden para picar entre otros libros, “El ideal de la historia”, de Claudio Orrego; “Balmaceda” de Félix Miranda; “Poesía popular chilena”, de Diego Muñoz; “Agresión en el espacio”, de Armand Mattelard; y “Para leer al Pato Donald” de Ariel Dorfman. De ese piso se emitió la decisión para allanar La Pérgola del Libro e incautar entre otros textos, “El pensamiento social” del cardenal Raúl Silva Henríquez; “Mi camarada Padre” de Baltazar Castro y “El Padre Hurtado”, de Alejandro Magnet. En ese lugar se originó la circular 451 de la superintendencia de aduanas que exigía la autorización de Dinacos para ingresar libros importados a Chile, lo que significó, en la práctica, que escritores como Jerzy Kozinsky, Manuel Puig, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, dentro de una larga lista de autores, estuvieron durante un tiempo prohibidos en nuestro país, y sólo pudieron leerse algunas de sus obras. En paralelo, los principales asesores del régimen daban forma a una cultura de estilo nacionalista. La editorial estatal Quimantú por ejemplo, que durante el gobierno de la Unidad Popular llegó a editar un promedio de veinticinco títulos mensuales con tirajes que en algunos casos superaron los ochenta mil ejemplares, fue intervenida directamente por las nuevas autoridades. De entrada, le cambiaron el nombre por el de Empresa Nacional Editora Gabriela Mistral. Luego, crearon las colecciones “Ideario”, que recopilaba fragmentos de los próceres de la patria, “Pensamiento Contemporáneo”, que incluía textos de políticos conservadores y la serie “Septiembre” destinada a la difusión de obras de ciencia ficción.

Sin embargo, el control ejercido sobre los medios de comunicación tradicionales, supuso la aparición gradual de una literatura y un periodismo no oficial, muchas veces alternativo o contestatario a la realidad que pregonaban los medios de información cercanos al régimen; literatos y periodistas que en algunos casos, recibían apoyo financiero desde el exterior, cuyas producciones, ante la posibilidad cierta de ser detenido por los organismos represores de la dictadura, escribían en ocasiones desde la clandestinidad. De esta manera, surgieron revistas como la Agencia de Prensa de Servicios internacionales, “Apsi”, (1976), “Hoy” (1977), “Análisis”, (1977), y “Cauce” (1983) que combatieron por medio del formato periodístico a la dictadura; revistas culturales como “Pluma y Pincel”, (1982) que denunciaron los principales problemas sociales y culturales que afectaron al país en esos años y literarias, como “Araucaria de Chile”, “La Bicicleta”, y “Momentos” (1978); “Palabra Escrita” (1979), “La Gota Pura” (1981), y “Contramuro” (1982).

En este panorama de cambios graduales que se evidenciaban en el país, apareció un conjunto de voces poéticas y literarias, descritas en su libro por el vate Aristóteles España. A partir de esta nueva realidad que posiblemente, se comienza a incubar en Castro, Chiloé, con la fundación del grupo “Aumen” en abril de 1975, hasta la realización en la sede de la Sociedad de Escritores de Chile, del “Primer Encuentro de Escritores Jóvenes en Chile” en mayo de 1984, podría decirse que se establece y se registra la producción básica de un movimiento contracultural que emerge con impresiones casi siempre mecanografiadas, que observamos en revistas del período principalmente, y en el caso que nos ocupa para esta semblanza, con poemarios auto editados.

Aristóteles España nos plantea en su libro la existencia de dos estudios realizados en el extranjero que fueron una suerte de marco teórico para encauzar su propia investigación. En primer lugar, el texto “Entre la lluvia y el arcoíris”, de Soledad Bianchi, editado en Holanda en 1983, permitió identificar a varios escritores chilenos que publicaban regularmente en revistas del extranjero. Aquel texto se refería a Chile desde la ausencia, con escritores imbuidos en otras culturas que hacían ver añejo el discurso revolucionario de la década del 60 experimentado en América Latina.

En segundo término, el libro “Poetas de Chile” escrito por el académico estadounidense Steven White que ponía énfasis en la creación poética misma al señalar que, el mestizaje en América trae consigo, “una configuración del yo más dramático que el europeo, más fluido y enigmático en el sentido que se transforma en un valor

en sí”.

En definitiva, Aristóteles España propone en su antología las composiciones de los siguientes escritores: el magallánico Luis Alberto Barría con los textos, “Poema invernal”, y “Hoy vivo la recompensa de algún siglo”; Roberto Bolaño, con “El monje”, “Llegará el día” y “Ya que estamos aquí aprendamos algo”; Teresa Calderón, “De ciertas imágenes y semejanzas”, “Dis-pareja”, “Exilio” y “Mujeres del mundo: uníos”. Se agrega a Juan Cameron, con “Fe de ratas”, “Los despechados”, “Revisión de Figueras”, “Los náufragos” y “Cuando se acabe”; Bárbara Délano, con “Tiempos de repliegue”, y “Muñequita de acero”; Elicura Chihuailaf, “Desde el recuerdo”, “En el país de la memoria”, y “Tras las ovejas perdidas”; Mauricio Electorat, con “Visiones de Colón”, “Santiago y el teatro de coristas del barrio chino”, “El matadero”; Alexis Figueroa, y “Vírgenes del sol inn cabaret”. La selección continúa con Arturo Fontaine, “Con Tomás”, “Joven bueno”, y “La Alameda, desfile de cesantes en silencio”; Sergio González, “Declaración pública”, “Carta certificada a mis compañeros de generación”, y “Crónica de una muerte anunciada”; Tomás Harris, “Sobre nuestros mitos”, “Sobre nuestros cuerpos”, y “Sobre nuestras faltas”; Elvira Hernández, y “La bandera de Chile”; Rodrigo Lira, “Comunicado”, “Sermón de los hombrecitos magentas”, “Ars Postique” y “Cantinela musitada”; Eduardo Llanos, con “Aclaración preliminar”, “Malversaciones de fondos y formas de homenaje a Jacques Prevert”, “Jorge Luis Borges en el salón de honor de la Universidad de Chile” y “Desaparición de Rodrigo Lira”; Sergio Mansilla, con “Anda al pueblo, hermano”, “Inri”, “La carreta”, y “Racconto, 1976-1980”; Diego Maqueira, y “La Tirana”; José María Memet, con “La misión de un hombre”, “El herrero Pound”, y “El cuervo”; Gonzalo Millán, con “La espera”, “Vaso”, “Mitos”, “Detrimento”, “Noche de verano”, “Página de atlas”, y “Manzanas amarillas”.

Más adelante, Aristóteles España incorpora a los autores: Jorge Montealegre, con las creaciones, “Enviado especial”, “Alta poesía” y “Gallo”; Andrés Morales, “Sentado en mi silencio” y “Después de tantas visiones”; Gonzalo Muñoz, con “Las manchas se deslizaban de arriba abajo en silencio”, “La suspendida se hiere, se embandera, se mancha”, y “Pintar una sola línea para siempre”; “Rosa Betty Muñoz, con “De antes para después”, “Poema” y “Expuesta”; Alejandro Pérez, “A ella”, “Un poco de invierno”, y “Walking por ahí”; Verónica Poblete, con “De Naif”, y “Poema”; Erick Pohlhamer, con “Los helicópteros”, “Tú”, y “Mecano”; Mauricio Redolés, con “La amnesia”, “¡Becas!”, “Del finao” y “Las encomiendas”; Clemente Riedemann, con “El mejor espectáculo de Chile”, “Los cabros cantaron que pena siente el alma y después no se escucharon más cantos”, y “Rewind”; Armando Rubio, con “Ciudadano”, y “Fulgencio”; Galvarino Santibáñez, con “Mirador”, “Poema”, “En días como éstos”; Jorge Torres, con “La poesía” “Ultimátum”, y “Espectros”; Carlos Alberto Trujillo, con “El barco de los días”, “Bajo sospecha”, y “Nosotros los que no vemos bajo el agua”; Leonora Vicuña, con “Tiro al blanco” y “Negros corceles”; Miguel Vicuña, con “Primero de noviembre de 1976”, “Morgendammerungslied”, y “De Dios”; Arturo Volantines, con “Sema”, “Ppoya”, y “Suchita Chchalpa”; Francisco Zañartu, con “Súper ocho”, “Beltrán Villaela Astudillo”, y “Beltrán Villaela Fontecilla”; Verónica Zondek, con “Todo animal en su piel yo en la mía”, y “Huirán los sufridos allí donde nadie se atreve”; Raúl Zurita, con “Zurita”, y “Las playas de Chile”. El mismo Aristóteles España se incluye con tres poemas: “Para cuadrados y nostálgicos”, “El tema del poder” y “Ella cae por la ventana”.

El autor enriquece el trabajo al hacer un importante recuento de las principales revistas literarias del período, muchas de ellas creadas en regiones y que no sobrepasaron el primer número, las que sumamos a las nombradas anteriormente: “Alta Marea” (1980), “América joven” (1980), “Añuñanca” (1986), “Archipiélago” (1981), “Boletín bibliográfico literario” (1979), “Búsqueda”, (1985), “Caballo de proa”, (1981), “Cuadernos del mar” (1977), “El bastardo” (1984), “El 100topies” (1984), “Enves” (1975), “Espíritu del valle”, (1985), “Espiga” (1985), “Extramuros” (1983), “Huelén” (1983),   “Hoja   x   ojo”   (1983),   “Índice”   (1981),   “Lar”   (1983), “Latrodectus” (1981), “Lapislázuli” (1983), “Literatura chilena en el exilio” (1977), “La Castaña” (1983), “La pata de liebre” (1986), “Nueva línea” (1979), “Pájaro de papel” (1981), “Palabra escrita” (1982), “Poesía diaria” (1985), “Polígono” (1977), “Post data” (1983), “Recital” (1980), “Ruptura” (1982), “Tantalia” (1986), “Tranvía” (1983), “Trompas de Falopio” (1982), y “Ver (sos) y re (versos)” (1985).

Creemos que este breve, singular y significativo libro de Aristóteles España amerita una reedición ampliada y mejorada, en consideración a que se cumplieron treinta años de su publicación y también, por la relación directa y fundacional que tuvo el autor con varias de las Agrupaciones de Derechos Humanos y de familiares de Detenidos Desaparecidos, pensando, por cierto, en los distintos actos de reparación con motivo de los cincuenta años del Golpe de Estado. Se podría extender, además, con un estudio que diera cuenta de la evolución de esos autores(as). Un documento de ese tipo bien pudiera abrir otras aristas con nuevas posibilidades de investigación.


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