Editorial

Democratizar el conocimiento y reivindicar la palabra

En 1910, el destacado pedagogo y ensayista Carlos Silva Cruz asumió la conducción de la Biblioteca Nacional con una decisión clave: crear un horario de atención nocturna y también abrir los domingos y días festivos para que los trabajadores accedieran a las grandes obras de la humanidad vertidas en la palabra impresa. A poco andar, la iniciativa fue enriquecida con la apertura del sistema de préstamo de libros a domicilio y la creación de una unidad que se ocuparía de los requerimientos bibliográficos de la infancia. El proceso empalmó pronto con la fundación, en 1931, de la Sociedad de Escritores de Chile, de la mano de autores como Marta Brunet y Domingo Melfi, quien meses antes había jugado un rol fundamental en la caída del dictador Carlos Ibáñez del Campo. La SECH fue, desde un comienzo, un polo cultural potente, integrador de capacidades, que dinamizó la divulgación de las letras, desarrollando la primera feria del libro, encuentros nacionales e internacionales de escritores, seminarios e incluso sesiones de debate en doble jornada con el Congreso Nacional, es decir, colegislando.

Creadora, además, del Premio Nacional de Literatura como herramienta de divulgación de la obra de mujeres y hombres de letras, generó así un círculo virtuoso junto a las políticas públicas de fomento lector en la clase trabajadora. Más tarde hicieron lo propio las universidades, abriendo departamentos de extensión que sumaron bibliobuses a la necesidad de llegar a rincones apartados del territorio con la palabra impresa de nuestros grandes creadores. Ese camino, de intensidad creciente, contó en distintos momentos con la voluntad generosa de Óscar Castro, de Gabriela Mistral y tantos otros escritores, por enseñar literatura en las humildes salas de adolescentes que trabajaban para vivir.

Esa ruta hacia la democratización de la palabra fue permeando la institucionalidad al punto de que un modesto poeta, y a la sazón dirigente sindical de los funcionarios de la Biblioteca Nacional, el gran Juvencio Valle, se convirtió en director de la misma, justo cuando en el país irrumpía la extraordinaria experiencia de Editorial Quimantú, que con tirajes de hasta 70 mil ejemplares y a precios simbólicos, puso a disposición de los sectores populares las grandes obras de la literatura nacional y universal. ¿Qué había ocurrido? Los trabajadores, organizados en su sindicato, desde el cual luchaban por legítimos derechos sociales, se habían organizado hasta el punto de convertirse en los interlocutores válidos de la autoridad gubernamental. Fruto de ese diálogo constructivo, pensado para bien del conjunto de la ciudadanía, nació ese hermoso compromiso público y libertario que en solo dos años de existencia publicó más de diez millones de volúmenes, haciendo posible que maravillosos títulos llegaran a las manos de los más humildes. La etiqueta de cultura, entonces, pasaba de ser un lucrativo negocio, destinado a unos pocos, a transformarse en un horizonte de desarrollo para los pueblos. Así, por ejemplo, desde el Estado, dicha editorial creó la Colección Cuncuna, libros para niños, que incluían ilustraciones notables y que eran distribuidos en jardines infantiles, juntas de vecinos y sindicatos. Organizada a pulso, contó con la asesoría literaria de especialistas y la participación de profesionales de la Escuela de Párvulos de la Universidad de Chile y la Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI). En ese espíritu, y con el fin de ofrecer un amplio abanico de obras de calidad, entre los autores se encontraban textos como los de los hermanos Grimm, Oscar Wilde y Horacio Quiroga, al tiempo que también se abría el espacio para creadores nacionales como Marta Brunet, Floridor Pérez, Ernesto Montenegro, Carlos Alberto Cornejo, Juan Tejeda y María de la Luz Uribe, además de versiones del repertorio popular latinoamericano, chino, árabe, ruso e hindú. A cargo de estas adaptaciones estuvo Linda Volosky, pionera en el desarrollo de la educación preescolar en Chile y especialista en literatura infantil.

Solo una nueva dictadura interrumpió abruptamente ese fecundo escenario. ¿Es posible volver a instalar en el país propuestas tan profundas? Sí, es posible, y en múltiples ámbitos. Por una parte, la Sociedad de Escritores de Chile ha empezado a entablar valiosas conversaciones con el Ministerio de Educación, con miras a avanzar hacia la promoción del aprendizaje de la ciudadanía desde la creatividad. Por otra, dando una señal muy sugestiva de lo que se puede hacer cuando hay una férrea voluntad, el sello de la Universidad de Santiago de Chile (USACH) acaba de reeditar cinco de los más emblemáticos títulos que en su momento puso en circulación Quimantú en materia de literatura infantil. La flor del cobre, El gigante egoísta, La guerra de los yacarés, El tigre, el brahmán y el chacal y Los geniecillos laboriosos son cuentos que se publicaron por primera y única vez hace 50 años y que ahora vuelven a salir de imprenta, con el fin de dar relieve, además, al notable o de quienes ilustraron esos libros: Guillermo Durán (Guidú), Renato Andrade (Nato), Guillermo Tejeda y Jalid Dacarett. Asimismo, es perfectamente factible fortalecer las bibliotecas públicas, recuperar sus horarios alternativos para el disfrute de toda la población, poner fin al IVA al libro, volver a tener un canal realmente nacional de televisión, con foco en la cultura, y reivindicar las asignaturas de arte en las escuelas.

La SECH había surgido como una organización de la inteligencia contra el fascismo, y no como un grupo cerrado de escritores indiferentes a la realidad. Yo quiero que hagamos un esfuerzo colectivo de coordinación generosa de capacidades, voluntades y sensibilidades para que la Sociedad de Escritores de Chile, junto con velar por la situación de sus socios y modernizarse, recupere la tradición que la vio surgir y la ponga de nuevo en marcha. Que asuma la responsabilidad de propagar el conocimiento y enriquecer la palabra. Para ello es que, entre otros caminos, hemos resuelto abrir camino a la creación de una Escuela Nacional de Escritores, gratuita para los socios y abierta a toda la comunidad. En momentos en que asistimos a una impresionante militarización del país y a una agenda de seguridad atizada por el oligopolio de la prensa, quiero que la SECH vuelva a desenfundar, sin ambages, la palabra contra el fascismo, aportando imaginación, fundamento y pedagogía al desarrollo social, abriendo paso a una Nueva Constitución y recuperando el papel que históricamente han cumplido las letras en el ejercicio de la soberanía popular. A la construcción de esa senda todos los amantes de las letras están invitados.

David Hevia

Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile

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